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La capital kurda.

A 6 años después de la derrota del Estado Islámico en Irak

Seis años después de la derrota del grupo terrorista Estado Islámico en el norte del país, viajamos con Unicef a los lugares olvidados que la guerra dejó tras de sí

Apenas un puñado de sillares tallados con inscripciones en árabe sigue en pie de lo que fue el almimbar, el púlpito de la mezquita de Al Nuri, en Mosul, desde el que Abu Bakr al Bagdadi proclamó el Estado Islámico y se erigió califa el 4 de julio de 2014. 

Son los escasos bloques de piedra que sobrevivieron a la voladura de este edificio tres años después, la madrugada del 21 de junio de 2017. «Al Bagdadi ordenó que la destruyeran la misma noche que huyó a Siria», explica un ingeniero iraquí. 

«Decidió que este lugar del siglo XI, que había sido el símbolo de su poder, tenía que perecer con él». Esa demolición rubricaba la derrota del Estado Islámico (ISIS en sus siglas en inglés), el grupo extremista que había gobernado durante esos tres años una porción de Siria e Irak del tamaño de la mitad de España, con una población superior a los 10 millones de habitantes, una Administración y Ejército propios, y una riqueza petrolífera que le proporcionaba 2.000 millones de euros al año que, junto a sus otros ingresos por tráfico de drogas, extorsión y contrabando, la convirtieron en la organización terrorista más poderosa de la historia.

Mosul era su capital en Irak. La segunda ciudad de este país. Una prisión gigantesca con más de un millón de habitantes. A la coalición internacional le costó someterla nueve meses de batalla urbana apoyada por ataques aéreos de EE UU y el Reino Unido. 

EL ESTADO ISLÁMICO

El Estado Islámico, con miles de militantes llegados de todo el mundo (incluidos una treintena de españoles que han muerto o desaparecido y cuyas viudas han pasado por el terrible campo de internamiento sirio de Al Hol), resistió con un fanatismo suicida. Convirtió a los habitantes en escudos humanos. Muchos vivieron durante meses escondidos en los sótanos. Los cinco puentes sobre el Tigris fueron dinamitados. Y también el aeropuerto, los hospitales, las comisarías y la universidad. Es el paisaje que contemplamos en la zona oeste de la ciudad.

«En esta mezquita, la más antigua y venerada de Mosul, los militantes del ISIS introdujeron explosivos en los muros para que su destrucción fuera completa; lo mismo hicieron con el famoso minarete de Al Hadba, de 45 metros, construido en 1172, sobre el que ondeó durante esos tres años su bandera negra. Más tarde, encontramos otra docena de minas ocultas en estas paredes y listas para ser detonadas», explica en ese lugar, junto a los restos del pedestal del minarete, bajo un sol de justicia y envueltos en una nube de polvo, Alaa Mohammed, responsable de la misión de la Unesco (la organización de las Naciones Unidas para la cultura) empeñada en la reconstrucción del centro de la ciudad (destruido en un 80%) bajo el nombre Revivir el espíritu de Mosul, que pretende rescatar bajo millones de toneladas de escombros (entre los que hay munición sin explotar y restos humanos) monumentos de valor histórico como este templo musulmán, las vecinas iglesias de Al Saa´a y Al Tahera y otros 124 edificios. Conseguir el permiso de acceso a los restos de la mezquita de Al Nuri no es fácil, continúa siendo objetivo terrorista.

  • La toma de Mosul por los terroristas en 2014 y su liberación (según la nomenclatura oficial) tres años más tarde a cargo del Ejército federal iraquí y el kurdo (estos últimos denominados peshmerga (que se traduce como «los que se enfrentan a la muerte») y las milicias chiíes provocaron en total 100.000 muertos y heridos, la destrucción de 130.000 viviendas y el éxodo de un millón de habitantes; la desaparición del engranaje de seguridad, sanitario, comercial y educativo de la ciudad; de su red de electricidad, saneamiento y agua, y unas secuelas de odio, miedo, sectarismo (entre suníes, chiíes y kurdos, además de otros grupos étnicos y religiosos), población desplazada, desnutrición infantil y problemas de salud mental, que seis años después de la caída del califato nadie sabe cuándo ni cómo se podrán resolver.

El hiyab (velo) rigorista es ubicuo en Mosul aunque los yihadistas hayan sido derrotados (o permanezcan ocultos en células durmientes que llevan a cabo atentados esporádicos). La mayoría de los habitantes de la ciudad prefiere no hablar del pasado: si fueron colaboradores o víctimas de los islamistas. Hay miradas de suspicacia en la parte vieja de la ciudad, donde se libraron los combates más encarnizados. En algunos rincones nos aconsejan no abandonar el Toyota Land Cruiser blanco blindado rotulado con las iniciales de las Naciones Unidas en el que nos movemos. A ambos lados de las callejuelas, entre laberinto y ratonera, hay esqueletos de inmuebles, edificios que muestran sus costillas, huellas de los impactos de los proyectiles, restos de coches que se usaron como parapetos y otros que volaron hasta los tejados por las explosiones y allí continúan.

A este distrito especialmente castigado por la guerrilla lo han bautizado «el barrio de las viudas». Muy cerca está lo que queda del «estadio de los horrores», el campo del Mosul FC. Los islamistas prohibieron en su califato los juegos de balón y lo usaron como polvorín, centro de detención y lanzadera de cohetes. Pasear por él, con su césped yermo y las gradas pulverizadas por los misiles, produce escalofríos. No hay que adentrarse en las zonas apartadas, donde podrían quedar artefactos explosivos. El 86% de los heridos civiles en la ciudad durante el conflicto se deben a ese tipo de bombas trampa. El 33% eran niños. En las afueras de la ciudad aún se siguen descubriendo fosas comunes.

«Con la llegada del Estado Islámico cayó en 2014 esta ciudad, pero, sobre todo, se desplomó el Estado iraquí», explica un médico de Mosul que prefiere no ser identificado. «De la noche a la mañana, falló todo. La Administración iraquí se esfumó. El Ejército huyó. Y el ISIS implantó su barba, sus velos y sus leyes. Y colocó a sus militantes al frente de cada institución pública. Aunque no supieran leer. Y lo mismo pasó en otros lugares del país. Los terroristas ocuparon Kirkuk [la capital petrolífera] y llegaron a 30 kilómetros de Erbil, la capital kurda. Desde los modernos rascacielos de esa ciudad se podía distinguir la marcha de sus columnas. Fueron tres años de guerra sin cuartel. Ahora tenemos que reconstruir todo. Pero pasa el tiempo y seguimos igual: miles de desplazados no han regresado a sus casas porque en muchos casos ya no existen. Pero ya no somos noticia, ahora lo es Ucrania. Nos han olvidado», concluye.

Las heridas abiertas de Irak

El ambulatorio Al Quds, en Mosul, intenta cubrir las carencias de una sanidad destrozada. Unicef trabaja aquí en inmunización y nutrición infantil.

Las heridas abiertas de Irak

Un grupo de hombres relacionados con el Estado Islámico, en el campamento de Hassan Sham.

Las heridas abiertas de Irak

Los restos de la mezquita Al Nuri, en Mosul. Aquí se proclamó el Estado Islámico en julio de 2014, y fue destruida por orden de su líder, Al Bagdadi, el 21 de junio de 2017. Es el símbolo de la derrota terrorista.

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