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La miseria del papado

Las últimas palabras de Federico Lombardi, el portavoz del Vaticano, antes de regresar el papa a su lujosa casa, son las acostumbradas en los emisarios de los papas. Es el estilo típico de los altaneros, de los mafiosos y de los cínicos que tienen a un testaferro que les va a "aclarar" sus exabruptos, sus imposturas, sus cacicadas, sus insolencias y su agresión verbal. Lombardi cree aclarar las infaustas palabras de Ratzinger, quien, en el avión que le trajo y antes de aterrizar, comparó el anticlericalismo que hubo en la II República española, con el agresivo laicismo actual en España fruto de la constitución.

Lombardi ha dicho antes de irse con su compadre: "el papa no quiso ser polémico", "quiere encuentro y no choque": la mismísima estrategia de los antes relacionados antes de apuñalar verbalmente al adversario: "yo te respeto, a ti y tus ideas, pero eres un indeseable"…

Está muy vista y oída esa táctica de rufián educado en jesuitas. Está muy manida; una táctica que no sólo desacredita a quien la emplea sino que pone también en evidencia su falta absoluta de imaginación y el indomable dogmatismo propio de quienes se erigen como poseedore de toda la verdad, con exclusión de la verdad de los demás.
 
Esto, la hipocresía, la doble vara de medir, la ley de lo estrecho para los otros y lo ancho para mí que predico; eso, el tener siempre preparado, ante las maniobras y la bribonería de los papas y sus purpurados al servicio de los dictadores sanguinarios, lo mismo que ante los crímenes morales de sus pederastas, el alegato de que ellos, por un lado, también son "humanos” para que les disculpemos su golferío redomado, y, por otro, que son divinos, para que nadie les replique;todo esto es lo que hace superlativamente odioso al papado y a la doctrina social y moral puesta en marcha por el Vaticano hace más o menos dos mil años. Una doctrina y unas prácticas que se han mantenido precisamente veinte siglos, gracias a la ignorancia universal. No es casual que Benedicto haya reunido en Barcelona sólo a la cuarta parte de fieles que su predecesor, Juan Pablo II, en 1982.
 
Dicen que el tiempo pone a cada uno en su lugar. Pues bien, el siglo XXI, el siglo del conocimiento, de la información y de la inteligencia al alcance de los 6 mil millones que pueblan el planeta está descubriendo toda la maquinación, toda la prestidigitación, toda la impostura delPoder y los poderes, pero también la frivolidad teológica del catolicismo. Y no sólo eso, es que el siglo XXI está asistiendo, impávido, a la roma inteligencia del papado que se resiste tercamente a perder el poder terrenal y a ir descalzo o en asno por el mundo si es que desea "reevangelizarlo", como ha dicho también en Barcelona. Ignora, el necio, que, ya sólo es eso lo único que le queda para redimirse y congraciarle, a él como a su Iglesia, con Cristo y con su Dios.

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