La historia de la iglesia cordobesa cuenta en su haber con algunas figuras relevantes. Entre ellas, resulta poco conocida la de uno de sus canónigos, el gaditano José Manuel Gallegos Rocafull, quien, debido a su posición favorable a la República durante la guerra civil, tuvo que salir al exilio y murió en México en 1963
Allí participó en muchas actividades que no voy a detallar en este momento, sólo recordaré que en 1958 pronunció una conferencia en la Casa de Andalucía en México D.F. titulada «Andalucía desde el destierro», donde evoca su visión del exilio, y desde luego tiene muy presente a Córdoba. En su evocación señala: «Ahí está la torre de la catedral con sus campanas encaramadas sobre un minarete, calladas, altivas, ajenas al parecer a lo que pasa allá abajo, ensimismadas en un sueño letárgico, duras como su bronce y como él mudas, pero que llegue su hora, esas horas de plenitud que tienen todos los pueblos y abundan en el andaluz, en que su sol está en el cenit y a su luz aparece claro un quiebro de su destino, el que expresa la voz de Séneca, o el movimiento de los mozárabes de san Álvaro, o la invasión de los árabes, o las vicisitudes de la Reconquista».
Me interesa destacar el primer párrafo, donde cita a la catedral, pero también habla de campanas instaladas en un minarete, es decir, un alminar, la torre de las mezquitas desde la cual se llama a la oración a los fieles. Quizás sin quererlo estaba resaltando la característica de un edificio en el que resulta imposible no ver la mezcla de elementos simbólicos de dos religiones. Todo aquel que entra alguna vez a la mezquita de Córdoba se siente sobrecogido, incluso quines la hemos visto cientos de veces sentimos algo especial cuando paseamos entre esa inmensa geometría de columnas. Entre ellas, nos sorprende la construcción de la catedral católica, se podría decir que ya nos hemos acostumbrado a verla, pero no deja de parecer un añadido, un cuerpo extraño, aunque gracias a él se haya salvado el conjunto.
Los cordobeses y los visitantes seguiremos viendo siempre una mezquita, lo cual no significa que no seamos conscientes de que estamos ante un templo de culto católico. La ciudad de Córdoba es conocida por su mezquita, que con el paso de los siglos se ha convertido en el punto de atracción para los visitantes de la ciudad. Nunca he encontrado a nadie que se sintiera confundido por esa denominación. Por ello, resulta incomprensible la petición del obispo de Córdoba. Nadie le va a pedir que en los documentos internos y oficiales de su obispado figure el término mezquita, pero cuando se hace referencia a ese edifico como elemento arquitectónico, como parte del patrimonio histórico cordobés, no puede plantear que desaparezca lo que una buena parte del edificio fue, una mezquita.
Los ciudadanos no experimentamos ninguna confusión, y en mi opinión tampoco los creyentes. Con propuestas de este tipo lo único que se consigue es generar una polémica innecesaria, entre otras cosas porque la propia iglesia reconoce esa dualidad del edificio, baste con recordar una reciente publicación del Cabildo Catedral, esa excelente obra de la cual es autor el arquitecto Gabriel Ruiz Cabrero, cuyo título es: «Dibujos de la Catedral de Córdoba. Visiones de la Mezquita». ¿Pedirá el obispo que de sus propias publicaciones también desaparezca la alusión a la mezquita?
Allí participó en muchas actividades que no voy a detallar en este momento, sólo recordaré que en 1958 pronunció una conferencia en la Casa de Andalucía en México D.F. titulada “Andalucía desde el destierro”, donde evoca su visión del exilio, y desde luego tiene muy presente a Córdoba. En su evocación señala: “Ahí está la torre de la catedral con sus campanas encaramadas sobre un minarete, calladas, altivas, ajenas al parecer a lo que pasa allá abajo, ensimismadas en un sueño letárgico, duras como su bronce y como él mudas, pero que llegue su hora, esas horas de plenitud que tienen todos los pueblos y abundan en el andaluz, en que su sol está en el cenit y a su luz aparece claro un quiebro de su destino, el que expresa la voz de Séneca, o el movimiento de los mozárabes de san Álvaro, o la invasión de los árabes, o las vicisitudes de la Reconquista…”.
Me interesa destacar el primer párrafo, donde cita a la catedral, pero también habla de campanas instaladas en un minarete, es decir, un alminar, la torre de las mezquitas desde la cual se llama a la oración a los fieles. Quizás sin quererlo estaba resaltando la característica de un edificio en el que resulta imposible no ver la mezcla de elementos simbólicos de dos religiones. Todo aquel que entra alguna vez a la mezquita de Córdoba se siente sobrecogido, incluso quines la hemos visto cientos de veces sentimos algo especial cuando paseamos entre esa inmensa geometría de columnas. Entre ellas, nos sorprende la construcción de la catedral católica, se podría decir que ya nos hemos acostumbrado a verla, pero no deja de parecer un añadido, un cuerpo extraño, aunque gracias a él se haya salvado el conjunto.
Los cordobeses y los visitantes seguiremos viendo siempre una mezquita, lo cual no significa que no seamos conscientes de que estamos ante un templo de culto católico. La ciudad de Córdoba es conocida por su mezquita, que con el paso de los siglos se ha convertido en el punto de atracción para los visitantes de la ciudad. Nunca he encontrado a nadie que se sintiera confundido por esa denominación. Por ello, resulta incomprensible la petición del obispo de Córdoba. Nadie le va a pedir que en los documentos internos y oficiales de su obispado figure el término mezquita, pero cuando se hace referencia a ese edifico como elemento arquitectónico, como parte del patrimonio histórico cordobés, no puede plantear que desaparezca lo que una buena parte del edificio fue, una mezquita.
Los ciudadanos no experimentamos ninguna confusión, y en mi opinión tampoco los creyentes. Con propuestas de este tipo lo único que se consigue es generar una polémica innecesaria, entre otras cosas porque la propia iglesia reconoce esa dualidad del edificio, baste con recordar una reciente publicación del Cabildo Catedral, esa excelente obra de la cual es autor el arquitecto Gabriel Ruiz Cabrero, cuyo título es: “Dibujos de la Catedral de Córdoba. Visiones de la Mezquita”. ¿Pedirá el obispo que de sus propias publicaciones también desaparezca la alusión a la mezquita?
José Luis Casas Sánchez es Profesor de Historia