Desde los acontecimientos de Creil en 1989 (tres niñas musulmanas fueron expulsadas de su colegio en esa localidad francesa por llevar el velo), la Liga de los Derechos Humanos (LDH) ha mantenido con firmeza su posición, añadiéndose a la crítica del pañuelo y el velo en nombre de la liberación de la mujer y rechazando toda ley excluyente, estigmatizadora y usurpadora de las libertades públicas. Y hoy comprobamos que esta posición es la de numerosos ciudadanos y responsables políticos y, en especial, la de la Comisión Nacional Consultiva de los Derechos Humanos, precisamente cuando el debate se crispa.
Mucho más restrictivo que el pañuelo hemos visto el uso, ultraminoritario pero espectacular, del velo integral. El gobierno ha iniciado un debate sobre la identidad nacional que la opinión pública identificó inmediatamente como un debate sobre el Islam. Y el Primer Ministro nos anuncia una ley prohibiendo el uso del burqa.
Digámoslo de entrada y para salir de la confusión, que hablar del «burqa» es un abuso lingüístico, ya que esta palabra se refiere a la vestimenta generalmente azul y totalmente cerrada, con una malla delante de los ojos, impuesta a las mujeres por la sociedad afgana. El velo integral negro de origen saudí es una negación restrictiva de la persona pero no remite al horror criminal de los talibanes. Dramatizar el debate, aunque sea necesario, no es inocente. Queremos afirmar algunos elementos esenciales.
1. La laicidad no tiene nada que ver en la cuestión del velo integral
Los legisladores de 1905 se negaron rotundamente a reglamentar la vestimenta considerando que era ridículo y peligroso; preferían ver a un canónigo en sotana en el Parlamento antes que verlo como mártir. La laicidad que nos legaron y a la que estamos fuertemente atados es la estructura que permite vivir juntos: por arriba, la comunidad de los ciudadanos iguales, la voluntad general, la democracia; por debajo las comunidades parciales, sindicatos, asociaciones, iglesias, una socialización múltiple y libre que hasta puede manifestar o manifestarse en el espacio público, pero en ningún caso infringir la voluntad general y, finalmente, la singularidad de los individuos que escogen libremente y combinan entre ellos sus creencias y sus filiaciones.
En consecuencia la política no tiene que mezclarse ni tratar a una religión de una manera diferente a las demás. La ley no tiene que reglamentar las convicciones íntimas que supone en los individuos. La República no tiene que decir qué es aceptable y qué no lo es, sino que debe proteger de igual manera a todos los que residen en su territorio, salvo si afectan el orden público. El pluralismo religioso y cultural es constitutivo de la unidad que siempre ha vivido Francia al margen de de desviaciones fanáticas, integristas o sectarias, deplorables pero efímeras. Dejemos entonces tranquila a la laicidad.
2. La igualdad entre hombre y mujer espera una verdadera política
El argumento principal, y completamente justificado en el fondo, contra la utilización del velo, es que éste señala de manera radical la subordinación de las mujeres. Es el caso si la utilización del velo es impuesta por el marido u otro hombre de la familia. En ese caso Francia dispone de medios legales que permiten que la mujer presente denuncia por coacción o secuestro y que obtenga el divorcio declarando culpable a su marido; sabiendo por supuesto que dar ese paso puede ser difícil para ella.
Pero puede tratarse también, como lo acreditan numerosos testimonios, de una servidumbre voluntaria. Y la libertad nunca se impone por la fuerza; debe ser el resultado de la educación, de las condiciones sociales y de una elección individual. No se libera a las personas a pesar de ellas, sólo se puede ofrecerles las oportunidades para su liberación. Para que progresen la igualdad y la participación entre los hombres y las mujeres, tarea apremiante, hay que promover en los campos educativos, salariales y profesionales políticas de derechos sociales y un mayor acceso a la sanidad y al control de la natalidad. Estos problemas conciernen a millones de mujeres en la Francia de hoy y no se tratan, en absoluto, como prioridades. Una fijación sobre algunos cientos de casos ciertamente no hace que avance la igualdad la cual, al contrario, reclama la recuperación de la solidaridad entre todas las mujeres.
3. Una escalada de discriminaciones no es la solución
La cuestión del velo integral remite en realidad a un malestar profundo de las poblaciones involucradas, a las cuales la República no pudo o no fue capaz de dar un lugar. De ahí la aparición de vestimentas y costumbres cuyo significado es muy complejo, desde las adolescentes de los suburbios que llevan un pañuelo como seña de identidad hasta ese velo integral que es una paradoja: al mismo tiempo esconde a la persona y es un signo ultravisible y provocador de un rechazo de las normas sociales, bajo el pretexto unas veces de la religión y otras del pudor. Aunque reprobamos esta elección, no es razón para deshumanizar a las mujeres reduciéndolas a una abstracción y excluyéndolas de la vida pública.
Prohibir el velo es reafirmar la situación de estas mujeres haciéndolas doblemente víctimas, absurdo resultado de una voluntad pretendidamente liberadora. Llevarían en soledad el peso de una prohibición impuesta en gran medida por la dominación masculina y esta nueva prohibición las excluiría de un golpe de la ciudadanía. En cambio todos los musulmanes, incluidos los hombres, se sentirían heridos por una ley que sólo afectaría al Islam.
4. Derechos y libertades
Además eso significaría abrir un camino muy peligroso en términos de libertades públicas. Reglamentar los vestidos y las costumbres es una práctica dictatorial; bien sea de modo discriminatorio, para señalar a una población determinada, o al contrario por la imposición de una norma universal. Tanto obligar a las mujeres a llevar el velo como prohibir que oculten su rostro (salvo en los casos previstos en los que hay que demostrar la identidad) son prácticas igualmente liberticidas.
Si aparece semejante hipótesis es porque se ha envenenado profundamente a la sociedad francesa con ideas procedentes de la extrema derecha que se han infiltrado hasta la izquierda: el miedo a los inmigrantes, a los extranjeros, los resabios de la historia colonial, la tentación del autoritarismo. La LDH tiene otra idea muy diferente de la democracia, de los derechos, de la igualdad y de las libertades.
5. Vivir juntos
La LDH rechaza los términos de un debate instrumentalizado que corre el riesgo de desembocar en una ley perversa y peligrosa. Millones de musulmanes viven en Francia y muchos viven mal. No es un Ministerio de la Identidad Nacional el que resolverá sus problemas y les ofrecerá un futuro, sino las políticas sociales y antidiscriminatorias. Es un trabajo político, cívico y de reflexión sobre las condiciones para «vivir juntos». También es la responsabilidad individual y colectiva, por ejemplo, para quienes sin tener la nacionalidad francesa residen en Francia y quieren ejercer el derecho a votar.