La Comuna decretó la separación de Iglesia y Estado y expulsó a todos los religiosos de las aulas. La educación sería libre, gratuita, universal y laica. El proyecto tendrá un gran impacto, sobre todo en los círculos anarquistas.
Auguste Blanqui, uno de los grandes inspiradores de la revolución de 1871, calificaba la educación religiosa como «proyecto para la idiotización universal». Como feroz partidario de la Ilustración, pensaba que la religión era una fuente de superstición, ignorancia y fatalismo. Socialista libertario y partidario de la acción directa, antes del nacimiento de la Comuna se tiró 30 años entrando y saliendo de la cárcel por sus asaltos reiterados al poder constituido, fuera este de la naturaleza que fuera: monarquía o república burguesa.
En la misma línea se situaba Louise Michel, sin duda el personaje más popular e influyente surgido de la Comuna. Como educadora, antes de la revolución fundó varias escuelas libres por su negativa a prestar juramento a Napoleón III para enseñar en una oficial. Su método de enseñanza estaba basado en la participación del alumnado y en la ausencia de castigos. Abogaba, además, por que las niñas recibieran la misma educación que los niños. «Las niñas, educadas en la necedad, están desarmadas y listas para ser engañadas mejor, que es precisamente lo que se busca», escribía en sus memorias. «¡Qué escándalo cuando se encuentran malas cabezas en el rebaño! ¿Dónde estaríamos si los corderos no quisieran ser degollados? Es probable que se les degollara de todas formas, estiren o no el cuello. Así que es preferible no estirarlo. A veces los corderos se convierten en leonas, en tigresas».
La Comuna decretó la separación de Iglesia y Estado y expulsó a todos los religiosos de las aulas. La educación sería libre, gratuita, universal y laica. El proyecto duró poco pero tendrá un gran impacto, sobre todo en los círculos anarquistas.
«El anarquismo cree que no hay otra opción para la emancipación del ser humano que la libertad desde la misma infancia. Ya desde entonces se nos debe enseñar a no confiar en ningún principio de autoridad fuera de la propia consciencia, ya sea una autoridad religiosa o política», nos explica Vincenç Molina, profesor de Ética en la Universidad de Barcelona y vicepresidente de la Fundación Francesc Ferrer i Guàrdia. «Esta desconfianza está en la misma raíz etimológica de la palabra anarquía: sin poder, sin autoridad. Los anarquistas creen que desde el poder político, por muy buena voluntad que éste tenga, no puede conseguirse nada. Aunque exista la oferta de una escuela pública, gratuita, libre y laica, como puede ser la escuela republicana francesa de la Tercera y Cuarta República. Nada, no sirve, porque no pueden admitir ninguna autoridad por encima de la propia conciencia. Esto es muy teórico, muy abstracto, pero explica su interés por la pedagogía. La educación es el único medio de emancipación. La única forma de que no experimentemos ningún tipo de sumisión es haber aprendido a ser libres desde la infancia».
El origen de la Escuela Moderna
Ferrer i Guardia, mártir del anarquismo y de la educación libre en España, y Louise Michel coincidieron en el Congreso Socialista Internacional celebrado en Londres en 1896. No está claro que se conocieran personalmente allí pero sí que compartían muchas cosas en cuanto a credo pedagógico. Durante su exilio en Francia, Ferrer i Guàrdia fue impregnándose de las teorías educativas que acabarían dando lugar a su proyecto de la Escuela Moderna. La fundación que lleva su nombre sigue haciendo hincapié en uno de los pilares fundamentales de su plan formativo: la laicidad.
«En ese apartado compartimos una tradición que también enarboló Kropotkin: un absoluto respeto al libre recorrido interno de cada persona para interrogarse sobre las dudas que suscita la existencia humana. Esto no es una abstracción, aunque lo parezca», señala Molina. «De dónde venimos, adónde vamos, qué es la vida, qué es la muerte… La única manera de enfocar estos interrogantes de una manera libre y no inducida por ninguna autoridad que te meta en la conciencia cosas que tú no has elegido es la laicidad. Que exista una ausencia absoluta de dogmas, que la educación religiosa confesional sea excluida de cualquier ambiente educativo. Eso es lo que pretendemos».
Vincenç Molina amplía esta visión laica a todo el ámbito educativo, no solo a los colegios financiados con dinero público. «Debería ser posible actuar también en los privados, aunque reconozco que eso es muy difícil», confiesa. «Debería hacerse porque los niños no son propiedad de sus padres. Los padres pueden ser cristianos, musulmanes o judíos pero los niños no tienen ninguna culpa. La democracia debería proteger a los más débiles, que son los niños. ¿Pero esto cómo se hace? ¿Cómo vas a intervenir en un colegio privado? Debería ser posible, pero es complicado. El niño tiene que ser libre desde el principio».
España vive hoy la paradoja de tener unas iglesias cada vez más vacías y una proliferación de escuelas concertadas religiosas. No solo se sigue instruyendo a la infancia en los dogmas católicos sino que se ha sumado al temario una nueva religión: la economía capitalista. Desde bien pequeños, niños y niñas aprenden cómo invertir adecuadamente su capital sobrante, que se multiplicará sin necesidad de trabajar y a costa del sudor de sus semejantes. «Efectivamente, eso se estudia en la ESO –confirma Molina–. Desde la fundación criticamos que pueda haber una educación económica que no sea en economía social, cooperativa y solidaria. Para esto hay dos opciones y en Catalunya se ha elegido la peor de ellas: convertir la asignatura de Economía de Empresa en una explicación de las virtudes de la especulación. La otra opción de enfocar esta enseñanza es explicar de dónde sale el recibo de la luz. Eso me parece mucho más interesante y me consta que buena parte del profesorado, que hace lo que puede, lo enfoca así».
La Fundación Ferrer i Guàrdia es la depositaria de un legado de inspiración anarquista que está muy lejos de las bombas y las pistolas que caracterizó a una parte del movimiento. El anarquismo, desde el principio, se dividió en dos grandes corrientes. Una basada en la educación como arma emancipadora y otra en la acción directa violenta. Ferrer i Guàrdia pertenecía a la primera pero fue arrastrado, contra su voluntad, por la segunda. Mateo Morral, que trabajó como bibliotecario en su centro educativo, atentó contra Alfonso XIII en 1906. Hubo 23 muertos, más de cien heridos, y Ferrer i Guàrdia, que no tuvo nada que ver, acabó en la cárcel acusado de cómplice. En 1909, tras la Semana Trágica, otra vez fue acusado injustamente de ser el instigador de aquel motín popular y fue fusilado en la prisión del castillo de Montjuic.
«Hay que reconocer los errores de la propia tradición ácrata», explica Molina. «Hubo muchos que confundieron la propaganda por el hecho, el principio de acción y la crítica a la autoridad con el hecho de matar a quien ostente esa autoridad. En el caso de España, matar a Cánovas, a Canalejas, intentarlo con el rey… Eso, por desgracia, pasó, y es muy impopular y altamente trágico». Estos desmanes, a su juicio, acabaron afectando directamente a todo el republicanismo español: «Los excesos de la FAI, por ejemplo, son ciertos y han dificultado la labor de recuperación de la memoria histórica. Matar a alguien por el hecho de ser católico, aunque no fuera fascista, es algo terrible».
La Comuna de París no estuvo libre de este pecado. Su historia, como decía Henri Guillemin, «es una historia frenética, atroz. Yo contaré la verdad, aunque me moleste, porque no todo en esta historia es bello». La brutal represión ordenada por Thiers contra la Comuna se justificó, básicamente, por tres muertes cometidas por los revolucionarios: las de los generales Lecomte y Clément-Thomas y la del arzobispo de París Georges Darboy, a quien los comuneros pretendían intercambiar por Auguste Blanqui, que estaba preso en Bretaña. Fue un claro error de cálculo por parte de la Comuna. Un arzobispo muerto servía mejor a los propósitos de Thiers para desencadenar la carnicería que tenía preparada.