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República laica

Como les sucede a algunas personas que a base de cirugías mayores y menores se han vuelto unos adefesios, así en la Constitución hay artículos que resultan impresentables. Deformados por incisiones y amputaciones, plagados de chipotes, llenos de mandatos propios de códigos de procedimientos, son más feos que un gato tuerto y cojo. Pero esa dimensión estética del asunto a (casi) nadie importa y menos conmueve. Y (creo) así debe ser.

No es el caso del 40 que no solo se ha mantenido intocado desde 1917, sino que se conserva incólume desde 1857. Dice la norma añeja con elegancia y sobriedad: "Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, federal, compuesta de estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior; pero unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental". 155 años han pasado desde su redacción original, y su brevedad y contundencia perfila la forma de gobierno que (creo) nadie pone hoy en duda. Bueno, quizá algún excéntrico.

Pues con buen tino, el Congreso está a punto de aprobar una pequeña reforma, una adición puntual y pertinente, la inclusión de una sola palabra que refuerza el entramado republicano que se deriva de la llamada Carta Magna. Y esa palabra es: laica (no la perra que viajó por el espacio exterior y que además su nombre se escribía con k). Así, la República, diría la Constitución reformada, sería representativa, democrática, federal y laica.

No está mal. Aunque así se ha entendido a lo largo de los años e incluso en otros artículos se hace alusión al laicismo en la educación o a la separación del Estado y las iglesias (artículos 3 y 130) nunca sobra subrayar el carácter laico de nuestra organización política. El laicismo supone la escisión completa entre el Estado y las iglesias, entre los asuntos de la fe y los de la política, entre el universo de las "verdades reveladas" y el conocimiento científico. Es una de las construcciones civilizatorias más pertinentes porque acaba ofreciendo garantías para la coexistencia de todos los credos, pero al mismo tiempo descarga a la política de las tensiones y prejuicios que emergen del mundo religioso. Por supuesto, lo antes enunciado no sucede del todo en la realidad, pero los principios laicos intentan establecer los límites para que las pulsiones religiosas no invadan otros campos con sus dogmas.

El laicismo se entiende mejor en contraposición a los Estados confesionales o teocráticos. En los primeros, desde las instituciones estatales se fomenta y tutela una sola religión a la que se privilegia y en ocasiones se convierte en la única aceptada; en los segundos, la política y la religión se encuentran imbricadas y los máximos dirigentes religiosos suelen ser las cabezas del Estado. En ambos casos, sobra decirlo, no hay garantías suficientes para la reproducción de otros credos y la política se convierte en un brazo más del poder religioso.

Pero la "pequeña" reforma puede ayudarnos además a un mejor desarrollo de debates que están en curso. Enumero algunos ejemplos.

Reforzará la disposición del artículo tercero que establece que la educación debe ser laica, escindida de las nociones que emergen de las convicciones religiosas. Es decir, puede fortalecer el dique contra los intentos reiterados de incluir a la religión en las escuelas.

Reforzará también la clara diferenciación que establece el artículo 130 en materia de relaciones Estado-Iglesias y la preminencia del primero sobre las segundas.

Podrá ser una base más sólida para el diseño de políticas que de manera recurrente se enfrentan con los dictados que se construyen en el universo de la fe, disposiciones cargadas de prejuicios e incapaces de aceptar la autonomía de los individuos y sus capacidades decisorias. Estoy pensando en temas que siguen polarizando a la sociedad (eutanasia, interrupción legal del embarazo, uniones homosexuales, etcétera) y que deben resolverse en los circuitos de deliberación y decisión de la República (laica).

Ayudará a edificar un espacio más consistente para el desarrollo de la investigación científica en campos que requieren de una reflexión ética -por supuesto- laica, sin la cauda de tabúes que irradian las distintas religiones. Piénsese en temas como la clonación o la investigación en seres humanos, que por supuesto obligan a un profundo examen desde diversos campos (medicina, derecho, ética) y a protocolos especiales para garantizar derechos humanos, pero que desde el campo de la fe son anatemizados.

Por supuesto que la reforma constitucional no sería una varita mágica y no resolvería por sí misma los difíciles dilemas que se desprenden de los campos enunciados, pero ayudaría a crear mejores condiciones para su procesamiento. Voto entonces -simbólicamente- a favor de la reforma.

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