Considerado uno de los pesos pesados de la filosofía española y, a su vez, autor de gran tirada, José Antonio Marina intervino ayer en las X Jornadas Familia y Comunidad, «Educando la mirada», del Ayuntamiento de Agüimes, que también contar
– Elogio y refutación del ingenio, su primera obra, en la que además están enunciadas las posteriores, ha cumplido veinte años. En 1992 ganó el Premio Anagrama y el Nacional de Ensayo y causó impacto no sólo en el mundo intelectual. ¿Qué aportaba y qué tecla tocó en la sociedad española para convertirse en un acontecimiento?
– Yo sólo había pensado escribir un libro, que era la Teoría de la inteligencia creadora. Y, entonces, como ejemplo de lo que era la inteligencia creadora empecé a estudiar el tema del ingenio, como una de sus manifestaciones más divertidas. Pero al empezar a tratarlo me fui dando cuenta de que era un tesoro. Y entendí, además, que no era como había creído al principio, un ejemplo de ingenio lingüístico sino que se convertía en símbolo de toda una época de la cultura europea, que es la cultura de los ingeniosos, como se ve en el arte.
– El ingenio está vinculado a la aparición de la figura del sujeto, la autonomía del yo.
– Sí, pero un sujeto con un tipo especial de independencia, que era la libertad desvinculada. Me refiero a que las manifestaciones del ingenio son muy brillantes y producen a todos un sentimiento de euforia, porque nos estamos burlando un poco de todo. El ingenio es aéreo, ágil, y produce una bellísima metáfora de la libertad. s una liberación de ataduras -estamos atados por muchas cosas- y es recibido así con alegría, como ocurre cuando, insisto, vemos a alguien que se ríe de todo. Lo que pasa es que el ingenio tiene un problema, y es su corta vida, su escaso recorrido. No se puede vivir devaluándolo todo porque al final nos encontramos con que no tenemos nada que valga la pena.
– De ahí su refutación a esa faceta disolvente del ingenio.
– Sí. Hay un ingenio cómico que es muy destructivo. Eso lo vio Freud cuando escribió El chiste y su relación con el inconsciente. La comicidad es muy agresiva, aunque nos produce satisfacción. Pero Freud escribió al final de su vida una cosa muy corta sobre el humor, para señalar que éste tenía una ternura que no tenía la comicidad. En la comicidad nos reímos de alguien que se cae. El humor es como si nos acercamos al que se ha caído y con una sonrisa le decimos: bueno, pero no importa, ponte de pie… En su libro sobre el chiste Freud ponía muchísimos ejemplos de humor judío, que es fantástico. Uno era el de un condenado que camino al patíbulo pregunta tembloroso al guarda que qué día de la semana era, el guarda le dice que era lunes, y el condenado agrega: pues sí que empiezo bien la semana. Decía Freud que en el humor no nos reímos del condenado a muerte, sino de todos nosotros, pero tiernamente. Entonces esa idea tan estimulante de la libertad, que juega con el lenguaje, y con todo, porque se libera de todo permite respirar y liberarse: es lo que pasa con las vanguardias históricas en el arte o con el discurso del fin de los grandes relatos [en particular, la idea de progreso] en la posmodernidad. La libertad transgrede y el ingenio es el punto de ruptura con lo rutinario. Pero para consolidarse el ingenio tiene que prolongarse en algo más, y esto sería la creación. La creación vuelve a modificar los grandes valores, pero ya sin destruirlos.
– La sutura, tras la ruptura.
– Sí, aún recuerdo un texto de Baudrillard, que en 1992 era el no va más, en el que decía que habíamos vivido en una orgía [la quiebra de las verdades absolutas] y se preguntaba: ¿y después de la orgía qué? Y yo ahí decía: la inteligencia creadora, que, además, permite unificar muchos campos de la cultura, sujeta hoy a la fragmentación. La inteligencia inventa teorías científicas, arte, modos de convivencia, formas políticas, sentimientos… Entonces, por sus realizaciones finales es imposible unificarla, pero si nos centramos más en hacer una genealogía de esa inteligencia podemos, dicho con un ejemplo, no tanto explicar todas las matemáticas, que ni aún el mejor matemático conoce, pero sí por qué con éstas comenzó la inteligencia humana. Y eso es lo común de la cultura.
– Confía en la inteligencia.
– Sí tengo una gran confianza en lo que llamo la inteligencia resuelta, que es la que resuelve cosas y la que lo hace con cierta determinación, velocidad, ánimo. Es nuestra gran baza, pero al mismo tiempo es un recurso muy precario. Lo digo en mis últimos libros: cuidado porque todo lo que hemos montado, que es una creación de la inteligencia, ficciones maravillosas, puede caerse en cualquier momento. Tenemos grandes ejemplos de colapsos culturales: que les pasó a los alemanes a mediados del siglo pasado, ¿cómo es posible que la nación más refinada, con más nivel científico y artístico, tuviera tal colapso? Por la precariedad de las realizaciones humanas. Y advertir de ello en estos momentos, en que tenemos tantos medios a nuestra disposición, es urgente. La cultura occidental ha inventado un paradigma virtuoso: lo mejor que se nos ocurrió para solucionar nuestros problemas son la democracia política, la tecnología, la racionalidad científica y el mercado. Perfecto. No tenemos nada mejor, pero si las miramos de cerca, son cuatro instituciones suicidas, pues como las dejes solas, sin un marco, acaban volviéndose destructivas. Y ese marco es el ético. Sin ética la democracia puede convertirse en una tiranía de la mayoría, el mercado puede llegar a una ferocidad inclemente y monopolística, la ciencia puede creerse que es la que va a fijar el marco ético cuando al respecto no tienen nada que decir, porque la ciencia es lo que hay mientras que la ética es lo que debería ser. Y la tecnología igual, tampoco tiene sentido de la evaluación.
– La ciencia y la técnica son también Auschwitz. Es esa famosa frase provocativa de Lacan de que la ciencia no piensa.
– Sí, claro, hace unos años Der Spiegel publicó que el inventor de los hornos de cremación había escrito un artículo quejándose porque no se había reconocido su alarde técnico, el necesario para eliminar dos millones de cadáveres, en fin. Estamos, insisto, en un momento especialmente delicado de la Historia, porque las muchísimas posibilidades que tenemos pueden inclinarse en un sentido moral o en otro muy distinto. Y esas disyuntivas las tenemos encima: ¿cuánto tiempo vamos a poder mantener que los niños con disfunciones mentales merece la pena que vivan? Las creencias al respecto, aunque nos parezca una barbaridad, puede cambiar de un momento a otro: hoy en Inglaterra se está planteando que una persona con cáncer de pulmón no se opera si no deja de fumar, porque no vale la pena. Lo que es terrible es que nos podemos habituar a todo: si empiezas a tener miedo y te ofrecen cualquier seguridad la aceptas.
– ¿Y cómo hacemos para que el llamado ético tenga éxito? El siglo XX ha demostrado que la toma de conciencia y el acto de voluntad no bastan.
– Creo que hay que dar una versión trágica de la ética. A mis alumnos, cuando empiezo a hablarles de ética, les pongo este ejemplo: Herodoto cuenta que cuando moría el rey de Persia durante cinco días quedaban en suspenso todas las leyes. Eran cinco días de horror, se robaba, se mataba, pero servía para que el pueblo se diera cuenta de lo que suponía vivir sin leyes. El problema ético es que tenemos que elegir si vivimos en la selva -y entonces la lógica es que el pez grande se come al chico- o si en vez de las fuerzas reales hacemos que funcionen las fuerzas simbólicas, especialmente el derecho, que es un límite pero también una donación de posibilidades. Estas fuerzas simbólicas son una construcción maravillosa pero precaria, y una elección.
– Pero la disyuntiva se inscribe en un tiempo poco propicio: el de la destitución de la autoridad de las figuras simbólicas: el padre, la escuela, el médico, el juez. Hoy los alumnos (y algunos padres) pegan al profesor, los pacientes pegan al médico…
– Sí, y eso está complicando mucho el mundo educativo, aunque junto a las dificultades hay muchas posibilidades: nunca hemos tenido una escuela con tantos medios como hasta ahora. El problema es que hemos pasado de una educación autoritaria, que era muy cómoda porque se basaba en el sentido del deber y de la obediencia, pero que dejaba de lado la autonomía y los derechos, a otra educación permisiva, en la que todo era autonomía y derechos. Y ninguna funciona. La educación permisiva hace muy vulnerables a los alumnos, porque no acostumbrar a los alumnos a los límites en una realidad que los va a imponer es educarlos en una intolerancia a la frustración, de manera que cuando ésta inevitablemente aparece se vienen abajo.
– Una economía basada en el consumo no es tampoco lo mejor para restablecer límites.
– El consumo es disruptivo y antieducativo, aunque tampoco habría que demonizarlo, porque a todos nos encanta vivir, y consumir es agradable. Pero la sociedad de consumo se basa en la incitación continua a necesidades muy urgentes, mientras que el sistema educativo se basa en el aplazamiento de la recompensa, en que el esfuerzo de ahora servirá sobre todo en el futuro. De manera que los jóvenes están sometidos a presiones opuestas.
– Hablando del marco ético necesario, el gobierno del PP ha reabierto el conflicto sobre el tipo de ética a enseñar en la escuela española al revocar la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Usted elaboró sus contenidos, ¿qué le parece?
– Yo pensé que el conflicto de Educación para la Ciudadanía había pasado. Aquello fue una campaña disparatada y un debate injustísimo que logró cargarse la asignatura, que quedó como residual. Y encima ahora llega el ministro [de Educación] y dice que no, que hay que quitarla y cambiarla por otra que se llama Educación Cívica y Constitucional. Y yo me pregunto: ¿de qué va? Hay que ir al fondo del problema: los alumnos necesitan una formación ética, profunda y rigurosa, que les permita enfrentarse con recursos éticos a los problemas que van a tener. Lo que pasa es que la Iglesia actúa de una forma indecente al insistir en que la escuela no tiene competencia para educar moralmente a los niños. Cuando se armó el conflicto, todos -sindicatos, iglesia, hasta el Ejército- hicieron sus sugerencias, se debatieron y lo que salió lo aprobaron todos. Pero la Iglesia persiste en querer tener la exclusiva de la educación moral en España, lo cual es irresponsable e inaceptable. ¿Entonces qué decimos en la escuela? ¿Qué da igual ser justo o injusto, o robar o matar? ¿Pero qué se cree la Iglesia que es una escuela? Sin embargo, la Iglesia sólo se plantea si se normaliza la homosexualidad o las relaciones prematrimoniales, cuando lo que se traduce es lo que hay en la Constitución; lo demás, lo principal, no les interesa… Y que el PP haya entrado por ahí es una torpeza y una irresponsabilidad. La Educación por la Ciudadanía no sólo es una directiva europea que la tienen todos los países sino que la necesitamos: se está produciendo una irresponsabilidad social muy grave y a los jóvenes empiezan a no sonarles ciertas cosas, como sus responsabilidades cívicas, cuando éstas son lo único que ahuyenta a los políticos que son unos mangantes.