A los ateos siempre se nos conmina a demostrar la inexistencia de Dios, cuando es al revés: es la secta católica y su corporación multinacional quien debiera demostrar que existe y no basarse en peticiones de principio
En los tiempos en que en París, iniciada la Revolución francesa, se proclamaban los derechos del hombre y del ciudadano, el papa Pío VI -último del Antiguo Régimen feudal-, en su encíclica «Quod aliquantum», defendía que no podía imaginarse mayor tontería que tener a todos los hombres por iguales y libres. Mucho antes, un colega suyo, León X, dijo o le atribuyeron aquello de las inmensas riquezas que le había reportado a la Curia vaticana «la invención de Cristo». Era el papa de las indulgencias, la Tax Camarae, esa suerte de tarifas terrenales para ganarse el cielo que tanto indignaran a Lutero. Inclusive, estos profesionales del «poder espiritual» apostrofaban (los sacerdotes no juzgan: condenan o absuelven) en las encíclicas de 1816 y 1824 las guerras de independencia americanas, incluida la de los Estados Unidos, satanizando a los puritanos. Y es que decir Iglesia es decir herejía, algo siamés.
Le decía yo el otro día a Gonzalo Puente Ojea, estudioso de las religiones, ateo y que fuera embajador en la Santa Sede, que no creía en la figura histórica de Jesucristo, esto es, que nunca existió, mientras que él, Puente Ojea, sostenía la existencia real del Jesús de la historia -luego de rigurosos y muy documentados estudios- y no en el Cristo de la fe. Entre bromas y veras, yo le decía que le tenía más pálpito a «La vida de Brian» de los Monty Python que a la figura del nazareno. Me parecía más «real» la ficción fílmica que los sinópticos. Empero, coincidimos en la conclusión: sea lo que fuera, existiera o no, el «invento» perdura desde hace dos milenios. Algo con lo que soñara Goebbels para el Tercer Reich, dizque convertir en verdad una falsedad a fuerza de machacar las mentes.
En 2006, Luigi Cascioli, nacido en 1934, ex seminarista, agrónomo, interpuso una demanda en Italia poniendo en tela de juicio la existencia del galileo. Escribió un libro -«La fábula de Cristo»- donde defiende la tesis de que Jesús no existió y, por lo tanto, la teología se derrumba amén del pecado original, la eucaristía, etc. Otrosí: la Iglesia se basa en nada. La demanda la puso contra un sencillo párroco de su pueblo y no contra el Papa (que goza de inmunidad). No se la admitieron, apeló y un tribunal superior hizo comparecer al cura -Enrico Righi- para probar la existencia histórica de Jesucristo. Este cura sermoneaba a sus parroquianos sobre Jesús como hijo de José y María, y Cascioli lo demandó (no tanto a la persona como a la carga religiosa de la frase) porque en Italia la Constitución pena abusar de la creencia popular e inventarse cosas para hacerlas pasar como hechos reales.
A los ateos siempre se nos conmina a demostrar la inexistencia de Dios, cuando es al revés: es la secta católica y su corporación multinacional quien debiera demostrar que existe y no basarse, como hace en plena decadencia, en peticiones de principio. Es como cuando Lluis Llach se querelló contra Felipe González -la X Absconditum- por incumplimiento de sus promesas electorales. Del pesebre a la Basílica de San Pedro, el verdadero milagro.