Dios habitaba en el Pardo. Configuraba los destinos de España mediante su general ungido por una cruzada contra el comunismo y la descristianización. Su vicario uniformado sembraba de sagrados corazones los montículos patrios, convocaba a la virgen de Fátima, nombraba Obispos, los elevaba a la categoría de diputados en Cortes y hacía de España un ramillete a los pies inmaculados de María Inmaculada.
La democracia nos trajo una Constitución. Franco se quedó atrás, sosteniendo el Valle de los Caídos. Tarea difícil, pero superada. Lo de Dios fue otra cosa. Se firmó un Concordato, se le concedió la ciudadanía y hasta se le asignó un palacio de protección civil. Se le facilitó la vida con la aportación de millones de pesetas venidas a euros, los Obispos se hicieron autónomos, como Canarias o Galicia y la Iglesia se mantuvo a la derecha, donde siempre había estado, como Alianza Popular o sus hijos sucesivos y legítimos.
Pero la Constitución estaba ahí. La aconfesionalidad del Estado estaba ahí. Chirriaba al roce de una sotana, una Triana morena o un Gran Poder con báculo-bastón-de-mando. Pero estaba ahí. Taponada por una Jerarquía nunca dispuesta a consentir la separación Iglesia-Estado, exigente de la pensión alimenticia, empeñada en configurar conciencias, conductas y hasta aprobar o condenar decisiones parlamentarias.
Después de treinta y varios años no hemos conseguido ciertas exigencias constitucionales, entre ellas la necesidad de que cada cual ejerza su libertad, sin concesiones extramaritales, con absoluta fidelidad a sí mismo. El Partido Socialista prometió una Ley de Libertad Religiosa. Era una promesa de programa electoral. Pero en Moncloa y en el PSOE se impone la tesis de que no es el momento de abrir un frente laicista y además no podría ser aprobada en el Congreso por falta de mayoría.
No es el momento, dice Presidencia. ¿Después de tantos años todavía no es el momento de explicitar una orden constitucional? ¿Por qué los políticos interpretan siempre a su antojo la madurez del pueblo? ¿Por qué no se dan cuenta que si fuimos capaces de aprobar una norma de convivencia somos también capaces de hacerla realidad?
Es evidente que no sería aprobada en el Congreso por falta de mayoría. Pero un partido de izquierdas no sólo tiene que luchar por lo que se puede conseguir fácilmente, sino que desde la utopía debe empeñarse en hacer posible lo imposible. Los gestos también son convicción. La amplia derecha española, con su ultraderecha incrustada en las entrañas, nunca dará su aprobación a una ley de libertad religiosa. Con eso hay que contar y contra eso hay que luchar.
El Cardenal Bertone, como subraya Juan José Tamayo, define el laicismo como “una hostilidad contra cualquier forma de relevancia pública y cultural de la religión” Y Rouco Varela ve el comunismo como la forma totalitaria en que desembocó el estado laicista radical en el siglo XX. El estrabismo episcopal es hiriente y ofensivo.
El fariseismo religioso del que hacen gala muchos jerarcas se empeña en distinguir laicismo y laicicidad apoyando ésta última y anatematizando al primero. Lo señala también Tamayo: “Jesús de Nazaret fue un judío laico, crítico con el Estado teocrático y las autoridades religiosas legitimadoras del Imperio romano. Lo que pone en marcha no es una iglesia aliada con el poder, sino un movimiento igualitario de hombres y mujeres, cuya traducción histórica es una sociedad justa.”
El argumento de la no oportunidad temporal y la no aprobación por parte de la derecha son escapatorias de la propia responsabilidad de un partido de izquierdas.
Dios asustó a Zapatero.