Vida Socialista, nº 17, 24 de abril de 1910
Vuestra mano apartad; ella os delata
y os condena y maldice en su presencia,
porque la sangre que la tiñe ingrata
es continuo temor de la inocencia.
A un mismo tiempo que bendice mata;
y pues no teme su falaz conciencia,
la sincera amistad promete cuando
rencorosa el puñal tiene estrechando.
No habladle al niño de la falsa gloria
y el marchito laurel de los proceres
que supieron llegar hasta la historia
como viles verdugos de mujeres.
Apartad, apartad de su memoria
ese lodo revuelto con placeres,
y dadle en cambio, si queréis que crea,
el grande libro de la nueva idea.
Pero á su mente, que jamás acuda
el instinto cruel de la venganza
que como espada sanguinaria y muda
Va impune destruyendo cuanto alcanza.
Lejos del odio, en la batalla ruda,
cuando suene el clamor de la matanza,
impondrán al romper de los cañones
su unísono latir los corazones.
¿No le oís? Ya retumba estrepitoso,
como el torrente al descender bramando,
el grito universal: grito glorioso
que frontera y discordia va borrando.
¡Paso, viejas doctrinas, al coloso
que va vuestros castillos derrumbando,
do en sus ruinas, cual desierto inmenso,
de amargo cáliz brotará el incienso.
Es ley de humanidad. Ella os condena
y en vano entre la sombra del misterio
podréis permanecer cuando ya truena
victoriosa la voz del cautiverio.
No más ídolos falsos. La serena
doctrina del deber; su magisterio
podrá en la turba, que á vivir empieza,
señalarles su dios: Naturaleza.