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A sus órdenes, mi cardenal

Los peregrinos-turistas van escenificando el viejo guión de un neocatolicismo rancio. Mientras los jóvenes indignados se rebelan contra tanta mierda acumulada, los tradicionalistas arropan al poder

El 26 de mayo no fue un día cualquiera para el cardenal Rouco; tampoco lo era la responsabilidad que le había sido asignada. A él le correspondía concitar todos los apoyos necesarios para que la capital borbónica fuera durante tres días de Agosto la sede del Reino de Dios. Ardua tarea. Contaba el prelado con el apoyo de toda la corte celestial: ángeles, arcángeles, potestades y serafines poniendo toda la carne en el asador (perdón, se me olvidaba que estos gremios son incorpóreos); así y todo, parece que Don Antonio María no consideraba suficiente la incontable multitud de operarios celestes, ya que recurrió también al concurso de los terrestres.

Aquella mañana de mayo se reunió don Rouco con quienes él consideraba merecedores de tal honor. Como aquella caterva de colaboradores sí experimentaba necesidades básicas, la invitación incluía el desayuno. No se dieron cita en cualquiera de los muchos locales con los que cuenta la iglesia; el encuentro tuvo lugar en los lujosos salones del hotel Ritz Madrid y las fuerzas vivas allá convocadas fueron atendidas por un plantel de espléndidas azafatas. Ya sea por la supuesta disponibilidad de los invitados, ya sea por el copioso desayuno que les aguardaba, el caso es que las gentes convocadas acudieron con premura y en tropel. Abundaban los eclesiásticos pero aún era mayor el elenco de políticos: Cuesta, Trillo, Fernández y hasta el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui acudieron al olorcillo del café recién hecho. Mención aparte merece el empresariado que se agrupa en la Fundación Madrid Vivo (¡vivísimo, diría yo). Firmas tan humanitarias como Coca Cola y el Corte Inglés también se incorporaron a la Hermandad de La Tostada. Aunque el convocante era de sobra conocido fue presentado por otro caballero ilustre: Marcelino Oreja. Cuando la concurrencia saboreaba la exquisita bollería, el cardenal les lanzó su propuesta: entre todos debían de acoger a la multitud de jóvenes que se reunirían en Madrid con el Papa. Aquel turismo espiritual costaría como mínimo 50 millones de euros. Si los asistentes hubieran sido gentes de bolsillo rascado, en aquel mismo momento se hubiera producido algún desmayo. No fue el caso. A ninguno de los asistentes se le atragantó la mermelada de maracuyá pues sabían que el dinero para tal evento no saldría de sus abultadas faltriqueras.

Los peregrinos-turistas van escenificando el viejo guión de un neocatolicismo rancio. Mientras los jóvenes indignados se rebelan contra tanta mierda acumulada, los tradicionalistas arropan al poder. Trémulos de histeria, entrarán en éxtasis cuando haga acto de presencia el reaccionario Ratzinger. Seguro que, entre bastidores, se estárá relamiendo de gusto el sagaz don Rouco. Apelando a la hospitalidad de los feligreses, a la obediencia del clero y al despilfarro del erario público ha conseguido su objetivo: reforzar la imagen de una iglesia ultramontana y de unos políticos corruptos. La una y los otros se están aprovechado de tanto joven embelesado y derechón para expandir la ideología conservadora y, de esa forma artera, salvaguardar sus intereses de clase.

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