Las religiosas de claustro en el centro de Sevilla adecuan el espacio para recibir visitantes. Desde el Arzobispado se anima a las hermanas a que busquen alternativas ante la falta de vocaciones y el envejecimiento de sus comunidades
El animado tañido de la campana avisa a sor Inés, la hermana portera del convento de clarisas de Santa María de Jesús, en Sevilla, de que un visitante acaba de llegar. Ella, que pertenece a una orden de clausura, es la única religiosa de la congregación que tiene contacto con el exterior. El torno es su conexión con la vida que discurre al otro lado de los muros del siglo XVI tras los que se resguardan. Es a través de esa puerta que, gracias a los comentarios de alguno de los vecinos que acuden a comprar sus dulces, supieron que los pisos turísticos eran una gran oportunidad de garantizarse ingresos en la Sevilla turistificada del siglo XXI. También a través de esa entrada giratoria conocieron a Javier Bernal y Luis Bidón, quienes gestionan los cuatro apartamentos que ellas mismas reformaron para adecuarlos a ese tipo de alojamiento.
Desde hace dos meses, junto al azulejo que indica que allí se venden dulces conventuales, la principal dedicación de las 18 hermanas que residen en el convento, también pende la placa azul con el símbolo de Apartamentos Turísticos. Es el tiempo que llevan funcionando. “Entramos en contacto con ellas el verano pasado, un conocido que compra dulces nos comentó que estaban interesadas en poner como pisos turísticos unas habitaciones que tenían y fuimos a preguntar”, explica Bernal. Él y su socio han cerrado con las monjas un acuerdo para gestionarlos de un año. La experiencia de alojarse en un convento del siglo XVI ―tal y como se anuncia en la web de RB&B― es lo que más motiva al visitante nacional, pero es la ubicación, frente a la Casa Pilatos, en el corazón de Sevilla, lo que convence a los extranjeros. “De momento son mayoría, pero es verdad que el porcentaje de españoles es superior al que se aloja en este tipo de vivienda”, explica Bernal, que acaba de estrenarse con su socio en la gestión de apartamentos.
“No quisimos meternos a llevar directamente los apartamentos porque esa no es nuestra vida, nos aporta ingresos para vivir, pero no queremos que sea en detrimento de nuestra vocación y por eso encargamos la gestión”, explica por teléfono sor María José. La hermana cuenta que hace ya unos años decidieron darle uso a “las casitas” que tenían en el compás del convento (alrededor de 220 metros cuadrados en total). Dos de ellas, como relata Bernal, fueron restauradas por la hermana soltera de una de las monjas. Cuando envejeció, pidió mudarse a una de las estancias para estar acompañada. “La reformó y cuando por una enfermedad perdió las piernas se trasladó a otra que tenía acceso directo al convento y que también la arregló de su bolsillo”, continúa. Llegó a instalar incluso un ascensor para facilitar la movilidad a las hermanas más mayores.
Las religiosas se ocuparon de adecuar la estancia mayor ―de unos 110 metros cuadrados― para la familia del portero, el encargado de relacionarse con el exterior y de hacerle los recados a las monjas. “Queríamos un arrendamiento de larga duración, pero la familia regresó al extranjero y es entonces cuando nos comentaron que lo mejor era hacer apartamentos turísticos”, explica sor María José.
Las obras de adecuación tardaron mucho tiempo. “Casi tres años, porque las viviendas están detrás de la iglesia y nos paraban las obras muy a menudo para garantizar la conservación de lo que iba apareciendo”, cuenta la hermana. Llegados a este punto, conviene destacar que la iglesia del convento de Santa María de Jesús atesora imágenes de los maestros del Barroco Juan de Mesa y Pedro Roldán, y dos retablos atribuidos a su hija Luisa, la fantástica escultora conocida como La Roldana, que también talló a la virgen que preside el retablo mayor. Los trabajos terminaron en septiembre y el mobiliario corrió de cuenta de los gestores. “El coste lo vamos detrayendo de lo que obtenemos por los alquileres”, explica Bernal.
El resultado son cuatro pisos de corte moderno que se enroscan en cuatro alturas alrededor de los tejados que conforman el convento. Quien busque cualquier parecido con una celda monacal no va a encontrarlo, salvo que se aloje en la antigua casa del portero. Nada más entrar y, debidamente protegido, encajado en la pared asoma un rectángulo de listas en tonos malva. Es parte del camarín de la virgen titular —que está cambiándole los pañales al Niño Jesús― atribuida a La Roldana. Reposa del otro lado del muro, en el centro del retablo mayor de la iglesia. “Por aquí se le daba la vuelta a la imagen”, explica Bernal.
El gerente aún no puede precisar si los apartamentos turísticos van a ser rentables porque acaban de arrancar y estos primeros meses del año son muy bajos en cuanto a afluencia turística en Sevilla. El precio por dos noches (el mínimo establecido) es de 180 euros en el más grande, de tres habitaciones, y de 90 en uno de dos, sin contar con los gastos de limpieza, que oscilan entre los 30 y los 55 euros.
Las monjas están contentas, aunque su principal fuente de ingresos siguen siendo los dulces conventuales que empezaron a elaborar hace una década y que, en este tiempo, se han convertido en un reclamo en la ciudad, sobre todo en Navidades y Semana Santa, cuando las colas de compradores se pierden más allá del arranque de la calle Águilas, donde se ubican.
Aprender a hacer dulces para salir adelante
Las hermanas clarisas tampoco estaban acostumbradas a trabajar en un obrador. “Tenían una imprenta, pero dejaron de recibir encargos”, señala Bernal. Conscientes de que cada vez eran menos y de que se hacían mayores, visitaron otros conventos para a aprender el oficio de la repostería y acabaron encontrando una nueva vocación.
La necesidad de buscar alternativas a su tradicional modo de vida contemplativo es una constante de los conventos de clausura. Viene forzada por la falta de vocaciones y el envejecimiento paulatino de las integrantes de su congregación. Las clarisas de Santa María son 18, un número alto, según indica la hermana Carmen Murga, que trabaja en la Vicaría Episcopal para la Vida Consagrada del Arzobispado de Sevilla. Las costumbres y la sociedad del siglo XXI no tienen nada que ver con las del siglo XVI, cuando Álvaro de Portugal, primo de Isabel la Católica, fundó este convento en 1502. En la Sevilla pujante del Siglo de Oro, epicentro del comercio con América, había casi más población religiosa que seglar, según los datos que refleja el censo que hizo el Marqués de la Ensenada.
Ahora, en los 34 conventos que quedan en Sevilla viven unas 400 religiosas, indica Murga. “La sociedad actual no es la más idónea para que fructifique la vida religiosa”, reconoce. A la falta de vocaciones se suma el cambio en las costumbres de los feligreses. “Ahora, las personas mayores tienen que ayudar económicamente a sus hijos o nietos y ya no hacen las donaciones a los conventos que hacían antes. Hasta hace un tiempo [las hermanas] también solían bordar mantelerías, pero tampoco ahora se pide este tipo de cosas”, abunda. Por eso desde la Archidiócesis se las anima a que busquen otras alternativas. “Ellas prefieren cosas que puedan hacer en sus casas, por eso se decantan por los dulces”, dice Murga. “Les cuesta mucho distribuirlos a través de cadenas de supermercados, porque son austeras y les sorprende por cuánto los venden al consumidor final. Por eso muchas han abierto páginas web y venden por internet”, añade Murga. Desde el Obispado se las acompaña en sus iniciativas y se las asesora en el ámbito legal para, por ejemplo, constituirse como empresa o darse de alta como autónomas para poder facturar.
El olor a almendra hilada con azúcar y huevo se extiende por el patio de entrada y está impregnado en todas las viviendas turísticas. Allí se mezcla con el de las naranjas recién cogidas del huerto que tienen las clarisas, con las que se da la bienvenida a los huéspedes. Estos días no hay inquilinos, salvo una joven que quiere participar de la vida religiosa de las hermanas y se ha instalado en el apartamento más pequeño, el que tiene el ascensor que da directamente al convento. Forma parte del acuerdo con los gestores. Este tipo de visitas debe poder alojarse en los pisos turísticos.
Suena la campana. Esta vez no es un turista arrastrando una maleta. El fin de semana, que sí hay reservas, probablemente se crucen con algún comprador de dulces en el torno. La puerta donde se cruzan los viejos con los nuevos tiempos.