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¿Es posible hoy la Alianza de Civilizaciones que propuso Zapatero?

*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

Fucuyama, Sartori, Henry Kamen y otros consideran imposible la alianza entre el mundo liberal y el islámico por vueltas que se le dé.

El martes, 21 de septiembre de 2004, el entonces presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, proponía ante la 59 Asamblea General de la ONU, la creación de una Alianza de Civilizaciones entre Occidente y el mundo árabe y musulmán para combatir el terrorismo internacional por otra vía que no fuera la militar. Nunca más se ha vuelto a hablar seriamente de aquella idea, y menos de su utilidad práctica: «Esta alianza habrá de formarse a partir del estudio por parte de un grupo de alto nivel», afirmó Zapatero. «Tiene como objetivo fundamental profundizar en la relación política, cultural, educativa, entre lo que representa el llamado mundo occidental y en este momento histórico el ámbito de países árabes y musulmanes», agregó.

Dos años después, sólo diecinueve países habían dado su apoyo a la Alianza de Civilizaciones. Entre estos países había árabes como Jordania, Egipto y Túnez, iberoamericanos como México y Costa Rica, musulmanes como Irán, Indonesia o Malasia, asiáticos (Tailandia) o africanos (Tanzania). También habían dado su apoyo expreso dos organizaciones internacionales, la Liga Árabe y la Organización de la Conferencia Islámica (OCI), además de la ONU. Incluso se anunció un plan de acción con medidas para concretas «desactivar el antagonismo» entre Occidente y el Islam. En el presente formaban parte de dicha alianza países como Argelia, Marruecos, Senegal, Afganistán, Arabia Saudita Arabia Saudita. Irán, Pakistán, Catar, Siria, o la Liga de Estados Árabes.

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Zapatero proponiendo en 2004 la Alianza de Civilizaciones en la Asamblea General de la ONU. / Mundiario

Llegó a constituirse el llamado “Grupo de Amigos en torno a la Alianza de Civilizaciones”, que en 2010 decía contar con 89 países adheridos y 17 organizaciones internacionales. Oficialmente, se han celebrado hasta el año 2019 diversos foros de debate y los países implicados se reúnen dos veces al año en Nueva York, coincidiendo con la Asamblea General de la ONU, a nivel de embajadores; pero la relevancia de estas actividades ha disminuido en proyección, entre otras cosas porque la implicación de algunos países es meramente simbólica.

SEVERAS CRÍTICAS A ZAPATERO

Pero a la idea de Zapatero le surgieron severas críticas: En agosto de 2007, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama: “Sean cuales fueren las causas, el fracaso europeo del intento de crear una mejor integración de los musulmanes es una bomba de tiempo que ya ha contribuido al terrorismo, que por cierto provocará una reacción más firme de los grupos populistas y que posiblemente llegue a convertirse en una amenaza para la democracia europea misma. La solución del problema requiere un cambio del comportamiento de esa minoría inmigrante y de sus descendientes, pero también del de la comunidad nacional dominante. El primer paso de una solución es admitir que el viejo modelo multicultural no ha tenido gran éxito en países como Holanda y Gran Bretaña, y que es necesario sustituirlo por intentos más enérgicos para integrar a la población no occidental a una cultura liberal común. El viejo modelo multicultural estaba basado en el reconocimiento de los grupos y de sus derechos. A causa de un erróneo sentido de respeto por la diferencia -y tal vez por sentimientos de culpa poscoloniales-, se otorgó a las comunidades culturales una excesiva autoridad para fijar las reglas de conducta de sus miembros”.

Sostenía Fucuyama que “El liberalismo no puede basarse en los derechos de los grupos, porque no todos los grupos sostienen valores liberales. La civilidad de la Ilustración europea, de la cual es heredera la democracia contemporánea, no puede ser culturalmente neutral, dado que las sociedades liberales tienen valores propios que resguardan la igualdad de los valores y de la dignidad de los individuos. Las culturas que no aceptan esas premisas no merecen igual protección en una democracia liberal. Los miembros de la comunidad inmigrante y sus descendientes merecen ser tratados en un plano de paridad como individuos, pero no como miembros de la comunidad cultural”.

Y en ese sentido denunciaba que “algunas comunidades musulmanas plantean exigencias de derechos grupales que simplemente no pueden adaptarse a los principios liberales de igualdad entre los individuos. Esas exigencias incluyen la exención especial de la legislación familiar válida para todos los miembros de la sociedad, el derecho de excluir a los no musulmanes de ciertos acontecimientos públicos o el derecho de oponerse a la libertad de expresión en nombre de la ofensa religiosa. En tales casos extremos, la comunidad musulmana ha expresado incluso la ambición de desafiar el carácter laico del orden político general”.

ALIANZA COMO UNA OCURRENCIA

Para muchos, lo de la Alianza de Civilizaciones no dejó ser una ocurrencia. Así Shaun Riordan, ex diplomático británico, escribía a los dos años de que Zapatero lanzara su idea: “¿Alianza de civilizaciones o alianza de civilizados?: “Los éxitos de la Alianza de Civilizaciones son meramente presentacionales. La necesidad de un nuevo enfoque en la diplomacia del siglo XXI es incuestionable; sin embargo, la Alianza de Civilizaciones no es la respuesta. Presenta problemas tanto teóricos como prácticos, sobre todo en cuanto al enfoque de los conflictos y de las diferencias entre civilizaciones y valores, que incluso podrían empeorar el clima internacional”.

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Los humoristas hicieron caricaturas de Zapatero por la Alianza de Civilizaciones

El problema del choque de civilizaciones estriba, según Riordan, en el choque entre el secularismo liberal y el fundamentalismo religioso, sea cristiano, islámico o judío”. En aquel tiempo en que estaba en debate la idea de Zapatero, se produjeron en el mundo inquietantes noticias que fueron a más hasta nuestros días. Así, el Sindicato de Médicos Egipcios prohibió a sus miembros el trasplante de órganos entre pacientes musulmanes y cristianos o en Arabia Saudi vetaban el uso de teléfonos móviles con cámara incorporada por ser susceptibles de utilizarse con fines «indecentes».

Pero ninguna crítica fue tan dura como la del historiador y profesor británico Henry Kamen, quien dijo literalmente que la Alianza de Civilizaciones era inútil o incluso una farsa puesto que una alianza necesita compartir una serie de conceptos en común, algo que, en su opinión, no sucede entre los occidentales liberales y el mundo islámico. En respuesta a Zapatero escribió: “Se supone que la intención no es exportar los decadentes conceptos culturales occidentales, como democracia, derechos de la mujer, libertad de expresión, libertad religiosa o tolerancia sexual. Si Zapatero no tiene intención de profundizar en estos temas, ¿entonces intentará profundizar en conceptos como la dictadura, el control de la prensa y la negación de la libertad sexual?”, se preguntaba.

TOLERANCIA CON LOS INTOLERANTES

Y fue precisamente, el profesor Sartori, considerado internacionalmente como el mayor experto en los problemas actuales de los sistemas democráticos de Occidente en el siglo XX y XXI, catedrático de la Universidad de Florencia y de la Columbia University, de Nueva York, era una gran autoridad muy respetada por la comunidad científica, quien le puso la puntilla al preguntarse  si la sociedad occidental puede ser tolerante con los intolerantes; o dicho de otro modo, si ha de defender y preservar su propio sistema de valores frente a quienes, en nombre del llamado «multiculturalismo» (que él considera cosa diferente del pluralismo), pueden ponerla en peligro. Para él, el «multiculturalismo» no persigue la integración diferenciada, sino la desintegración multiétnica. De ahí lo difícil que resulte que la sociedad occidental, pluralista y laica, pueda acoger sin disolverse a los enemigos potenciales que la rechazan. «Porque -dice Sartori- no todos los inmigrantes son iguales. Y porque un inmigrante de cultura teocrática plantea problemas muy distintos del inmigrante que acepta la separación entre religión y política». En este sentido, la diferencia radica en que una sociedad pluralista es abierta y se enriquece con las aportaciones de todos, mientras que el multiculturalismo significa el desmembramiento de la comunidad pluralista en subgrupos o comunidades cerradas y homogéneas entre sí.

Sin ningún complejo, el profesor Sartori advertía de lo que podría ocurrir a medio plazo en Occidente si determinados grupos se instalaban, pero no se integraban, dentro de la sociedad pluralista y su sistema de valores, ya que aspiran a vivir dentro de ella. “Lo menos que puede pedírseles, si quieren ser ciudadanos, es que acepten las obligaciones de tal ciudadanía”, concluyó.

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