Ahora, curiosamente, con un Ejecutivo socialista, se muestran súbitamente alborotados por el “derecho a la vida” y pretenden resucitar el debate sobre el aborto que ya zanjó el Tribunal Constitucional hace veinticinco años.
Por ello, muchos opinan que estas maniobras son tan solo charlotadas políticas y, lo más grave, una descomunal manipulación.
De entrada, alegar que si una chica no puede comprar alcohol a los dieciséis años tampoco puede abortar sin consentimiento paterno es un argumento simplón y grotesco… Recordemos que una mujer puede casarse a los dieciséis y mantener sexo consentido con trece años.
Tal vez lo más repugnante es que algunos se arroguen la calidad de “defensores de la vida”. “¡Hipócritas, todos defendemos la vida!” he escuchado exclamar a alguna mujer estos días y por eso titulo así este artículo.
De cualquier manera, debemos reconocer que han sabido enmarcar la cuestión al presentarse como “defensores de la vida” aunque, bien sabemos, que durante el gobierno de Aznar se tornaron amnésicos ante el aborto y desde sus terminales mediáticas se defendía la matanza en Irak.
Pero su postura no puede ser más mendaz… todos estamos a favor de la vida, todos consideramos que el aborto es terrible. Sin embargo, alguna solución hay que aplicar… ¿Cuál, prohibirlo?, ¿volver a la noche negra de la clandestinidad y los vuelos a Londres?, ¿encarcelar a mujeres y médicos? Porque, no olvidemos, el aborto seguirá existiendo y como tal ha de ser legislado.
Así, los autodenominados “defensores de la vida” silencian las consecuencias dantescas que arrastra no regular debidamente el aborto. La disyuntiva no es por tanto, “vida, sí o vida, no”. La encrucijada es cómo regulamos este fenómeno.
No olvidemos tampoco que, en este debate, la Iglesia católica oculta cartas pues el aborto es tan sólo el eslabón de una cadena que comienza con las relaciones sexuales. Y la Iglesia se opone a la educación sexual en las escuelas y al uso de anticonceptivos. La consecuencia sería un escenario que basculase entre la abstinencia sexual o la natalidad desaforada, pasando por un aborto sórdido y clandestino. Este contexto me parece aberrante.
Y mientras se lanzan a las calles en multicolores manifestaciones solo cabe preguntar… ¿es que no quieren que el aborto esté regulado? Porque si eso es lo que buscan (y que no lograrán) las consecuencias son de sobra conocidas: clandestinidad, cárcel, hipocresía… De cualquier manera cuesta creer que pueda haber alguien tan irresponsable como para oponerse a la regulación de algún fenómeno social.
Lamentablemente, mucho me temo que haya quien suspire por una situación como la de Andorra donde el aborto está prohibido, pero el aire se encuentra infectado por cataratas de dinero negro.
Sí, esto encantaría a muchos: hipocresía, dinero sucio, moralina, etc, todo ello adobado con bellas palabras… es su hábitat.
Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor