En la Comisión Primera del Congreso de la República, comenzó la discusión de un proyecto de ley que busca la regulación del procedimiento de la eutanasia. Si bien, existe una jurisprudencia de la Corte Constitucional sobre casos en los cuales es permitido algún procedimiento para la abogar por una muerte digna a determinadas personas, se hace necesario, en cumplimiento de sus funciones constitucionales, que el legislativo apruebe con urgencia la reglamentación que suprima los obstáculos legales para aplicar dicho acto.
Colombia, un país fuertemente sofocado por los oxidados argumentos de la idiosincrasia religiosa, no se ha permitido concebir los debates de suma trascendencia como lo son la eutanasia, el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo sin el recalcitrante artilugio del dogmatismo que ha acompañado las decisiones políticas, y que, en últimas, son posturas que pierden validez en un Estado laico y secularizado. Los argumentos científicos y filosóficos, por el contrario, deberían ser los criterios que debe concebir los legisladores, jueces, magistrados o cualquier funcionario, del cual dependa este tipo de acciones, para la toma de decisiones.
Dignificar la muerte es igual de importante que dignificar la vida. Esta consigna, que emerge de una extensa tradición filosófica que surge en las corrientes ontológicas grecorromanas, debe ser replicada, no solo en Colombia, sino en todos los países que se llamen a sí mismos democráticos y respetuosos de la dignidad humana. En este orden de ideas, los aplaudibles avances en la medicina no solo deben ir en consonancia en potencializar la vida para quienes padezcan enfermedades, sino buscar fórmulas y procedimientos de hacer el tránsito de la vida terrenal a la muerte de tal manera que se minimice el padecimiento y el dolor físico de quienes sufren enfermedades degenerativas, en donde las opciones de vivir una existencia feliz y plena, son casi inexistentes.
Abordando una perspectiva, eminente filosófica, es posible rescatar lo escrito por el emperador y filósofo romano Marco Aurelio, dejó pautada en su texto Meditaciones lo siguiente: “no desdeñes la muerte; antes bien, acógela gustosamente, en la convicción de que ésta es también una de las cosas que la naturaleza quiere”. Así, para los estoicos, al igual que para muchas religiones occidentales, la muerte es una etapa más de la vida. Incluso Lucio Antonio Séneca, otro emblemático filósofo del estoicismo, recomendó a un amigo que padecía de una enfermedad incurable y muy dolorosa, que no tuviera miedo a la muerte. Para el pensador romano morir era una cuestión de morir era un acto de “honestidad, prudencia y fortaleza”.
Hasta cierto punto, en la actualidad, los códigos penales han heredado ese estigma que dejó la religión sobre el suicidio, lo que ha provocado que casos, como el colombiano, todavía se señale y estigmatice la cuestión de la eutanasia el suicidio. Herencia de la cultura medieval europea, en donde la muerte tenía que ser subyugada a la vida, es lo que hoy imposibilita que las personas, o en un caso extremo sus familiares cercanos, decidan sobre el destino de los individuos mismos. Por el contrario, creo que no hay peor castigo para un ser humano no poder hacer una elección sobre sí, por las trabas culturales y legales, que están hoy vigentes.
Por otra parte, yendo más allá del procedimiento de la eutanasia, sería interesante incorporar un artículo que reglamente el procedimiento de suicidio asistido. Esta práctica, ya aprobada en países europeos, iría en consonancia con la libertad de los individuos de decidir, sobre sí y para sí, sobre las riendas de su vida. Los crueles y grotescos procedimientos a los cuales una persona que decide suicidarse acude, para llevar a cabo el acto de terminar con su vida, podrían atenuarse gracias a la posibilidad de contar con un servicio de suicidio asistido que haga menos inhumana su elección de renunciar a su vida terrenal. Ensalzamos y glorificamos nuestra libertad, pero lo cierto es que, en muchas ocasiones, somos prisioneros y cautivos de un montón de prohibiciones que, en últimas, generan más perjuicios, de los que evita, ¿todo por qué? Porque todo es un pecado.
En la actualidad, la comunidad médica está bastante dividida. Si bien es cierto que el principio de autonomía personal suele prevalecer y que en un futuro esto puede abrir la puerta a la legalización de la eutanasia, hay colectivos que defienden que en este contexto el médico pueda negarse a realizarla como objetor de conciencia. Otros, sin embargo, hablan abiertamente de un acto ilegal y criminal, que debe atenerse a posibles responsabilidades penales. Con base a lo anterior, es preciso apuntar que en un escenario en donde la eutanasia sea aprobada, los médicos, en caso de tener recatos sobre la ejecución de este procedimiento, puede hacer uso del instrumento de la objeción de conciencia. Por supuesto, que alguien que profese alguna religión o que simpatice con ideas ético-filosóficas que vaya en contravía de esta situación, puede apelar y abstenerse de ejecutar este procedimiento. Esto, porque tampoco sería presentable hablar de libertad cuando se le obliga a una persona, en contra de su voluntad, hacer algo de lo cual no es creyente.
Vivimos en un país democrático, al menos eso presumimos ser, pero ¿Qué tan democrático es un país que todavía sataniza con el dedo inquisidor prácticas que están pautadas como facultades en nuestro libre albedrío? No solo con la eutanasia, también con la elección de concebir o no hacerlo, de contraer matrimonio con quien se quiera, indistintamente de su sexo. Todo esto, en últimas, no son conductas que afecten negativamente, ni perjudiquen el bienestar del otro. Por el contrario, estas libertades son garantías de que nuestra sociedad progresa, no se estanca, y lo más importante ayuda a despojarnos de la indigencia mental de la discriminación. Ante los ojos del Estado, somos todos iguales, con los mismos derechos y deberes, y por lo tanto hay que sacar a florecer una verdadera apología a la libertad.
Esteban Escudero Correa