Después de un largo artículo titulado La nebulosa yihadista y el Estado Islámico, que salió publicado en Crónica Popular el 14 de septiembre de 2015 , en el que efectuaba un detenido análisis de los orígenes, desarrollo y evolución del movimiento yihadista, en el contexto político y social de Oriente Próximo, y de sus principales manifestaciones en la actualidad, no creía que tuviera que volver a ocuparme del tema, al menos por el momento.
Sayyid Qutb, teórico del yihad como “obligación personal”
Pero un imprevisto, la aparición en estas mismas páginas de un artículo, en el que se nos ofrece una visión apocalíptica del mundo a causa de la existencia del Estado Islámico, ahí, a nuestras puertas, me obliga a intervenir para aclarar algunos puntos. Esta visión apocalíptica coincide con la que sostiene hoy el Instituto de Estudios Estratégicos del Ministerio de Defensa, en la que, de acuerdo con la lógica militar de que siempre tiene que haber un enemigo contra el que luchar, el enemigo de ayer, el comunismo y la Unión Soviética, ha pasado a ser hoy el Islam y el Estado Islámico. Las cosas son, sin embargo, más complejas y merecen un análisis menos simplista y más afinado.
Sunníes, shiíes, jariyíes y el yihad
En el contexto actual del yihad, me parece irrelevante la distinción de manual entre las tres ramas principales del Islam: la sunní, mayoritaria a nivel mundial (un 85% del total), la shií (alrededor de un 10%) y la jairiyí, absolutamente minoritaria esta última, pues solo pervive, en la corriente “ibadí”, en Omán, en Zanzibar, y en pequeños islotes del Norte de África (el Mzab, en Argelia; Yerba, en Túnez; y los montes Nafusa, en Libia). Es evidente que, por su escasa relevancia mundial, el jariyismo no desempeña ningún papel en el movimiento yihadista actual, aunque en sus orígenes y manifestaciones más violentas (representadas por la corriente azraquí), incluidos los asesinatos de los considerados malos gobernantes, tuvo también su importancia.
Respecto de las otras dos ramas, la sunní y la shií, creo aventurado afirmar que el yihadismo sea un fenómeno estrictamente relacionado con la primera. Es muy cierto que el yihadismo, representado sobre todo por al Qaida, a nivel global, y el Estado Islámico,a nivel local, es un fenómeno fundamentalmente sunní, pero no hay que desestimar que el shiísmo desempeñó también un papel capital en aspectos clave del yihadismo. Para empezar, el concepto de yihad está estrechamente asociado al de “shahâda”, término que significa en primer lugar “testimonio”, “profesión de fe en el Islam”, pero también, y sobre todo en el marco del yihadismo, “martirio”. La figura del “mártir” (shahîd; plural, shuhadâ’), cuyo ejemplo paradigmático es Husain, el hijo de Alí y de Fátima, y, por tanto, nieto del Profeta Mahoma, por esta última, es capital en la tradición shií y lo sigue siendo en los tiempos modernos.
El mártir shií se dio en la revolución iraní contra el sha, en la guerra durante ocho años contra Iraq (Sadam Husein era considerado un “kâfir”, impío, por los islamistas iraníes), contra los Estados Unidos (“el gran Satán”, como los definió Jomeini), en el que los creyentes sacrifican su vida “fî sabîl Al-lah” (en la senda de Alá), combatiendo al “infiel” (kâfir), tanto interior (falsos musulmanes) como exterior (no musulmanes) . El shiísmo tuvo también su yihad particular. Solo que, como rama minoritaria del Islam, su proyección fue forzosamente muy restringida y limitada geográficamente. Además, en el shiísmo, la dificultad de un llamamiento colectivo al yihad radica en que, al tener que ser éste encabezado o dirigido por un soberano musulmán o imán, como el imán del shiísmo es “invisible” en la actualidad, solo podrá hacerlo cuando reaparezca.
La figura del “mártir”, tan apreciada y valorada en la tradición shíi es indisociable del movimiento yihadista sunní porque es consustancial con los atentados terroristas llevados a cabo por diferentes grupos islamistas radicales, particularmente al-Qaida. La figura del “mártir”, paradigmática del shiísmo tuvo sus émulos fuera de Irán, especialmente entre otros grupos shíes importantes de Oriente Próximo, como Hizbolá, en el Líbano, de donde pasó a grupos suníes de la región, sobre todo palestinos como al-Yama’at al-Islamiya, y, posteriormente, a Hamás, hasta su adopción por otros grupos sunníes, no solo locales, sino con proyección internacional, como al-Qaida, en la que el “martirio en el nombre de Alá” es indisociable del yihad.
Los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York son el ejemplo más paradigmático de la estrecha relación entre ambos. Es muy cierto que este tipo de “martirio” no es exclusivo del yihadismo y puede darse en otras culturas, como en la japonesa, en la que el ejemplo más paradigmático es el de los kamikazes, esos pilotos suicidas que estrellaban sus aviones contra los barcos estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo que los yihadistas, los kamikazes sacrificaban sus vidas, sí, pero llevándose antes por delante otras muchas vidas.
El yihad como “sexto pilar del Islam y “obligación personal”
Mohamed Abdesalam Farach, promotor del yihad contra el “enemigo cercano”
Hoy día, los yihadistas se esfuerzan por situar el yihad, en la conciencia de los musulmanes, al mismo nivel que el de los cinco pilares del Islam (la profesión de fe, la oración, el ayuno, la limosna y la peregrinación a la Meca), lo que no se corresponde con su estatus tradicional. En lo que sí hubo siempre consenso entre los ulemas desde los tiempos del Profeta Mahoma fue respecto de la “obligación colectiva” (fard kifâya) del yihad, mientras que hoy día, para los yihadistas de cualquier pelaje, el yihad constituye una “obligación personal” (fard ‘ayn). Osama bin Laden suscribía plenamente la definición del yihad como “obligación personal” para todos los musulmanes capaces de “ir a la guerra”, lo mismo que también lo suscribe su sucesor al frente de al-Qaida, el médico egipcio Ayman az-Zawahiri.
El yihadismo local. El yihad contra el “enemigo cercano” (al ‘adû al-qarîb)
Si el gran teórico del yihad como “obligación personal” (fard ‘ayn) fue el egipcio Sayyid Qutb, ejecutado por Nasser en agosto de 1966, el promotor del yihad contra el “enemigo cercano” (al-‘adû al-qarîb) fue el también egipcio Mohamed Abdesalam Farach, coordinador del atentado contra el presidente Sadat en 1981 e ideólogo de al-Yama’at al-Islamiya(Grupo Islámico), que se convertiría después en el Yihad Islámico egipcio. Mientras que Qutb era un teórico que exponía sus ideas en escritos como por ejemplo Hitos en el camino (Ma’alim fî^at-Tarîq), Farach era un activista, un orador carismático, cuya definición del yihad en un librito titulado La obligación olvidada (al-Faridat al-Gaiba), se convirtió en el manual de operaciones de los yihadistas egipcios en los años ochenta y noventa del pasado siglo. Farach hace del yihad una obligación o deber personal, desde el momento en que el que ocupa el país es el “enemigo cercano” (los gobernantes musulmanes).
Históricamente, en el Islam clásico, el yihad era una obligación colectiva, que podía reactivarse únicamente cuando enemigos exteriores amenazaban o invadían tierras del Islam. Pero Farach alteró la visión clásica y afirmó que los gobernantes musulmanes actuales, sobre todo los egipcios, olvidaban su religión al no aplicar la sharia y tener a infieles como aliados. Eran, pues, apóstatas. Habían bebido en las mismas fuentes que los colonialistas, independientemente de si éstos eran “cruzados” (cristianos, tanto de los países occidentales como originarios de países árabes), comunistas o sionistas. Esos gobernantes eran musulmanes solo de nombre, aunque hicieran y practicaran la oración y el ayuno preceptivos, y se dijeran musulmanes. Por ello, hacer el yihad contra estos apóstatas era una obligación personal de todo musulmán capaz de luchar, hasta que esos gobernantes se arrepintieran o fueran asesinados. Esta definición del yihad como obligación personal y permanente, que refuta la visión clásica respecto de la naturaleza colectiva y defensiva del yihad, reviste importancia capital. Si ya Qutb y otros habían expresado esta opinión, Farach estableció un nuevo paradigma, al asignar la prioridad del yihad al “enemigo cercano”, dado que los principales culpables de la presencia colonial en tierras del Islam eran esos gobernantes, solo musulmanes de nombre. Durante los años ochenta y noventa del pasado siglo, la mayoría de los yihadistas aceptó la definición de Farach de que el “enemigo” eran los regímenes locales.
Esta nueva concepción del yihad tiene gran importancia porque trastoca la división tradicional del mundo dentro del Islam clásico enDâr al-Harb y Dâr al Islam. El primero, literalmente “Casa de la Guerra”, se aplica al territorio de infieles (kuffâr), es decir que no está gobernado por el Islam, mientras que el segundo, literalmente “Casa del Islam, se aplica al territorio bajo el control político musulmán. Desde el momento en que el enemigo es el interior, se encuentra dentro del propio Dâr al-Islam, este último pasa a ser Dâr al-Harb y justifica el yihad dentro de un territorio oficialmente bajo control político musulmán. Al mismo tiempo, en consecuencia con lo dicho anteriormente, el yihad pasa de ser defensivo frente al enemigo exterior a ser ofensivo contra el enemigo interior.
Y, puestos ya a aclarar conceptos, digamos que el yihad al que nos referimos hoy no puede ser sino el llamado “menoe” (al-yihâd al-asgar). Como es sabido, “yihâd” significa en primer lugar “esfuerzo”, y frente al “yihad menor”, el “yihad mayor” (al-yihâd al-akbar) se aplica únicamente al esfuerzo de superación interior del creyente, practicado dentro del sufismo o misticismo islámico.
Al-Qaida o el yihad contra el “enemigo lejano” (al-‘adû al-ba’îd)
Aunque el yihad afgano contra la presencia soviética produjo una nueva generación de lo que algunos analistas denominan “yihadistas transnacionales” que, envalentonados por la derrota rusa, decidieron internacionalizar la “revolución islamista”, esta circunstancia no constituye un viraje de los yihadistas del localismo al mundialismo. Estos últimos fueron a Afganistán para encontrar allí una “base segura”, donde entrenarse y organizar, de vuelta en casa, operaciones militares contra sus gobernantes “apóstatas” y “renegados”, pero no a librar un yihad mundial. Asimismo, durante los años ochenta del pasado siglo, yihadistas procedentes de Egipto, Argelia, Arabia Saudí, Yemen, Jordania, Pakistán, Iraq, Libia y Asia central y oriental, se unieron al yihad en Afganistán para adquirir conocimientos militares que les sirvieran en su lucha contra los regímenes “infieles” cuando regresaran a sus países. Para muchos yihadistas, Afganistán representó un campo de entrenamiento y una tierra fértil para nuevos reclutas. Los preparó para las guerras futuras en los frentes de sus países respectivos. Lo que conformó el pensamiento y la acción de los yihadistas que habían luchado inicialmente en Afganistán fue el “localismo” y no el “mundialismo”. Solo hasta bastante después del final de la guerra de Afganistán, los yihadistas no desarrollaron ninguna visión expansionista ni paradigma para internacionalizar el yihad e “islamizar el mundo”. En la etapa de la guerra de Afganistán contra la presencia soviética, la internacionalización del yihad no figuraba en los planes del yihadismo.
Si volvemos la vista atrás, no podemos dejar de recordar que en los años ochenta, los yihadistas coincidían con la política exterior estadounidense en el deseo común de hacer de Afganistán “el Vietnam de Rusia”. Ambos habían concertado una especie de “matrimonio de conveniencia”, unidos en su oposición al comunismo ateo. Tenían un enemigo común y un interés personal en una cooperación y colaboración conjuntas, por lo menos hasta que los rusos abandonaran Afganistán y regresaran a Rusia. Eso no quiere decir que los yihadistas no se opusieran a la presencia militar, política y cultural estadounidense en tierras musulmanas, como lo expresaba claramente su discurso extremadamente hostil e incendiario contra los Estados Unidos. Pero en los años setenta y hasta mediados de los noventa, el “enemigo lejano” representado por los Estados Unidos e Israel, no era una prioridad en las operaciones de los yihadistas de orientación sunní. El giro al mundialismo se produjo mucho más tarde, después de terminada la guerra de Afganistán, hacia mediados de los años noventa, y constituye la demostración más evidente de las gigantescas mutaciones que experimentó en su interior el movimiento yihadista. Desde mediados de los años noventa, una pequeña minoría de yihadistas transnacionales, liderados por al-Qaida, una red compuesta de varios grupitos militantes, lanzó un violento ataque sistemático para secuestrar a todo el movimiento yihadista y cambiar estratégicamente de dirección y de objetivos.
Hoy día, los mismos yihadistas que habían hecho de la lucha contra el “enemigo cercano” una prioridad fundamental en sus operaciones, cambiaron de “registro” y llamaron a un nuevo yihad contra el “enemigo lejano”, particularmente los Estados Unidos y sus aliados occidentales. El camino a Jerusalén no pasaba ya directamente por El Cairo, Argel, Ammán o Riad, sino a través de una vía con etapas en Washington, Nueva York, Madrid, Londres y otras capitales occidentales. Se desempolvaron los mismos argumentos utilizados en apoyo del yihad contra el “enemigo cercano”, para adecuarlos a los argumentos contra el “enemigo lejano”. Es decir que la definición del yihad no cambió, pero sí la definición del enemigo. El yihadismo experimentó un nuevo y brutal viraje, muy peligroso, que lo llevó a un enfrentamiento total con la comunidad mundial. Aunque los yihadistas “transnacionales” como al-Qaida representan una ínfima minoría dentro del movimiento yihadista, sus acciones sumieron a todo el movimiento en una profunda crisis.
Desde finales de los años noventa del pasado siglo se desencadenó una intensa lucha dentro del movimiento yihadista, con debates, críticas, tensiones y contradicciones entre los militantes. ¿Cuáles son las perspectivas futuras del yihadismo transnacional? Algunos yihadistas tomaron la fatal decisión de internacionalizar el yihad, pasando del “localismo” al “mundialismo”, lo que implicó un importante cambio estratégico y táctico.
El Estado Islámico o el retorno del yihad contra el “enemigo cercano” (al-‘adû al-qarîb)
Con el Estado Islámico asistimos a un retorno al “yihadismo local”. Pese a su rimbombante autodesignación de “Califato”, el llamadoEstado Islámico no fue en sus inicios más que un grupo compuesto de antiguos miembros de al-Qaida, radicados en Iraq, que abandonaron esta organización por rivalidades personales y luchas por el poder, y de elementos del derrotado régimen baasista de Sadam Husein, muchos de ellos militares, que irritados y exasperados por la política discriminatoria hacia los sunníes del gobierno iraquí, controlado por los shiíes, bajo el patrocinio de los Estados Unidos, encontraron en el Estado Islámico una compensación o una revancha para sus frustraciones.
En poco más de un año, el llamado Estado Islámico ha hecho progresos gigantescos. Tras su ruptura en febrero de 2014 con al-Qaida, la captura de Mosul el 6 de junio y la proclamación el 29 de junio del mismo año por Abu Bakr al-Bagdadi del “Califato Islámico”, del que se autoerigió en califa, el nuevo mini-Estado se ha consolidado como la entidad yihadista terrorista más despiadada y fanática a nivel regional en la actualidad. Y, desde luego, la más rica, gracias al saqueo de museos, archivos y bibliotecas, y posterior tráfico de antigüedades y de valiosos manuscritos y documentos, de bancos, como el de Mosul, extorsiones a la población shií, y, por supuesto, la venta del petróleo extraído de los pozos situados en el territorio bajo su control, de los que obtiene suculentos beneficios, que le permiten financiar a miles de mercenarios y sus operaciones de extensión territorial.
El Estado Islámico comprende hoy franjas del llamado “triángulo sunní” en Iraq, así como partes del noreste de Siria, particularmente la provincia de Raqqa y la ciudad del mismo nombre, convertida esta última en la capital del nuevo mini-Estado, en el que ha impuesto un régimen de terror. Todos hemos tenido ocasión de ver vídeos, en los que se muestran decapitaciones de periodistas o de cooperantes occidentales, crucifixiones de los que al-Bagdadi y sus seguidores consideran malos musulmanes o infieles (kuffâr) por no haber observado el ayuno preceptivo del mes de Ramadán, y otras muchas atrocidades que hielan la sangre. Pero toda esta locura asesina, esta barbarie, este horror cotidiano, ¿no lo hemos visto ya antes con el régimen de los talibán en Afganistán? ¿Acaso sus métodos brutales e inhumanos difieren de los utilizados por al-Qaida y otros grupos yihadistas radicales?
En el caso del Estado Islámico nos preocupa sobre todo que, a diferencia de al-Qaida, con bases de combatientes desperdigadas aquí y allá, aquél ocupa un territorio que mantiene bajo su control. Sin embargo, las franjas que ocupa en Iraq, en el llamado “triángulo sunní”, el Estado Islámico no ha conseguido hacerse en Siria más que con la provincia de Raqqa, aunque el ejército de miles de mercenarios que ha conseguido organizar, combate en otros puntos del territorio sirio, tanto a las fuerzas del presidente Bashar al-Assad como a grupos opositores representados particularmente por el llamado Ejército Libre Sirio, cuya existencia parece cada vez más cuestionable, y el Frente al-Nusra (Yabhat an-Nusra) movimiento yihadista en la órbita de al-Qaida.
Osama bin Laden y Ayman az-Zawahiri, promotores del yihad contra el “enemigo lejano”
Con el Estado Islámico asistimos de nuevo a un cambio en la definición del enemigo. Mientras al-Qaida priorizaba la lucha contra el “enemigo lejano”, es decir, los Estados Unidos y sus aliados europeos, el Estado Islámico centra su lucha sobre todo en el “enemigo cercano”, es decir, los regímenes shiíes iraquí y sirio. Vuelve a priorizar el yihadismo local frente al yihadismo transnacional de al-Qaida. Por eso, contradiciendo las declaraciones alarmistas con que se nos bombardea a diario sobre las amenazas y peligros que representa para España y Europa en general el Estado Islámico, pienso, lo mismo que muchos analistas, expertos tanto en terrorismo como en el Islam, que los verdaderos peligros y amenazas provienen fundamentalmente de al-Qaida, ya sea de grupos “con franquicia” o de “lobos solitarios” próximos a esta organización. Por supuesto que no estamos libres de que algunos de estos grupos no vuelvan a cometer brutales atentados en cualquiera de nuestros países, pero una cosa resulta clara:al-Qaida representa sobre todo una amenaza para nuestra seguridad, pero NO UNA AMENAZA ESTRATÉGICA. Carece de una amplia base de seguidores, de armas no convencionales y de divisiones armadas. Aunque es necesario que los servicios competentes del Estado permanezcan siempre alerta en previsión de posibles atentados mortíferos, no hay tampoco que sobredimensionar los peligros. Pensar en la posibilidad de un ataque desde el exterior a nuestras fronteras pertenece al ámbito de la ciencia ficción. Hoy, hay en el mundo 1.600 millones de musulmanes, ¿cuántos de ellos se identifican con el yihadismo radical, ya sea de al-Qaida o del llamadoEstado Islámico?
Los atentados terroristas por parte de algún grupo reducido de yihadistas, que se financian con el tráfico de armas o de drogas, y actúan por su cuenta en países de “infieles” (kuffâr), corresponden sobre todo al modus operandi de al-Qaida, a través de “franquicias”, más o menos autónomas. No cabe, sin embargo, descartar la posibilidad de que alguno de estos grupos reivindiquen sus ataques terroristas en nombre del Estado Islámico, por considerar que éste ha conseguido alcanzar hoy en los medios de comunicación un mayor protagonismo, visibilidad y repercusión mediática que al-Qaida, elementos todos ellos que contribuyen a sembrar e infundir entre la población el miedo y una creciente sensación de inseguridad e impotencia.
Por último, unas palabras sobre la posición de los Estados Unidos respecto del Estado Islámico. Por supuesto que la existencia del este grupo yihadista, centrado sobre todo en combatir el shiísmo, favorece los intereses estadounidenses en la región, pero es más: abundan las pruebas de que Abu Bakr al-Bagdadi fue en sus orígenes una criatura de los servicios de inteligencia estadounidenses, lo mismo que ya lo había sido en su día Bin Laden cuando se trataba de luchar contra el comunismo en Afganistán. Los ataques aéreos de los Estados Unidos en la región no han dañado hasta ahora, que sepamos, las estructuras del Estado Islámico, pero sí causado decenas de víctimas entre la población civil siria.
Últimamente, la intervención rusa, a petición del Gobierno sirio, del que Rusia es vieja aliada desde los tiempos de la Unión Soviética, sí parece haber tenido, en cambio, efectos positivos al destruir instalaciones militares y depósitos de armas del Estado Islámico. Es por ahí por dónde habría que ir, aunque todo parece indicar que el 80% de los ataques rusos no iban dirigidos contra el Estado Islámico, sino contra el Frente an-Nusra, “franquicia” de al-Qaida, considerado por al-Assad el más peligroso para su régimen. Los bombardeos rusos se concentraron sobre todo en la provincia de Idlib, aledaña de la provincia de Hama, y en partes de la provincia de Latakia cerca de Idlib. Es importante recordar que el Frente an-Nusra (Yabhat an-Nusra), en unión de otros grupos yihadistas afines, consiguió apoderarse de la provincia de Idlib, en el curso de una importante ofensiva militar en marzo último. Por ello, nada tiene de extraño que Rusia acudiera en ayuda de su aliada, y diera prioridad a golpear al peor enemigo del régimen de al-Assad, es decir, el Frente an-Nusra. De otro lado, Rusia defiende también sus intereses geoestratégicos en la región, lo cual es perfectamente legítimo. Solo Turquía separa a Siria de Rusia. La única base naval que hoy posee Rusia en el extranjero, cuya instalación data de 1971, está ubicada en el puerto de Tartús, en la costa siria, y próxima, por tanto, a la zona donde el Ejército sirio libra combates contra el grupo yihadista Frente an-Nusra.
El Estado Islámico no es, pues, el único grupo yihadista que lucha por ampliar su territorio en Siria a expensas del controlado por el Gobierno de al-Assad. ¿Cómo terminar con este estado de cosas? No creemos que el conflicto se resuelva a base únicamente de ataques aéreos. Es muy cierto que éstos pueden contribuir, si son eficaces, a destruir instalaciones militares y depósitos de armas del enemigo, debilitando así su capacidad bélica. Pero no basta con ello. Es preciso también cortar sus fuentes de financiación. Y, paralelamente a esta ofensiva, se impone una acción diplomática, con el objeto de negociar una solución pacífica del conflicto. En este sentido, tanto la Unión Europea como Rusia deberían propiciar un acuerdo entre el Gobierno sirio de Bachar al-Assad y la oposición, representada fundamentalmente por la Coalición Nacional de las Fuerzas de la Revolución y la Oposición Siria, cuya fuerza principal es el Consejo Nacional Sirio, con 22 de los 65 miembros que la componen. Dicho acuerdo debería necesariamente comportar, por un lado, el apoyo a una auténtica democratización del régimen sirio, que implique la instauración de un sistema multipartidista en un Estado unitario sin divisiones étnicas ni confesionales, y, por otro, el compromiso de contribuir a la reconstrucción del país.