Modernizar el Islam o islamizar la modernidad. Este juego de palabras, que a simple vista podría parecerles un argumentario trivial, engloba tras de sí toda una reflexión sustancial para las libertades de occidente. Y es que en las últimas fechas hemos podido comprobar la acritud, la realidad y las intenciones del salafismo más radical afincado en España. Desde Tarragona hasta la periferia de Barcelona, expandiéndose a través de mezquitas ubicadas en localidades con un alto porcentaje de inmigración musulmana. De hecho, las investigaciones llevadas a cabo en Cataluña por los Mossos d’Esquadra resultan verdaderamente alarmantes. No sólo porque, a la vista de los datos, un número no pequeño de extremistas mantienen relaciones con otros grupos internacionales, sino que, además, aprovechan el dominio de las mezquitas como fuente de ingresos al mismo tiempo que ejercen un control sobre los musulmanes.
Pero además de intentar controlar la moralidad de las mentes, al más fiel estilo estalinista, estos hijos de Alá no tienen reparos en afirmar que pertenecen a una corriente que propugna la pureza del islam y que se deleitan lapidando a mujeres adúlteras, cuyo pensamiento establece que es peor ser adultera que morir asesinada. Una corriente que aniquila a homosexuales y demás transgresores de la ley del Profeta, ergo la homosexualidad, el amor libre y otros actos impuros no caben en el Islam.
Pero además, se ha encontrado abundante material que sostiene que el hombre es el culpable de la liberación y la insubordinación de las mujeres por la mala costumbre de refugiarse en las leyes occidentales. No bromeo. El error es del hombre por consentir a las matronas ver la tele cuando han sido creadas por Alá para obedecer a sus maridos y ocuparse de los asuntos del hogar. Y si no que se lo digan a una mujer de Coín (Málaga) que fue obligada por su marido a dormir durante varias semanas en el suelo al tener constancia de que estaba asistiendo a un curso de integración impartido por un hombre. Sí, ese era su único pecado. Demos gracias a que no fue lapidada por ello.
Del mismo modo, destacan que es obligado a todo musulmán combatir y matar a los enemigos del Islam, haciendo uso de las mutilaciones de manos, brazos y otros miembros de los paganos si fuera necesario; tradiciones ilustradas que ansían difundir en España, tal y como comentaba un imán de Alcalá de Henares. Pero no se trata de un asunto local sino que es transversal a todo Occidente. De hecho, en Reino Unido se ha emitido un reportaje en el que varias mujeres, en la mezquita de Regent’s Park, Londres, piden al resto de los fieles que colaboren para matar a apóstatas de su propia religión y a homosexuales.
Así que si los datos de esta radicalización ya son de por sí cuando menos preocupantes, lo más importante, a mi juicio, es que nunca antes habíamos tenido a tanta gente haciendo espasmos sobre las bondades de esta ideología totalitaria tan perniciosa para la libertad. Y digo perniciosa porque creen que Dios es el origen de sus locuras y que, por tanto, la democracia es un demonio que hay que combatir y exorcizar. Pero además de promulgar este fanatismo patológico, las mujeres no tienen derechos y a los homosexuales hay que ahorcarlos, cuán pobres galgos, o condenarlos a pena de muerte por la sharia o ley islámica que no entiende, en todo caso, que la libertad es el primer pilar fundamental para el respeto, la vida y la dignidad.
Pero si no tuviéramos bastante con esta apología salafista, no podía faltar en el festín la guinda del pastel: la dosis usual de antisemitismo. Me refiero a un sermón encontrado en una grabación que sostiene que es imposible que los ataques del 11-M de Nueva York fueran perpetrados por islamistas radicales. Resulta que todo se debe a una conspiración judía, ya que de los más de mil judíos que trabajaban en el World Trade Center salieron todos ilesos. Ríanse ustedes del Protocolo de los Sabios de Sión. Sí, aquella publicación antisemita ampliamente distribuida en la época contemporánea (publicada por entregas en 1903 en un diario ruso, Znamya) cuyas mentiras sobre los judíos, que han sido desacreditadas repetidamente, continúan circulando hoy en día, especialmente por Internet. Tampoco me extraña. Al final los extremismos salafistas y los individuos y grupos que han utilizado los Protocolos están unidos por un propósito común: sembrar el odio a los judíos.
Y mientras todo esto está aconteciendo en Occidente, con el beneplácito de los buenismos de izquierdas y de derechas, tenemos un problema monumental. Pero aquí estamos con Alianza de civilizaciones, un error de concepto desde mi punto de vista, y no queriendo prohibir el burka, que es la primera cárcel por donde se nos está colando el islam más radical. No tengan ningún tipo de dudas. Serán terriblemente fanáticos, pero no tienen ni un pelo de tontos. Los hechos parecen así confirmarlo.
Javier Montilla es escritor