Érase una vez dos exploradores que llegaron a un claro de la jungla donde crecían muchas flores. Pasmados ante tal belleza uno dice: “Un jardinero se ocupa de este lugar”. Pero el otro no está de acuerdo: “No hay ningún jardinero”. Montan sus tiendas y a pesar de realizar una vigilancia continua nunca llegan a ver al supuesto jardinero. “Quizá sea invisible”, piensan. Deciden instalar una valla de alambre de espino electrificada y patrullar el perímetro con perros policías, pues uno de ellos recuerda que en la novela El hombre invisible de H. G. Wells se le podía oler y tocar. Ningún grito les induce a sospechar que algún intruso ha recibido una descarga, ni ningún movimiento de la verja apunta a un escalador invisible. Los sabuesos nunca ladran.