Desde mi punto de vista, el señor Wert no puede pretender que aquellos a quienes agravia con sus decisiones olviden ultrajes y rencores
La Secretaria de Estado de Educación ha calificado a los alumnos más brillantes de la universidad que, en la entrega de los Premios Nacionales Fin de Carrera del curso 2009-2010, han negado el saludo al ministro de Educación, de poco coherentes y nada respetuosos con el señor Wert. Por lo visto lo coherente es prometer el oro y el moro a los incautos votantes españoles para alcanzar el poder y, una vez instalados en él, olvidarse de las promesas electorales porque antes de cumplir con lo prometido hay que hacer lo que se tiene que hacer, Eso sí que es un alarde de coherencia.
¿Por qué deberían estos alumnos, los mejores de nuestras facultades, aceptar con sumisión que un ministro esté desmantelando, esperemos que no de manera irreversible, todo un sistema educativo público que, si ciertamente contiene aspectos que deben ser mejorados, ha conseguido que millones de españoles tengamos una preparación infinitamente superior a la de nuestros padres y abuelos, a pesar de no contar con medios propios suficientes?
Se les pide a estos jóvenes, que representan la excelencia de nuestro sistema educativo, manifestar afecto o respeto a la máxima autoridad educativa del Estado y que renuncien a la dotación del premio, como si estos galardones que recibían de manos de Wert fueran una concesión magnánima del ministro o un regalito de la Subsecretaria de Estado, cuando lo cierto es que estos distinguidos estudiantes se han hecho acreedores a estas menciones honoríficas por méritos propios, con gran esfuerzo y obteniendo unos extraordinarios resultados a lo largo de sus estudios superiores. ¿Por qué han de estrechar la mano a alguien que, si no se pone remedio, puede hacer que gente como ellos nunca más participe en una celebración de este tipo porque el principio de igualdad de oportunidades haya sido suprimido?
Hay quienes exigen cortesía para con un ministro que ha hecho caso omiso de los informes negativos del Consejo Escolar del Estado sobre su Ley de Calidad Educativa; y quienes reclaman urbanidad para con alguien que habla de diálogo cuando en ningún momento ha contado para enriquecer su proyecto de ley con las aportaciones de asociaciones de padres, asociaciones de estudiantes o del profesorado; piden que estos jóvenes saluden a un ministro que ha decidido eliminar las ayudas de movilidad entre diferentes centros de nuestro país y que suprime las becas para estudiar idiomas en el extranjero; quieren que se tengan buenos modales con un ministro bajo cuyo mandato el precio de las matrículas se ha disparado en muchas universidades y que, a la par, congela, endurece o directamente elimina las becas; determinan que se sea gentil con un ministro que obliga sin buscar consenso alguno entre la comunidad educativa a que la religión, una cuestión de fe y de dogma a años luz de la razón y del pensamiento autónomo, se imparta en los centros educativos al mismo nivel que la ciencia, una disciplina alejada de la magia y basada en la observación, en la experimentación, en la discusión, en la controversia y en la refutación para alcanzar a explicar lo que nos rodea. Definitivamente, lo que Wert está haciendo con la educación pública, al dictado de la conferencia episcopal y de los sectores más reaccionarios del PP, sí que es una verdadera falta de respeto, aunque muy coherente con su ideología.
Así que, desde mi punto de vista, el señor Wert no puede pretender que aquellos a quienes agravia con sus decisiones olviden ultrajes y rencores y a su bofetada en forma de Ley de Educación respondan con una sumisa inclinación de cabeza o un respetuosísimo apretón de manos. Eso sí que carecería de toda coherencia.
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