La división de un país en dos no es un invento turco. La imagen se debe al británico Benjamin Disraeli, que la expuso en Sybil, or the Two Nations, publicado en 1845. La idea de las dos Españas la encontramos en Larra, Galdós y Ortega. Y el dualismo ha sido una constante en la historia de Francia: primero, con las guerras de religión; después, en el enfrentamiento entre Iglesia y Estado; más tarde, entre monarquía y república; en la primera mitad del siglo XX, entre colaboracionismo y resistencia, y finalmente, entre derecha e izquierda. Pero Turquía, una república laica de mayoría musulmana, también está partida en dos.
El renovado interés de Turquía por Oriente Medio hace ahora correr ríos de tinta en la prensa occidental. ¿Hacia dónde se dirige Turquía, que sólo miraba hacia Occidente?, se pregunta, preocupado, medio mundo. La Turquía laica y kemalista, cuya ideología lleva el nombre de Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la república, dice que el islamismo la está alejando de Europa. Pero el Gobierno del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, un islamista moderado en el poder desde el 2002, lo niega. "No hay un cambio de ruta: venimos de Asia central y nos dirigimos a Bruselas", afirmó Egemen Bagis, ministro para Europa, en un seminario organizado hace dos semanas en Estambul.
Turquía ha cambiado y está cambiando más. Pero ¿qué explica su giro en política exterior: el rechazo de la Unión Europea, que no le abre la puerta; la ambición de actuar independientemente cuando emergen nuevas potencias por oriente, o la política interior turca, en la que se libra una guerra cultural entre un bando laico y otro islamista?
Los oficiales turcos se muerden la lengua en público, pero en privado echan pestes de la Unión Europea. ¿Cuál es el principal obstáculo que se opone al ingreso turco? "Los prejuicios. Europa tiene miedo a 72 millones de turcos", dijo Bagis en el seminario. En privado, los oficiales turcos acusan a los europeos de no jugar limpio y de no atreverse a decir en público que Turquía no entrará nunca en Europa por ser musulmana. Y para explicarse ponen el ejemplo de Croacia, con quien los europeos ya negocian los 35 capítulos cuyo cumplimiento se exige para entrar en el club. Turquía ya ha superado un capítulo, pero, a causa del bloqueo que ejercen Francia, Alemania, Austria y Chipre, sólo negocia otros trece.
Los oficiales europeos no se quedan cortos. En público repiten que lo que tienen que hacer los turcos es reformar sus leyes, su economía y su sistema político para cumplir con las reglas comunitarias. En el seminario de Estambul, con una mayoría de empresarios y periodistas italianos, el Gobierno turco fue tratado con delicadeza. Italia es el primer socio comercial europeo de Turquía. Y un participante incluso subrayó el apoyo del Vaticano a Ankara. Bagis, satisfecho, dijo que "la influencia vaticana es mayor que la de China". Uno y otro orillaron que el Vaticano es un Estado que, si llamara a la puerta de Bruselas, no superaría la prueba democrática.
¿Qué explica entonces el alejamiento turco de Israel y su aparente aproximación a Irán? Ahmet Davutoglu, ministro de Asuntos Exteriores, dijo en una ocasión que la diplomacia kemalista se caracterizó por "tener músculos poderosos, un estómago débil y un cerebro mediocre". Ahora sostiene que el cambio geopolítico exige una política exterior propia, con más atención a los Balcanes, el Cáucaso, Rusia, Asia central y Oriente Medio. Pero ¿por qué? ¿Dónde está la clave: en la geopolítica o en la lucha por el poder? La Turquía laica, que ve emerger una nueva élite que ya controla la presidencia, el Gobierno y el legislativo, vive instalada en el temor de que el laicismo no haya conquistado el imaginario social de los turcos. Y la nación de los islamistas apoya a quienes exigen otro reparto del poder en Turquía. Las élites kemalistas siguen siendo como un gobierno en la sombra, pero su cúpula militar tiene ahora un perfil discreto ("amagó, pero no dio el golpe", dijo una fuente que prefirió mantener el anonimato, lo que cada vez es más frecuente) y su sector mediático se queja de la presión gubernamental.
La situación, en síntesis, es paradójica: los kemalistas sospechan de los europeos, a los que tienen por tolerantes con los islamistas, y los europeos acusan a Erdogan de no hacer los deberes. En privado, los oficiales europeos acusan a Erdogan de no avanzar en la reforma económica porque tiene miedo a que los sacrificios sociales que exige le debilite ante las elecciones del 2011. Pero si Turquía está harta de Europa, su importancia geopolítica aumentará para Europa.