El jesuita Federico Lombardi ha sido y continuará siendo el único contacto con el mundo hasta el momento en que se eleve la «fumata blanca» y el francés Jean-Louis Tauran pronuncie la fórmula «Habemus Papam».
Después de una semana de diálogos formales, en las llamadas Congregaciones Generales, e informales, en los pasillos y en los ámbitos reservados, de los que participaron tanto los cardenales electores (menores de 80 años) como aquellos que no estarán en la Capilla Sixtina a la hora de votar, finalmente el martes dará comienzo el cónclave del que surgirá el nuevo pontífice de 120 millones de católicos de todo el mundo. Los antecedentes, pero también las negociaciones realizadas en estos días con la clara intención de afinar las candidaturas, indican que las sesiones de votación no deberían prolongarse más allá de dos o tres jornadas. No sorprendería tampoco que los 115 electores lleguen a un rápido acuerdo. Se necesitan 77 votos para elegir el nuevo papa.
Si bien se había especulado con el inicio inmediato del cónclave tras la renuncia de Benedicto XVI hecha efectiva el pasado 28 de febrero, la razón fundamental por la que se demoró tuvo que ver con el hecho de que los cardenales no se conocen suficientemente entre sí (provienen de 51 países y han tenido, salvo los llamados “curiales”, pocos espacios previos de contacto e intercambio) y en la necesidad de buscar formas de consenso. Las reuniones previas sirvieron para escucharse, intercambiar, negociar. La fecha del inicio del cónclave de electores fue la primera fuente de diferencias. Los cardenales que habitualmente trabajan en la curia vaticana y los italianos preferían una convocatoria rápida y una elección igualmente veloz. Esto les habría dado una doble ventaja: el voto hacia los más conocidos (entre los cuales se cuentan ellos mismos) y que se ventilaran lo menos posible los datos de corrupción, malversación de fondos y desmanejos en el gobierno central de la Iglesia Católica Romana que afecta principalmente a los miembros de la curia vaticana.
Benedicto XVI había guardado en secreto los resultados de una investigación especial que solicitó a los cardenales Julián Herranz (español, 82 años), Salvatore De Giorgi (italiano, 82), y Jozef Tomko (eslovaco, 88). De esto querían hablar los “extranjeros”. Querían conocer el contenido de ese informe. También detalles en torno de lo que se denominó “Vatileaks”. No se sabe a ciencia cierta cuánto de esto se ventiló en las sesiones de las congregaciones generales en las que aproximadamente cien cardenales (electores y no electores) hicieron uso de la palabra. Si los curiales y los italianos perdieron a la hora de acelerar la votación, triunfaron a la hora de imponer secreto a lo hablado en el aula de sesiones, hasta el punto de que los cardenales norteamericanos, más propensos a un dialogo fluido con la prensa, se vieron obligados a cancelar sus diarias conferencias de prensa. El vocero oficial, el jesuita Federico Lombardi, ha sido y continuará siendo el único contacto con el mundo hasta el momento en que se eleve la “fumata blanca” y el francés Jean-Louis Tauran pronuncie la fórmula “Habemus Papam” anunciando al mundo que la Iglesia Católica Romana ha elegido a su pontífice número 266.
Es posible también que, pese a los diálogos previos, la votación secreta se bloquee por votos cruzados que actúen a la manera de un veto entre grupos. Un acuerdo parece existir: elegir un papa “joven”, de entre 60 y 70 años, que pueda conducir a la Iglesia por un período no menor a los diez años, y que tenga el dinamismo suficiente para afrontar los problemas actuales.
Entre los pocos temas que se filtraron de lo hablado en las congregaciones generales se sabe que hubo muchas referencias a la necesidad de reformar la curia vaticana, de actualizar la forma de gobierno de la Iglesia Católica Romana hoy demasiado centralizado en el Vaticano y de trabajar en mayores niveles de transparencia institucional y de severidad respecto de asuntos tan graves como la corrupción económica y la pedofilia. Menores menciones hubo –aseguran quienes estuvieron cerca– a otros aspectos doctrinales y normativos como el acceso de la mujer al sacerdocio, el celibato obligatorio para los curas, el aborto, la moral sexual y familiar.
Un tema que fue creciendo en los últimos días, especialmente por parte de los cardenales no italianos y alejados de la curia vaticana, ha sido el del ecumenismo y la unidad de los cristianos, dos cuestiones relegadas tanto por Benedicto XVI como por su antecesor, Juan Pablo II. Algunos obispos y cardenales consideran un “escándalo” que los cristianos estén divididos. Otros, más pragmáticos, entienden que es imprescindible que los cristianos se unan ante el avance del islamismo en el mundo.
Pocas horas antes de iniciarse la votación vuelve la pregunta sobre los nombres. Los “vaticanistas” arriesgan hipótesis, pero en realidad nadie sabe a ciencia cierta lo que puede resultar una vez que comience la dinámica de los sufragios. Las primeras rondas darán un indicio y eso puede “reacomodar” adhesiones y rechazos. Pero ese dato sólo lo tendrán los propios cardenales electores, porque ningún resultado trascenderá, al menos inmediatamente, los límites de la Capilla Sixtina. Las papeletas en las que los cardenales escribirán a mano el nombre de su predilecto serán quemadas después del escrutinio hecho por los tres cardenales elegidos para esa función.
Los nombres de los “papables” siguen siendo los mismos que en los días previos, con el agregado del húngaro Peter Erdo (60 años), arzobispo de Esztergom-Budapest y presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa. Puede ser un candidato de alternativa para los europeos si los cardenales deciden no volver a poner a un italiano al frente de la iglesia. Los nombres de los italianos siguen siendo los ya mencionados: Gianfranco Ravasi (70 años), un académico que revista actualmente en la curia vaticana, y Angelo Scola (71), arzobispo de Milán, según se dice uno de los “predilectos” de Ratzinger. Christoph Schoenborn, austríaco, arzobispo de Viena, de 67 años, es otro de los europeos mencionados. Entre los de América del Norte se señala al muy popular arzobispo neoyorquino Timothy Dolan (62) y al canadiense Marc Ouellet (68), hoy titular de la estratégica Congregación para los Obispos. A ellos se ha sumado en las últimas semanas el nombre del cardenal estadounidense Sean O’Malley (68), franciscano y de habla hispana, a quien se le asigna mucho éxito en haber limpiado de curas pedófilos la diócesis de Boston, tarea que le fue encargada hace diez años.
Entre los latinoamericanos se sigue indicando al muy conservador arzobispo de San Pablo, Odilio Scherer (63), quien contaría con apoyo de muchos italianos para el caso de no poder imponer a un candidato propio, y Joâo Braz de Avis (65), arzobispo de Brasilia, a quien presentan como más abierto y progresista. Siguen en carrera, aunque con pocas probabilidades, el hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga (71), arzobispo de Tegucigalpa, y el argentino Leonardo Sandri (69). Entre los africanos se menciona al cardenal Peter Turkson, ghanés de 64 años, actual responsable de la Comisión de Justicia y Paz del Vaticano, y de Asia a Luis Tagle (55), arzobispo de Manila.
Habrá que esperar, sin embargo, para ver si se cumple aquella máxima romana que dice que “quien entra papa sale cardenal”. La incógnita quedará develada en el correr de la semana y la elección del nombre que haga el nuevo pontífice puede ser el primer indicio del camino a seguir. También el posible anuncio de un concilio, máxima asamblea de la Iglesia Católica, podría ser un dato de importancia: la determinación de asumir en forma colegiada los problemas actuales del catolicismo.