¿Dónde está Laos? Esa es la pregunta que probablemente se plantee el lector al detenerse en el título de esta primera carta que inaugura esta columna del mismo título. Laos, desde donde escribo, no es un país, a diferencia de la enigmática República Democrática Popular Lao en el sureste asiático. Tampoco es territorio alguno caracterizado por asombrosos rituales de paso e insólitas formas de cortejo y enamoramiento. Muy al contrario, Laos, desde donde escribo, es una concepción de la convivencia social, una responsabilidad ante la libertad de conciencia y ante la igualdad jurídica, un compromiso con la democracia, una lealtad a la ciencia, a la filosofía y a sus respectivos pasados, un respeto por los derechos humanos, una voz de solidaridad con los que padecen la violencia religiosa. Laos también es una crítica de la presión y del victimismo que ejercen las religiones–con independencia de sus protagonistas y su marco de creencias- contra el pluralismo de convicciones, la convivencia pública, imparcial y fraternal. Laos es el lugar desde donde se denuncian los privilegios y las usurpaciones que son tolerados y hasta fomentados desde el sacrosanto criptoconfesionalismo constitucional español de 1978.
Laos, por tanto, no puede localizarse a través de ningún tipo de dispositivo telemático del estilo de google earth. Si Laos posee alguna extensión es sólo la de su campo semántico, terreno que debemos hallar en la Grecia clásica. Laos significa “pueblo, multitud indiferenciada”. Del griego lo toma el Cristianismo para oponerlo a kleros “jerarquía eclesiástica, autoridad de la ekklesía” y así el latino laicus, significa “que no tiene órdenes religiosas o que no pertenece al clero”. ¿Por qué toma el Cristianismo este término del griego? La ekklesía, “comunidad de los fieles” es, en la proclamación prepascual, una asamblea informal de creyentes expectantes de la inminencia de la instauración del Reino escatológico-mesiánico prometido por Yahvé a los fieles de Israel. Sin embargo, en la proclamación postpascual, el misterio de la encarnación y resurrección de Cristo, trasmuta la antigua asamblea escatológica de láos tou Theou “pueblo de Dios”, en ekkesía tou Theou “Iglesia de Dios” (San Pablo, Cor. I, 12-12; Efes. 1.22-23). Sólo desde esta segunda tradición se entiende el uso católico de laicos como los fieles que realizan su apostolado fuera de las órdenes religiosas, es decir, como seglares.
De hecho, el laicismo como concepción filosófico-política encuentra su génesis secularizada directamente en laos “pueblo, muchedumbre”, significado que comparte con el término griego demos “conjunto de ciudadanos libres, asamblea popular”, lo que muestra una sugerente similitud semántica. La comunidad política, el demos, se constituye en poder político con el desarrollo de la democracia, de tal modo que, con ella, el laos, el pueblo o comunidad humana, sale de su indeterminación emancipándose de tutelas monárquicas y aristocráticas. Así, el laicismo se constituye, como claramente expone Gonzalo Puente Ojea, en un principio indisoluble de la democracia, en la medida en que ésta se constituye como ciudad de todos, con toda su diversidad de convicciones –sean o no religiosas-.
Estas Cartas desde Laos, en fin, poseen el propósito de compartir con el lector una lectura laicista de la realidad, un laicismo que no tiene por objeto la religión misma, cuya legitimidad queda fuera de todo debate, sino su estatuto legal y el establecimiento de las condiciones jurídicas, políticas y sociales idóneas para el desarrollo pleno de la libertad de conciencia.
Laos, desde donde escribo, no es tierra de exclusiones, ni es un lugar antirreligioso. En Laos nunca se ha creído que la Iglesia que más luce sea la que arde, ni se piensa que el anticlericalismo es sinónimo de violencia alguna. En lo que sí se cree es que para violentar, golpear, asesinar, humillar o, meramente, criminalizar es más fácil tener enfrente a un enemigo que a un igual. Y que la difamación nunca es ni desinteresada, ni inocente.
Una vez que la jerarquía eclesiástica católica fue capaz de entender, allá por el siglo XIX, que la democracia y el racionalismo eran conquistas históricas de voluntad universal, el Papa León XIII enmendó la plana a Pío IX y buscó estrategias evangelizadoras “adaptadas a los tiempos”. No obstante el espíritu de Pío IX permaneció y Pío XI, el Papa amigo del fascismo, contribuyó a la condena de todo resquicio a tolerar la separación entre el Trono y el Altar, entre el poder político y el “poder” eclesiástico, hasta el Concilio Vaticano II, donde se entiende que la separación ya no es obstáculo, sino liberación. Una obra que ilustra ejemplarmente esta situación es La política de los Papas en el siglo XX, del historiador alemán Karlheinz Deschner.
Por un lado, anticlerical no es más que aquél que critica o denuncia los privilegios de una asociación de creyentes bajo el rótulo de “Iglesia”. Por otro lado, la antirreligiosidad es propia de Estados ateos que pretenden la imposición de la ausencia de creencias religiosas y sus prácticas. En Laos, por el contrario, existe irreligiosidad, arreligiosidad si se quiere, pero nunca rechazo de la religión entendido como un combate frente a la diversidad de convicciones organizadas para una convivencia compartida. Religiosidad, ateísmo, agnosticismo, indiferencia son subconjuntos dentro del conjunto que alberga la pluralidad de convicciones posibles de la conciencia.
¿Por qué no es posible entender que se puede ser católico, ateo o amante del nudismo y vivir en Laos? La clave reside en saber que Laos no es un lugar de convicciones, sino el lugar donde se organizan las convicciones, el lugar que permite aplicar la regla fundamental del Estado de Derecho: la protección de su pluralismo en pie de igualdad por medio de la libertad de conciencia. El resto no es más que difamación: diversidad de formas para legitimar componendas que habilitan las múltiples variedades de los privilegios económicos, educativos y patrimoniales otorgados a la Iglesia Católica a cambio de convertir un levantamiento militar sin aceptación popular y contra la democracia en una cruzada de salvación, terror y exterminio. Basta con leer el libro del honesto Padre Josep M. Llorens, conocido como Joan Comas, titulado La Iglesia contra la República Española.
Una última cuestión antes de comenzar: ¿por qué escribir desde Laos? La corrupción, la estafa financiera, la pobreza, ¿no poseen una urgencia inigualable? Lejos del ornato caprichoso y del oculto resentimiento, desde Laos escribo sencillamente por memoria y amor a un futuro sin sectas, por justicia y por dignidad democrática ciudadana. La prueba de esas cuatro exigencias reside en que Laos, de hecho y de derecho, se encuentra en el destierro y desde el exilio tomo la palabra. Ese es el punto de partida, estremecedor e inocente al mismo tiempo. Levantan acta de esa realidad los preconstitucionales Acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede de 1976 y 1979, la Constitución Española de 1978 y la Ley de Libertad Religiosa de 1980. El resto son sucedáneos y entretenimientos.
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