Lo primero que destaca el científico es el diferente origen de las alas de ángeles, cupidos, dragones y hadas. En los dos primeros casos, se trata de alas con plumas, similares a las de las aves; pero con un origen diferente dado que no son adaptaciones de las extremidades anteriores: ángeles y cupidos tienen brazos. Sus cuerpos tampoco sufren una reducción de peso respecto a los simples humanos: los ángeles tienen cuerpos normales y los cupidos, un evidente sobrepeso, son bebés regordetes. Las alas de los dragones parecen haber evolucionado de unos miembros anteriores cuyo esqueleto estaría, al igual que en los murciélagos y los pterosaurios, recubierto por una membrana; y las de las hadas tienen aspecto de ser de insecto. El problema es que para volar no basta con tener alas, sino que ha de existir también un entramado muscular que haga posible aletear, recoger, extender y mantener rígidos esos apéndices cuando sea necesario.
Wotton no aprecia en las representaciones artísticas de los cuatros seres imaginarios rastro alguno del entramado muscular imprescindible para que alcen el vuelo. Los delegados celestiales y los emisaros del amor ni siquiera podrían planear, y los dragones planearían con vientos fuertes si tuvieran unas alas lo suficientemente resistentes, que quizá pudieran usar también como paracaídas al estilo de las ardillas voladoras cuando se tiran de los árboles. Pero ¿desde dónde se iban a lanzar los dragones al planear? Las hadas tampoco tendrían mucho futuro en el aire, según el científico. "La deformación del tórax necesaria en las hadas para que volaran con alas de mariposa sería muy incómoda. Por supuesto, las hadas no pueden volar". Las alas tienen, no obstante, una utilidad para todos estos seres imaginarios: los convierten en emisarios de los Cielos (ángeles)" y del amor (cupidos), hacen que puedan viajar rápido entre su mundo y el nuestro (hadas) y les permiten expandir el mal más por todo el mundo "y escapar de santos con lanzas" (dragones).