En esta historia de abusos, no hay que ignorar el comportamiento de algunas jerarquías
Los obispos empezaron ayer con retraso su plenaria de otoño, a la que no ha acudido el arzobispo Martínez. Esperaron a que llegase de Granada la versión sobre el último escándalo de abusos en la Iglesia católica. Parecía que la Conferencia Episcopal acababa de enterarse por la prensa, temprano en la mañana. Cuesta creerlo. Sin excesivos detalles (y a la espera de tenerlos), era un clamor desde hace un par de semanas que Religión Digital tenía “una bomba” (así la definía su redactor jefe, Jesús Bastante), y que apenas faltaba para publicarla el nombre de la diócesis afectada. Numerosos obispos han estado al tanto de lo que se les avecinaba. Aún más: es muy probable (lo contrario resultaría increíble) que la cúpula del episcopado había sido informada por el Vaticano después de que Francisco llamase al joven que le había alertado por carta de su calvario. Y peor, todavía: El mismo joven que escribió al pontífice romano, también lo hizo a otros altos prelados en España.
Si decidió apelar a Francisco fue por la buena fama de este papa y después de ser animado a dar ese paso por quienes le aseguraban que no debía esperar amparo ni en Granada, ni en España. Afortunadamente, el joven no parece devastado por el padecimiento de los abusos: sigue siendo creyente católico, ha hecho una buena carrera, tiene novia y un buen trabajo a sus 24 años, y es fuerte e inteligente. Del resto de los chicos sometidos a abusos (una docena, algunos hasta hace bien poco) no hay noticia. En pocos días habrá detenidos, al menos siete sacerdotes, alguno con gran influencia en el arzobispado.
¿Y los encubridores? En esta historia de abusos y pederastas con sotana, poder y dinero, no debe olvidarse a los encubridores. Suelen quedar impunes. Tampoco hay que ignorar el comportamiento de algunas jerarquías, pese al mandato de tolerancia cero emitido por Benedicto XVI y reiterado por Francisco.
No escarmientan. El arzobispo Martínez se ha resistido a aceptar que Francisco hubiera llamado por teléfono a una de las víctimas y, lo que es peor, ha negado que haya sido forzado antes a iniciar la investigación en su archidiócesis. El comunicado de ayer dice esta sutileza: “Desde el momento en que se tuvo noticia fehaciente de la acusación presentada ante la Santa Sede por un joven de Granada, este arzobispado ha seguido escrupulosamente el procedimiento previsto para estos casos por la disciplina canónica”.
Nada se dice de la Justicia, como si la pederastia solo fuese un pecado. Eso sí, el arzobispo dedica un párrafo para advertir cómo “la inmensa mayoría de los sacerdotes vive ejemplarmente su ministerio y dan testimonio, a veces heroico, de entrega”. En cambio, pocas noticias. Ayer mismo, a media mañana, el embajador del Papa en Madrid, el arzobispo Fratini, estaba ayuno de datos y protestaba las cifras de la Prensa, en la idea de que sólo eran tres los sacerdotes investigados. Cuesta creer que nadie le tuviera al tanto.
El arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez Fernández, durante un acto religioso. / M. Zarza
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