Libertades importantes, que en algunas ocasiones se nos muestran en toda su amplitud
Esta semana, o la próxima, quizás, se presentará en la Cámara de Diputados una iniciativa, para introducir la laicidad a la Constitución. Se trata de que dicho principio, que ya está establecido en nuestra cultura, en la manera de concebir nuestro régimen político, pero también en la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, sea incorporado a la Carta Magna.
El Artículo 40 de ésta dice: "Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, federal…" Esta iniciativa le agrega el adjetivo "laica". Parece poco, pero, si llega a suceder, podría constituir un gran avance para muchas de nuestras libertades que precisamente un Estado laico garantiza y defiende.
Libertades importantes, que en algunas ocasiones se nos muestran en toda su amplitud, como la libertad de las mujeres para decidir sobre lo que sucede en su propio cuerpo, o la de tener la religión que uno quiera, de acuerdo a nuestras convicciones más íntimas. Las más de las veces, sin embargo, estas libertades aparecen bajo el manto de la banalidad y de la cotidianeidad.
Por lo mismo, suelen ser ignoradas y hasta despreciadas: la libertad de ir al cine a ver la película que uno quiere, aunque a algunos no les guste y quisieran impedirlo; la libertad de ir a comprar un condón sin que nadie lo impida, aunque a algunos les gustaría que no hubiera, incluso si la epidemia del sida se extiende; la libertad de asistir a una exposición artística, incluso si algunos la consideran sacrílega, porque nadie los obliga a verla; la libertad de comprar un paquete de anticonceptivos, normales o de emergencia, incluso si algunos quisieran que el sexo sólo fuera para reproducirse, en el reino (inexistente) de la abstinencia; la libertad de decir lo que estoy diciendo, sin que las autoridades me persigan por supuestamente atentar contra la moral pública.
Pero estas libertades, para existir, se tienen que traducir en derechos y éstos sólo existen si las leyes y particularmente nuestra Constitución los garantizan. Se trata, entonces, de establecer claramente que es una decisión popular, es decir que viene del pueblo, así como lo dice el Artículo 40 de la misma.
Porque si de algo no puede caber duda es sobre este punto: de manera recurrente y sistemática, contundente e incuestionable, una enorme mayoría de los mexicanos, alrededor de un 90 por ciento, estamos de acuerdo en que nuestro Estado sea laico. Y esto significa un Estado en el que las leyes y las políticas públicas se definen esencialmente de manera autónoma respecto a cualquier doctrina religiosa específica.
Que por lo mismo garantiza la igualdad de todos los creyentes y no creyentes ante la ley, la no discriminación y la diversidad social. Pero sobre todo, un Estado que protege la libre conciencia y las acciones que se desprenden de ella, siempre y cuando éstas no constituyan un delito, una afectación a derechos de terceros o la alteración del orden público.
¿Quién puede estar en contra de la definición constitucional de este Estado, que de todas maneras ya tenemos? Unos cuantos: aquellos que suponen que la libre conciencia tiene límites y que debe ser atajada o mediatizada; los que tienen una verdad (su verdad) y quieren imponerla a todos; los que creen que la moral pública (si hay algo que todavía podamos definir así) no se mueve y no se debe de mover, aunque pasen los siglos; los que añoran un país que nunca existió, en el que el poder público estaba al servicio de una religión y de una moral que se impuso por la fuerza, hasta que perdieron su influencia política, primero, luego social y ahora cultural.
Estos no son, sin embargo, más que un pequeño porcentaje de la población. Si acaso, ese 10 por ciento restante, para quienes el Estado laico representa la suma de todos los males del mundo moderno. Los que han luchado, sin éxito, para dar marcha atrás a un entramado legal que a base de luchas y esfuerzos hemos construido y que tiene ya más de 150 años.
Sería un error, sin embargo, pensar que todos los opositores se concentran en un solo partido, aunque no cabe duda que muchos de ellos están en la derecha del Partido Acción Nacional. La pregunta es: ¿podrá esta minoría dentro de su propio partido empujarlo a oponerse a una reforma con la que la mayoría de los mexicanos está de acuerdo? ¿O será ésta una buena ocasión para que el PAN se muestre como un partido moderno y secular?
La reforma constitucional requiere dos tercios de ambas cámaras y eso significa que ésta no existirá si el PAN se manifiesta en bloque en su contra. Ya se verá en su momento si los panistas deciden hacer uso de su libertad de conciencia, si serán obligados a votar en bloque y si esto significará un obstáculo o un apoyo al Estado laico con el que ellos, por lo menos los más liberales, tendrían que estar de acuerdo.
La gran paradoja es que, en cualquier caso, la realidad social no cambiará. Como lo diría mi maestro Émile Poulat, hemos pasado de un régimen de cristiandad, a uno de laicidad. Reforma constitucional o no, el Estado mexicano seguirá siendo laico. Es una cuestión de un régimen legal coherente con la realidad social que pretende regular. Y de empujar al país por el camino que todos queremos, con las más libertades posibles para todos.