En los medios de comunicación españoles ha pasado desapercibida una noticia relevante en el pulso que libran Oriente y Occidente. La Universidad Erasmo de Rotterdam y el Ayuntamiento de la misma capital despidieron el pasado martes al intelectual y teólogo islamista Tariq Ramadan.
Que instituciones como éstas, que han dado muestras casi irracionales de tolerancia, decidan ahora prescindir de los servicios de este autor -que en España fue presentado por el Club de Madrid de Diego Hidalgo o la Fundación Atman de Teresa Aranda como un heraldo del diálogo- quizá ayude a abrir los ojos de algunos.
Explica Ramón Pérez Maura en ABC que el desencadenante del despido es el compromiso profesional de Ramadan con la cadena iraní de televisión «Press TV», el canal de propaganda en inglés de la dictadura iraní.
El Ayuntamiento de Rotterdam tenía a Ramadan al frente de un programa de acercamiento de las comunidades musulmana y no musulmana de la ciudad.
Conviene ahora preguntarse por qué Rotterdam lo consideró idóneo para ese puesto -o por qué las instituciones madrileñas citadas lo convocaron en 2005, cuando casi sólo Gustavo de Arístegui se atrevió a denunciar su presencia.
A este abanderado del «Islam europeo» le gusta hablar del respeto a la ley y la promoción de la democracia, conceptos ambos que sólo tienen un límite: que no contradigan ningún principio islámico.
Así, denuncia la violencia en general pero cree que algunos atentados terroristas islamistas deben ser «contextualizados». Cuando el entonces ministro del Interior Nicolas Sarkozy le retó en un debate televisivo en 2003 a que condenase la lapidación de adúlteras, se limitó a pedir una «moratoria» de esta barbarie.
Por no eternizarnos, recordemos sólo que este Ramadan es el que describe los atentados del 11-M como «intervenciones».
No sólo a la BBC hay que exigirle que hable de «terroristas».