Preocupa que se imponga dentro de la Iglesia una cruzada para restringir la autonomía personal
Hay imágenes que valen por mil palabras, a condición de que lleven incluidas las mil palabras. La foto de las monjas que limpiaban el altar de la Sagrada Família es tan elocuente porque deja en evidencia al Papa en la polémica, en primerísimo lugar interna, sobre el papel de las mujeres en la Iglesia. La realidad no es tan dura como la imagen, pero la Iglesia vive también de la imagen, y en este punto será negativa mientras no llegue la igualdad, o sea, el sacerdocio femenino.
El Papa no deja de insistir en la supuesta agresividad del laicismo español. ¿Hay anticlericalismo? Sí, pero es residual. Lo que hay es discrepancia sobre el papel de la religión en la sociedad laica. En este sentido, la estrategia vaticana pasa por amparar su agresividad en los ataques que recibe. ¿De verdad está mal visto ser católico? A mi modesto parecer, eso es una invención, malévola y sin ningún fundamento. En España, la Iglesia católica está mucho más protegida que en los estados vecinos. Desde los poderes públicos, todo por la jerarquía. Desde el grueso de la sociedad, sobre todo indiferencia. Desde los medios, incluso los críticos, un enorme respeto por el hecho religioso y por la tradición católica. La agresividad de la Iglesia traduce la propia incomodidad ante el signo de los tiempos llamado autonomía del individuo. Son falsos los términos guerracivilistas del debate.
Es preciso agradecer, por otra parte, el reconocimiento de Catalunya. Y más que se agradecería si el Papa fuese capaz de escuchar a las entidades de la Iglesia, o de tener en cuenta un libro revelador de la disidencia interna, la Carta al Papa, de Lluís Busquets. El problema del Papa no es la desconexión con el grueso de la sociedad, sino la incomodidad, el malestar que causa a la mayoría de gente de su Iglesia.
El problema de la sociedad con la jerarquía se origina en las dos sensibilidades contrapuestas del catolicismo. Preocupa que se imponga en su interior una cruzada para restringir la autonomía personal, que la Iglesia se vaya convirtiendo en refugio de los que no quieren ser conductores de su propia existencia, bajo el dictado de los integristas. La otra Iglesia, la comunidad de creyentes al servicio de todo el mundo que lo necesite, sin contrapartidas, tanto en el orden espiritual como en el material, es bienvenida en todas partes y no despierta ningún tipo de recelo.
Si el Papa dijese que determinados actos, que considera pecados abominables, lo continúan siendo aunque la ley otorgue libertad a los individuos, estaríamos de acuerdo. Ahora bien, como está contra el relativismo moral, no admite que la mayoría encuentre bien lo que él considera abominable. Aquí es donde chocamos. Porque piden que cambien ciertas leyes para que vayan a la cárcel los que tengan otros principios morales. Aquí está el límite, la discrepancia, la divergencia que lleva al enfrentamiento sin posibilidad de conciliación. Y en este posicionamiento, la Iglesia mayoritaria está en desacuerdo con el Papa y de acuerdo con la sociedad.
Quien pretende agredir es el nuevo catolicismo radical que busca cambios legislativos contra la autonomía de la persona y la diversidad de principios éticos. En este sentido, la agresividad descalificadora de los radical-conservadores, sectores dominantes, pero aún minoritarios en Catalunya, contra los liberales dialogantes es toda una lección de cómo van las cosas por dentro. Los integristas católicos se presentan como perseguidos, pero dentro los perseguidores son ellos. Quién entre en internet lo constatará. La divergencia interna es mucho más profunda de lo que se puede observar desde fuera o desde lejos. Unos pretenden dominar la sociedad, convertir la Iglesia en un grupo de presión, los otros pretenden ayudar, convivir y vivir su fe según la propia conciencia. Los unos pagan y mandan, los otros sufren, se aguantan y esperan el cambio. Por ello es tan comprensible y admirable el papel en favor de los equilibrios internos de personas clave como el abad de Montserrat o el arzobispo de Barcelona. También ellos van contracorriente. Su hilo directo con Roma sin pasar por la Iglesia de Rouco es tan positivo como el nombramiento del nuevo obispo de Solsona, el jovencísimo y catalanista, pero no progresista, Xavier Novell.
A pesar de ser alérgico al vaticanismo, y más al reverencial, observo en este viaje papal una ambivalencia que tiene un lado positivo, de abrir puertas, de interlocución, si no en la doctrina, sí con las dos máximas personalidades de la Iglesia catalana, el arzobispo y el abad, que no participan en absoluto de la agresividad de muchos de sus colegas, y que a cambio reciben un amplio y muy general reconocimiento y respeto. Nadie puede predecir el futuro, pero si una conclusión en positivo se puede sacar es esta. Que incluso los mensajes papales más explosivos y radicales no están exentos de autocontención. Que el propio integrismo católico está contrapesado en el interior, de manera que en Europa es improbable, por ejemplo, la adopción del creacionismo que niega a Darwin.
Escritor.
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