La religión es la respuesta del ser humano al miedo, miedo a lo desconocido, y miedo a los fenómenos naturales, particularmente a aquellos que en potencia causan daño u ocasionan destrucción, como las tormentas, los temblores, los huracanes, etc.
Podemos imaginar al hombre viviendo en las cavernas en una noche de truenos y relámpagos: cuál no seria el terror que invadió su ser! Si aún hoy, cuando todos comprendemos (o al menos aceptamos) la lluvia, los rayos y los truenos como algo muy natural, todavía nos estremecemos en las noches de tormenta.
Qué ideas cruzarían por su mente al ver la luna cambiando de forma y de posición durante las noches, o el sol "avanzando" durante el día! Es fácilmente deducible que la luna y el sol serían los primeros dioses de la humanidad.
En todas las épocas de la historia han sobresalido seres humanos por su inteligencia superior al promedio, hombres y mujeres que han comprendido y profundizado en diferentes aspectos de la complejidad de un problema en un campo determinado. No ha sido distinto en la religión: así como la gran mayoría presa del pánico optó por adorar el sol y la luna, hubo una minoría, unos pocos cerebros sobresalientes del promedio, que fueron más allá de la simple y fácil adoración: vieron en este temor del hombre a lo desconocido una oportunidad única para manipular, dominar y utilizar esa gran fuerza de trabajo.
Esta ha sido quizás la primera idea genial que tuvo algún ser humano en la antigüedad: utilizar este miedo natural para controlar unas hordas ignorantes, pero que mantenidas bajo un dominio mental (hoy llamado religión), se convertirían en una fuente de energía inmensa, energía expresada en una fuerza colectiva para atacar y conquistar otras hordas, otros territorios; y la cual al mismo tiempo proporcionaba la oportunidad al líder religioso de obtener un beneficio personal: la dura tarea de cazar y conseguir alimentos ya no sería necesaria para él, pues su tiempo debía ocuparlo en tranquilizar las almas de sus rebaños, y apaciguar los espíritus de sus dioses.
Se inició una segunda fase en el desarrollo de las religiones: el líder, el guía “espiritual”, aquel personaje sobresaliente de la horda tenía una explicación para lo desconocido: dioses!
Surgió entonces lo que en generaciones posteriores sería el sacerdote: el sabio, el poseedor de las explicaciones a los fenómenos desconocidos y aterradores, el que llegaría a ser, con los posteriores avances de la idea, el contacto de los dioses con los seres humanos (inferiores al sacerdote en sabiduría), el intermediario de los dioses, el vicario de dios en la tierra.
El sacerdote dejó de cazar, dejó de trabajar. Los ignorantes lo alimentaban, mientras él elaboraba historias que pudieran explicar lo inexplicado: fábulas, pues no era posible aplicar un método, el espíritu científico apenas nacía en la mente humana como la curiosidad, como la sorpresa ante la maravilla del universo. Y sólo podían seguirle la imaginación, la invención mental, la fábula, la ficción que empezó con el Génesis, y que con el paso del tiempo llegó hasta la ficción del Apocalipsis.
La idea había nacido, sólo le quedaba avanzar. Tras una campaña proselitista de siglos, desarrollada literalmente a sangre y fuego, una religión en particular se convirtió en una exitosa empresa: talvez en la más exitosa compañía multinacional en toda la historia de la humanidad: el cristianismo.
Así como de una simple idea surgió en la mente de John Pemberton el producto más conocido en la historia de la humanidad, la Coca-Cola, gracias a cuyo tremendo éxito económico le surgieron innumerables competidores, desde la fuerte Pepsi-Cola, hasta muchísimos pequeños productores de otras colas, así también el cristianismo, originado en una simple idea, desarrolló su línea de productos exitosos, sin faltarle el gran competidor (el islamismo), ni los pequeños competidores, en este caso salidos de su propio seno (anabaptistas, metodistas, y miles más).
El cristianismo es un negocio inmenso, como el de la Coca-Cola. Y no es dificil verlo sin mucho análisis: cuando se mira a lo más alto de la administración de una de sus tantas divisiones: el presidente de la compañía vive como un rey, con su propia guardia privada, con su corte de monjas y sacerdotes serviles.
Y cuando miramos a la base, al obrero raso, al curita más humilde: de qué vive el párroco del barrio más pobre en un país latinoamericano? Del trabajo de los demás, por pobres que sean los habitantes del barrio, mantienen al curita, y el curita vive sin trabajar toda su vida. Me responderán que su trabajo es realizar todas las funciones de la iglesia: he allí la cuestión, ése es el punto! Regresemos a las cavernas: el sacerdote inventó la explicación a lo que causa terror, el sacerdote se inventó a sí mismo, como una solución falsa, pero altamente beneficiosa para él: ya no cazaría más animales, para eso estaban los primitivos humanos; él cazaría sus espíritus, sus espíritus pobres. La función del curita es mantener los espíritus presos, ahora presos de otro terror: el terror del infierno, más horrible que los rayos y los truenos.
Este es el fundamento, el propósito del cristianismo: el parasitismo, la explotación del ser humano, rico o pobre, para que los pilares de base (curas) vivan, y los jerarcas, desde el superior del cura hacia arriba, llegando al sumo parásito, vivan vidas esplendorosas, de millonarios unos, de reyes otros.
Este parasitismo es hoy y ha sido siempre denunciado, desde sus comienzos y durante toda la historia; pero mediante la edificación de una superestructura complejisima de rituales y fábulas, y mediante una labor de conquista (repito: literalmente a sangre y fuego), lo cual estudiaremos en estas páginas, se ha mantenido, explotando el miedo de la gran masa de seres humanos que dicen ser cristianos, pero que ignoran las verdades, las muchas verdades que oculta la superestructura de su compañía multinacional: Cristianismo S. A.