Lucía S., estudiante de 19 años, ha interrumpido su embarazo con la ley de plazos aún vigente
Lucía wasapea a la velocidad de la luz. “Perdona, estoy haciendo un trabajo en equipo y me estoy coordinando”, dice. Deja el móvil sobre la mesita de café y fija la mirada. “Estoy muy segura de que nadie planea quedarse embarazada para abortar, pero si ocurre y no puedes tenerlo o no lo deseas… No entiendo ese afán por someter a las mujeres y criminalizarlas”, declara. Hace unos meses que esta estudiante de Sociología de 19 años interrumpió su embarazo. Estaba de siete semanas y cuenta que estuvo segura de su decisión desde el primer momento. “No quiero ser madre aún. No me siento capaz de cuidar de otro ser humano. Mírame”, dice. “No es cuestión de medios económicos, como algunos dicen, o de falta de apoyos… tengo pareja, vino conmigo a la clínica y él también tiene claro que no es el momento”, dice.
La joven se enrolla constantemente un mechón de pelo castaño entre los dedos. Lo lleva recogido en un moño que se ajusta de cuando en cuando. Viste vaqueros y un jersey de lana azul. Sonríe y bromea con su atuendo. “Algunos nos pintan como si fuéramos brujas. Somos igualitas, ¿verdad?”, ironiza. Lucía, que quiere dedicarse a la investigación, no ha tenido que justificar su decisión para interrumpir su embarazo. La ley de salud sexual y reproductiva permite el aborto libre (sin alegar ningún supuesto) hasta la semana 14 de gestación. Una ley que eliminará la futura ley orgánica de protección de la vida del concebido y derechos de la mujer embarazada. Una norma con la que esta estudiante no está de acuerdo. “Solo con el nombre de la ley queda claro que el Gobierno quiere coartar la libertad de las mujeres. Nos contempla solo como úteros vivientes, sin derechos frente a un ente que es aún abstracto”, sostiene.
Ha crecido en un país donde esta prestación sanitaria está cada vez más normalizada y no entiende cómo una realidad social aceptada y que tanto costó conseguir puede cambiar. Explica que le contó a su madre y a sus amigas que iba a abortar. También que su madre y su tía siempre relatan que alguna conocida tuvo que viajar a Londres para interrumpir su embarazo. “Mi madre, que está separada, fue con sus amigas a la manifestación contra la reforma de la ley. Como todas tienen claro que es un retroceso impresionante”, dice.
Ella fue con un grupo de compañeras de la facultad. Se pusieron camisetas de color violeta sobre los abrigos y salieron a las calles de Madrid a gritar por el aborto libre, seguro y gratuito. “Y lo volveré a hacer”, afirma. “Cada vez tengo más claro que con esta ley el Gobierno está pagando un peaje a la Iglesia. Es decepcionante vivir en un país en el que nuestros derechos cuentan tan poco”, abunda. Lucía asegura que no siente simpatía por “ninguno de los dos partidos grandes”. Sin embargo, reconoce que está cada vez más cerca de los movimientos feministas. “Siempre he creído en la igualdad, es obvio, pero esto es más y nos movilizaremos: acción-reacción”.
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