Tomás Calvo Buezas publicó en 1995 un excelente libro titulado Crece el racismo, también la solidaridad. Demuestra, el catedrático de antropología de la U. Complutense de Madrid, a través de un riguroso y extenso documento, cómo entre la juventud española, frente a unos crecientes brotes de intolerancia, está germinando una parte de la sociedad joven muy solidaria. Esa dualidad que ha surgido es lo más complejo de analizar: ¿por qué se produce…a qué fenómenos responde?
Se estima que en el contexto de la Unión Europea viven más de veinte millones de emigrantes. Más del 40% provienen de países del tercer mundo, dentro de una gran diversidad de culturas, religiones, etnias, lenguas, etc. Muchos de estos emigrantes son ya ciudadanos con derechos en los países en los que viven, otros muchos buscan una estabilidad laboral o son, simplemente, «ilegales».
Pero este fenómeno está causando una multiplicación enorme de guetos étnicos, a la vez que prolifera el fantasma de movimientos fanáticos nacionalistas de corte fascista, que en defensa de una hipotética raza única, pura y común, tratan de «preservar» la limpieza étnica de un Estado o de una región.
Algunos dirigentes políticos, sobre todo de Francia y Alemania, ante el creciente paro, como consecuencia de políticas económicas ultraliberales están llamando la atención, en contra de los extranjeros, que no hace muchos años les ayudaron a crecer y a instaurar la sociedad del bienestar. Indicando que los puestos de trabajo que haya deben ser, exclusivamente, para los nacionales.
En la primera quincena de enero del 97 el canciller conservador alemán Kohl, en su foro parlamentario, lanzó su «órdago fascista» en favor de los nativos alemanes y en contra de los puestos de trabajo para extranjeros. Asistimos a un nacionalismo ultraconservador que de NO pararlo puede crear serios problemas en la próxima década: Algunos políticos de distintas ideologías, algunos personajes públicos e ¡incluso! algunos docentes nos lanzan sutiles mensajes de corte racista y xenófobo y esto cala entre la opinión pública.
También en la primera quincena de enero del 97 conocimos a un tal Quintana, que «ejerce» de profesor de maestros: este sugería al alumnado que comprara un libro editado por él, en el que se vertían graves reflexiones racistas. Durante meses el tema era conocido por más de un responsable de la Universidad, sin hacer nada, hasta que lo denunciaron varios alumnos y lo publicó el diario El País. Fué entonces cuando el clamor, universitario, político y social pasó factura, ante un hecho lamentable que había germinado durante años. «Anécdotas» como ésta se han sucedido con demasiado frecuencia, por desgracia y también en el ámbito de la docencia.
La sociedad internacional y la española nos están mostrando esa doble versión antagónica: la de la intolerancia racista y xenófoba, que a veces es sangrienta, como estamos observando en los últimos conflictos bélicos (antigua Yugoslavia, Centro-Africa, etc.). Y la de la defensa, solidaria, del «otro» diferente.
En recientes y diversas encuestas, el grado de racismo de alumnos y profesores es algo superior a la media general. Cuestión algo incomprensible y muy preocupante. Pero que no da lugar a dudas, por las diferentes tendencias que aparecen en las muestras, lamentablemente:
A modo de resumen se puede decir que, en términos globales, «una de cada cuatro personas expulsaría de España a gitanos, árabes y negros y una de cada diez personas expulsaría a cualquier extranjero». Sin embargo, a cada acción racista o intolerante, en España y en toda Europa, se movilizan cientos de miles de jóvenes y de personas de todas las edades. El Parlamento Europeo y otros foros aprueban decenas de resoluciones, muy concretas, contra el racismo y la xenofobia y a favor de la tolerancia. Múltiples ONGs trabajan en causas solidarias y su mayor capital humano son los jóvenes.
Así las cosas, debemos de partir de dos teorías básicas:
1.- «El racista y el intolerante no nace, se hace».
2.- «Nadie se integra, si el otro no le deja y respeta su cultura».
El año 1995 fue declarado como «Año internacional de la tolerancia». Y 1997 ha sido declarado «Año Europeo contra el Racismo»: Desarrollándose actos y reflexiones multitudinarias y reducidas en todo el mundo y Europa, en concreto. Los centros docentes fueron escenario de trabajos en esta línea.
Pero en estos eventos no se puede acabar la educación permanente, en un tema tan importante -para la raza humana- como son las actitudes de tolerancia y solidaridad, cuyos dos espacios más importantes para desarrollarlas son la escuela y la familia.
Victoria Camps en su libro Los valores de la educación (1994) nos indica: «Los motivos o las razones de la intolerancia son variados, pero clasificables, creo, en tres grandes grupos que señalan las diferencias que han producido y siguen produciendo intolerancia. Me refiero a las diferencias: 1) de creencias y opiniones, 2) a las diferencias económicas, y 3) a las diferencias físicas.»
Hace una definición sobre cada una de los tres grandes grupos:
Al primer grupo pertenecerían ideológicas y en especial las religiosas.
En el segundo grupo incluye a las diferencias de carácter social y cultural (incluyendo las étnicas). Sostiene Victoria Camps una teoría que comparto: muchas veces se confunden las diferencias étnicas con el primer grupo, ya que afectan a un modo de vida, a una cultura, a una religión… cuando en realidad el rechazo étnico es, básicamente, por cuestiones de pobreza y de marginación, que a criterio de los intolerantes, va ligado a un supuesto «desorden e inseguridad» que hay que «esconder».
Al tercer grupo pertenecerían las diferencias por cuestiones físicas o fisiológicas. Aunque en ocasiones pueda ser una prolongación del primer grupo como, por ejemplo, la homosexualidad rechazada por los secotores que la aprecian como una anormalidad y moralmente malo.
He expuesto esta taxonomía o clasificación de V. Camps, como podría haber resaltado otras diversas, por entender que es muy sencilla y comprensible. Es necesario partir de la base de la necesidad de que en los centros docentes se «eduque para la tolerancia». La tolerancia debe ser un valor incuestionable.
La tolerancia no es la apatía, ni la indiferencia, ni la impotencia, ni la falta de capacidad crítica. La tolerancia es un valor democrático que fortalece la convivencia, que desarrolla la capacidad crítica y que estimula la libertad. Pero tenemos que tener muy claro que no podremos educar para la tolerancia, si no lo hacemos desde la tolerancia.
La tolerancia no se enseña, se practica, para que de esa práctica los más jóvenes aprendan. Esta sería una de las claves para construir una sociedad más solidaria. Los niños y niñas, hoy, están viviendo una cierta intolerancia generalizada a través de las actitudes de muchos adultos que en el ámbito familiar y escolar o a través de la radio, del cine y la televisión, manifiestan posturas insolidarias y mezquinas.
La intolerancia de muchos adultos se plasma en una serie de actos y actitudes que los adultos mantienen entre ellos mismos: relación sexista hombre-mujer; las relativas a las relaciones sociales y a los modelos jerarquizados que se exteriorizan; posturas ante otras razas, otras religiones o ante los no religiosos y viceversa. Modelos que, además, refuerzan muchísimo la televisión y el cine. Y, por qué no decirlo, modelos que se viven en los centros docentes con excesiva frecuencia.
Porque -en el fondo- lo que los adultos «nos jugamos» es Poder. Y ante ello mostramos nuestra fuerza física, económica, numérica, anímica y psíquica. Cuando esto se manifiesta aparece la intolerancia. Porque tolerar es: Saber renunciar.
La escuela es un lugar idóneo, donde se ha de forjar el valor de la tolerancia que debe ocupar el centro del curriculum y los enseñantes han de hacer de ello, no sólo una expresión conceptual, sino un modo de vida y de relación con el alumnado y con el resto del profesorado y también con las familias y su entorno.
La LOGSE remarca el pleno desarrollo de la personalidad del alumno y de la alumna, a través de todos los factores que deben integrar la educación: intelectual, corporal, social, afectivo y ético-moral. Fernando G. Lucini en su libro Temas transversales y educación en valores de la editorial Anaya (1993), nos muestra unos esquemas que reproduzco a continuación y que son el fundamento de los objetivos generales de la LOGSE, para educar para el pleno desarrollo de la personalidad.
Estos esquemas de Lucini nos deben de ayudar a comprender, desde una análisis teórico, cómo hay que desorrollar la educación para la tolerancia y la solidaridad, en el ámbito de la transversalidad que define y expresa la LOGSE.
«La enseñanza institucionalizada», como nos indica Montserrat Moreno, de la Universidad de Barcelona, en el núm. 227 de «Cuadernos de Pedagogía»: «parecía, hasta hace poco tiempo, participar de la repulsión por la temática ligada a la vida cotidiana, tan característica de la ciencia clásica, y consideraba que no era misión de la enseñanza obligatoria aprender a desenvolverse autónomamente en la vida cotidiana, analizar los sentimientos propios y comprender los ajenos, resolver pacíficamente los conflictos que frecuentemente se presentan entre las personas y entre los colectivos; es decir, aplicar el razonamiento para aquello que más se necesita en la vida cotidiana. Sin duda los contenidos de las diferentes disciplinas son insrumentos muy útiles, para alcanzar estas finalidades y los temas transversales nos ofrecen la ocasión de tender un puente de coherencia entre la cotidianeidad del alumnado y los contenidos de la enseñanza».
Creo que es una tesis muy razonable que desvela el impotante cambio que tiene que desarrollar la escuela, para contribuir a construir un mundo solidario y tolerante.
El antropólogo Antonio Chazarra en el libro Convivencia y tolerancia, un compromiso para la paz (editado por CEAPA en 1992), nos expresa las siguientes ideas:
«Si pretendemos que la educación para la paz, la convivencia y la tolerancia, estén presentes en la acción educativa cotidiana del aula y en las relaciones entre los distintos sectores de la comunidad educativa, hemos de comenzar por dar ejemplo. Constituye una pedagogía social de primer orden la de convencer a los otros no en tanto de la función de lo que decimos, sino de lo que hacemos, no tanto en función de palabras, como de hechos» …»El profesorado tiene una importante función que cumplir en la educación para la paz, la convivencia y la tolerancia. Todos sabemos, por experiencia, que existen excelentes profesores/as que dominan plenamente su materia, pero esto, con ser importante, no lo es todo. El profesor y la profesora, si quieren cumplir una función socializadora, no pueden ni deben limitarse a exponer los contenidos de los que son expertos, sino que deben relacionarse con los alumnos de un modo no autoritario y jerárquico y deben propiciar situaciones empáticas».
Esta teoría nos parece fundamental, para que la escuela, realmente, sea una fábrica de solidaridad. María José Díaz-Aguado, de la Universidad Complutense de Madrid, en su libro Escuela y Tolerancia (1996) nos indica el gran consenso que, a nivel internacional, existe sobre el papel que debe desempeñar la educación, para desarrollar principios de tolerancia y convivencia, citando varios documentos del Consejo de Europa y de la Conferencia Europea de Ministros de Educación; orienta sus tesis a dos objetivos generales:
1.- Favorecer la integración escolar de los alumnos pertenecientes a grupos minoritarios, superando las limitaciones de los enfoques que ofrecen como único modelo contra la exclusión su asimilación a la cultura mayoritaria.
2.- Desarrollar la tolerancia y prevenir el racismo, estimulando el conocimiento y la aceptación de la diversidad.
María José Díaz-Aguado nos expresa que «para desarrollar la tolerancia y prevenir el racismo no resultan suficientes las acciones educativas integradoras e informadoras sobre las diversas culturas. Es necesario desarrollar comportamientos y favorecer cambios emocionales, enseñar a detectar y a combatir el racismo, enseñar y desarrollar los derechos humanos». En suma, lo que propone son acciones y no pasividad.
El filósofo norteamericano John Rawls ha dicho que la sociedad bien ordenada ha de regirse por tres grandes principios de justicia: «1. Libertad igual para todos. 2. Igualdad de oportunidades y 3. ‘Principio de la diferencia’, según el cual la distribución de los bienes básicos, por parte del Estado, debe de hacerse de forma que favorezca a quienes más lo necesitan. Pero para que la sociedad sea justa, sus ciudadanos han de tener sentido de justicia, cuyo complemento natural es el de la solidaridad».
No se puede entender la justicia si no hay solidaridad (lo que se denominaba en la Revolución francesa «fraternidad»). La solidaridad es un sentimiento comunitario, de compartir obligaciones. Este sentimiento de solidaridad -según Victoria Camps- «ha de llevarnos, por una parte, a denunciar las injusticias y, por otra, a compensar las insuficiencias de la injusticia. Por ello la solidaridad está más cerca de las actitudes, que son particulares y la justicia, más próxima a la Ley, que es general».
La institución escolar ha de ir formando a las personas como individuos libres, pero a la vez que sean capaces de participar en un contexto social que conocen y que desean compartir con los demás, desde el respeto, la tolerancia y la solidaridad, admitiendo la diferencia, como rasgo fundamental de todos los seres humanos.
El profesor norteamericano John Paul Lederach en un libro titulado Educar para la paz (Fontamara, 1984) nos hace una reflexión que merece la pena a propósito de las notas en la educación: «El espíritu de la competencia en la enseñanza cumple otra faceta para el ‘orden social’ en general: elimina y clasifica a los estudiantes. Esto también es reflejo de nuestra sociedad: todo está dividido y clasificado según el dinero, el poder, la inteligencia, etc. El nexo entre la educación y la sociedad clasificadora es, sobre todo, el examen.
En la forma que se usa hoy, el examen es normalmente de una naturaleza clasista y la dinámica clasista conlleva casi siempre una dinámica de preferencia (clases mejores) y marginación (clases peores)». Dice Lederach «que la educación para la paz y la tolerancia se concebiría como una forma de lograr, individual y colectivamente, un nivel de concienciación, de conciencia de la realidad social y no como un mecanismo para lograr éxito y clasificación social».
Educar para la tolerancia y la solidaridad es un compromiso que ha de adquirir la escuela del presente y del futuro, si quiere compartir una necesidad y un objetivo común, si pretende ser un instrumento compensador y preventivo. Existen muchos instrumentos teóricos, demasiados «fuegos de artificio» y declaraciones positivas institucionales y profesionales. Hay algunas actitudes favorecedoras. Pero, en la práctica, nos queda un larguísimo camino por recorrer.
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