Se le atribuye a Gandhi una frase que es muy elocuente para los que pretendemos entender la vida, a nosotros mismos y al mundo que nos rodea: "Religión y espiritualidad son cosas muy diferentes". Se suele identificar, quizás por tantos siglos de hegemonía religiosa, la espiritualidad con las creencias dogmáticas que propugnan las religiones, y éste es un concepto que, aunque sigue siendo válido para muchos ciudadanos, para otros no lo es en absoluto. Y no lo es porque muchas personas, alejadas de todo dogmatismo irracional, encuentran sin ningún tipo de problema su “espiritualidad” en los propios dominios humanos.
Debe ser ardua tarea el empeñarse en que millones de ciudadanos crean en unos preceptos desmentidos con rotundidad por la historia y por la ciencia. Espero que no lo hagan con los métodos de antaño, ni empleen ningún tipo de agresión física ni psíquica para conseguir adhesiones, porque si nos remontamos a las millones de muertes que conllevó la evangelización del continente americano el tema se intuiría serio.
Muy distinto es, sin embargo, tener la pretensión de que la sociedad avance por los caminos del bien, del amor al prójimo, de la solidaridad, de la fraternidad y de la moral profunda que es el respeto a todos los seres (humanos o no humanos) que habitamos este planeta. Creo que ése es un empeño con el que nos identificamos la inmensa mayoría de ciudadanos del mundo, de manera independiente a la afiliación religiosa o a las creencias o increencias que cada uno profese. Porque, repito, la moralidad profunda tiene que ver mucho con el respeto a lo humano.
De otro lado, no creo que sea ni lícito, ni deseable, ni mucho menos democrático, el que ninguna persona ni ninguna institución se ponga como objetivo el cambiar las creencias de nadie mediante la imposición. Me remito, una vez más, al Artículo 18 de la Carta Magna de los Derechos humanos, que estipula que “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”. Y difícilmente pueda ser compatible el hecho de respetar las conciencias ajenas con el querer redireccionarlas hacia una religión o creencia concretas.
Y, hablando de religiones y de derechos humanos, es más que evidente que en muchos casos son también incompatibles. Todas las religiones contemplan como el único verdadero a su dios correspondiente, de tal manera que, por tradición heredada, por adoctrinamiento y por educación, muchos ciudadanos del mundo creen en una premisas religiosas por puro y simple azar; un católico lo es por haber nacido en determinado país; un islamista sería católico de haber nacido en España, en lugar de en Irán, por ejemplo. Un judío sería islamista de haber nacido en un país musulmán. Y si todas las religiones creen tener la razón, está más que claro que se equivocan.
Muchos consideramos un sinsentido el querer someter a los ciudadanos de sociedades democratizadas a unas creencias religiosas que, aun siendo absolutamente respetables –como lo es cualquier creencia-, forman parte de un ideario represor que es propio de Estados absolutos y totalitarios, y que se basan en postulados que no tienen consistencia alguna en Estados que defienden las libertades y los derechos ciudadanos.
Y eso no es relativismo, ni ausencia de valores, como proclama hipócritamente la derecha española en defensa de la cristiandad, atribuyéndose, de cara a la galería, unos distintivos morales que en realidad, en la trastienda de su argumentario real, ignoran y desprecian.
En la sociedad actual, independientemente de cada afiliación personal, debe existir una moral pública, democrática e independiente de credos y religiones, que contemple el respeto a los otros, la defensa de los derechos humanos, el respeto profundo a todas las formas de vida, …una moral que contemple el cultivo de la calidad humana, la tolerancia, la cultura y el conocimiento, la lucha a favor de los desprotegidos, y la fraternidad universal como esos patrones que conforman una verdadera espiritualidad colectiva. Porque, efectivamente, la espiritualidad forma parte de nuestras vidas, pero quizás, como apuntaba Gandhi, sea más fácil encontrarla en las cosas humanas que en las divinas.
Coral Bravo es Doctora en Filología y miembro de Europa Laica