Contra el mal trato, tolerancia CERO”, resulta ser grito dramático de parte de una sociedad trémula de ríos de lágrimas, de sangre, de muertes , de miedos y, en ocasiones , con la constancia de denuncias cursadas, o por cursar, que multitud de mujeres protagonizan frente al hecho luctuoso al que están expuestas a consecuencia de amenazas y comportamientos de parejas, o exparejas.
“Tolerancia, CERO”, es lema recitado hasta por los mismos profesionales de los medios de comunicación, en gesto desinteresadamente solidario, a los del resto de la sociedad, con inclusión de organismos e instituciones “religiosas”. (Ante tal panorama, hasta la insistencia canónica de la indisolubilidad matrimonial debiera ya haberse sometido a urgente, humana y cristiana, revisión como sacramento)
Los malos tratos domésticos -salvajes y sin domesticar-son -siguen siendo-, moneda común en el trapicheo matrimonial y sus aledaños, a manos de “todopoderosos” varones que ejercieron y pretenden seguir ejerciendo de por vida, de dueños y señores de la mujer, por mujer –“la maté porque era mía” (¡¡)- , ya en casi mayoría a aspirar a la consideración de personas, al menos en igualdad de condiciones que el hombre-varón.
Es de justicia reconocer que, al menos sobre el papel, en los últimos tiempos se perciben ciertos cambios legales aunque en la práctica, situaciones y episodios lo desmientan dramáticamente con los argumentos contundentes de las noticias de muertes y hospitalizaciones de las que también los niños participan familiarmente al igual que sus madres.
A las voces “oficiales” y “publicitarias” he de añadir -y tal es el meollo y la esencia de esta reflexión personal- , que son muchos y muchas quienes echan de menos gestos, gritos, y proclamas condenatorios por parte de la jerarquía eclesiástica , aunque simultáneamente a la redacción de este párrafo-denuncia se les puedan adjuntar algunas Cartas Pastorales, homilías y hasta Encíclicas en su defensa.
Y es que no está claro que en la Iglesia, sobre todo “oficial”, se tenga ya plena conciencia de que el papel de la mujer por mujer sea exactamente similar al del hombre, con todos sus derechos y deberes., no solo eclesiásticos y en consonancia con lo establecido en el Código de Derecho Canónico y en la Liturgia, principales fautores -“persona que favorece o ayuda a otra”- de tan denigrantes discriminaciones , que cuando se las intenta fundamentar en textos bíblicos proclaman maldad o nesciencia , en adoctrinamientos y comportamientos elementalmente cristianos y aún humanos.
Con la concepción que se tiene y mantiene acerca de las mujeres-pecado, dentro de la propia Iglesia apartándola, por supuesto, de las responsabilidades del hombre, por hombre-varón, no les será posible a sus adoctrinadores –“evangelizadores”-¿?)- proclamar desde el púlpito, cátedra episcopal, y medios de comunicación de su propiedad e influencia ,hasta enronquecer y previa, devota y generosa concesión de indulgencias a favor de la jaculatoria “¡Contra el maltrato, CERO¡”
La Iglesia, como tal, más la “oficial”, carece de libertad y de autoridad para descalificar , anatematizar y condenar a quienes no creen y practiquen la igualdad de la mujer en relación con el hombre fuera y más dentro de los lugares “sagrados” de la institución y de su doctrina . Lo de la serpiente, y lo de ”Eva”, de nombre y oficio , les sigue imprimiendo carácter y condicionamiento a interpretaciones bíblicas tomadas al pie de la letra, y como si los “buenos” y ortodoxos cristianos tuvieran que estar inscritos a perpetuidad entre los mas fervorosos y sumisos catecúmenos.
La avalancha martirial de tal cantidad de mujeres maltratadas, la “teología” de hombres de la Iglesia -redomadamente machista, habrá de responder como institución religiosa y cívica, con palabras y ejemplos disciplinares en consonancia con el evangelio -comportamiento de Jesús- y con el cambio de su disciplina canónica ya y sin las excusas ni pretextos que todavía doctoralmente algunos alegan.
Condenar una y otra vez, en la teoría y en la práctica, los malos tratos –“Tolerancia, CERO”, y de tesis doctorales bíblicas, que sufre la mujer a manos de hombres -cristianos o no- , es una de las obras más “piadosas” que pudieran y debieran cultivar pastoralmente los obispos , adjuntos y adláteres, con inclusión de sus “informadores religiosos”-.