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La cruz neoliberal de Almeida

Hace unos días el Ayuntamiento de Madrid daba luz verde al trámite para ceder gratis tres parcelas de suelo público valoradas en más de 750.000 euros a dos organizaciones católicas. Es justo lo que necesita la capital en estos tiempos tan achuchados: más parroquias, más templos y más monasterios en lugar de hospitales, ambulatorios, colegios o centros sociales. Todo el mundo sabe que las enfermedades se curan rezando y la ignorancia, también. Puesto que este mismo año se destapó que la Iglesia tiene inmatriculadas a su nombre un millar de propiedades por error, Almeida se ha apresurado a poner todos los papeles en orden para que en este regalazo municipal no quepa error alguno. De los otros 35.000 bienes que la Iglesia se ha ido apropiando a lo largo del último cuarto de siglo gracias a una ley aprobada por el gobierno de Aznar en 1998 ya hablaremos dentro de un cuarto de siglo.

En esto, como en tantas otras cosas, Almeida demuestra su espíritu profundamente cristiano y lo bien que aprendió las lecciones del Opus. Muchos citan diversos pasajes evangélicos en los que se habla de abandonar las riquezas y darlo todo a los pobres, pero pocos recuerdan aquel portentoso versículo de Lucas 19 en el que Jesucristo concluye así una parábola: «Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene». He ahí, resumida en una sola frase, el principio motriz del neoliberalismo, de la Iglesia católica española y de tantos fervorosos creyentes que no dan ni un céntimo a los mendigos agolpados a las puertas de la iglesia, prefiriendo reservarlos para la hora del cepillo.

La codicia es buena, sí señor, a ver si se creían que esta gente ha montado el Vaticano a base de limosnas. Hay momentos muy raros en los Evangelios, aunque pocos pueden compararse con ese episodio en el que Jesucristo parece llevar chaqueta, corbata, zapatos de charol y la gomina de Gordon Gekko. De ahí que Alberto Luceño y Luis Medina siguieran las enseñanzas de Lucas 19 al pie de la letra. Cuantos más detalles se saben del pelotazo de las mascarillas, más tiene uno que frotarse los ojos, asombrado ante la acrobacia de estos dos señoritos capaces de transformar un cerro de guantes de deshecho y tests de fogueo en un montón de deportivos, relojes de oro y embarcaciones náuticas. Es un milagro similar al de transformar el agua en vino, aunque Luceño y Medina, los niños de la saca, no se conformaban con vino de mesa: ellos iban a por el Vega Sicilia y a por el Dom Perignon Vintage 2004.

Con unos contratos del Monopoly que le costaron al Ayuntamiento de Madrid más de diez millones de euros, es normal que los responsables prefieran pasar por tontos antes que pasar por cómplices. Almeida se hizo una foto el Domingo de Ramos en la que parecía el comodín flanqueado por la sota de oros y la de bastos. Como no hay comodines en la baraja española, este Viernes Santo le toca cargar con la cruz de haber llamado personalmente a Luis Medina en mitad de una estafa monumental. Cuando estás en medio de una movida tan tocha, con millones de euros por medio y centenares de muertos diarios, sólo hay dos explicaciones posibles: o estás en Babia o estás en el ajo. El toque maestro es que la entidad que soltó esta pasta bárbara a cambio del tocomocho era la Empresa de Servicios Funerarios y Cementerios de Madrid. Se lo llevaron muerto y bien muerto. Deo gratias.

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