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Los crucifijos y las escuelas

EL crucifijo, como símbolo de los creyentes en Jesucristo, se desnaturalizó y perdió su significado original el día en que, según cuenta una leyenda, el emperador Constantino (a comienzos del siglo IV) vio en el cielo una cruz y oyó una voz que le decía: "con este signo vencerás".

A partir de entonces, la cruz dejó de ser lo que realmente fue para Jesús, un instrumento de fracaso y de muerte, y se convirtió en la que es ahora para los que creen más en el poder que en Jesús, un símbolo de dominio o incluso de dominación. Me refiero a la cruz que ha brillado en las coronas de los reyes y emperadores, la cruz de oro y piedras preciosas que se pone como condecoración de los grandes de este mundo o, simplemente, la cruz que llevan algunas personas como adorno.

Si este asunto se piensa despacio, hay razones para pensar que lo que ha pasado con la cruz de Cristo es una de las expresiones más claras y más hondas de la perversión que se ha producido en el cristianismo. Porque, al hablar de la utilización que se hace de la cruz, estamos tocando fondo en la inteligencia (y en la descomposición) de lo cristiano. Y lo peor del caso es que hay demasiada gente ( a veces, personas de muy alto rango) en la Iglesia que piensan y sienten, en este punto concreto, de manera enteramente opuesta a como pensaba Jesús de Nazaret.

Y es que situarse ante la imagen de la cruz, o incluso ante la sola idea de un crucificado, con los criterios de Jesús es una cosa tan extraña y tan difícil, que hasta el mismo san Pedro, cuando Jesús le dijo que iba a morir de semejante forma, mostró tal rechazo, que el propio Jesús le replicó sin rodeos: "¡Quítate de mi vista, Satanás, eres un escándalo para mí" (Mt 16, 23).

Recuerdo estas cosas a cuento de la trifulca que se ha organizado con motivo de si en las escuelas tiene o no tiene que haber crucifijos. En otros casos, el problema se plantea en los juzgados. Y no estoy seguro si en los cuarteles ocurre algo parecido. En Italia, la cosa está que arde desde hace meses. Y en nuestra Andalucía, sin ir más lejos, el conflicto de los crucifijos empezó, no hace mucho, en un colegio público de Baeza, el día en que el diputado andaluz del PSOE, José Pliego, propuso que la Junta retire todos los símbolos religiosos de los colegios públicos, alegando la "no confesionalidad del Estado". Poco después, el problema saltó de Baeza a Córdoba, donde la Junta de Personal Docente de esa provincia solicitó la retirada de los símbolos religiosos en las escuelas públicas. Como era de esperar, los sectores más conservadores de nuestra sociedad, como el semanario ultracatólico Alba, han dicho que aquí se pone en evidencia "la cara más sectaria de la Junta de Andalucía". Y sabemos que, por ejemplo, en la Junta de Castilla y León, el asunto también está en danza. La polémica, por tanto, está servida. Otra vez la confrontación a cuento del tema religioso.

Como es lógico, lo primero que se le ocurre a cualquiera que piense en todo esto con serenidad y sin apasionamiento, es que la razón está de parte de quienes piensan que los símbolos religiosos (sean de la confesión que sean) no tienen por qué presidir en ningún centro ni en ningún acto público. Si el Estado español constitucionalmente no es confesional, saquemos las consecuencias que de eso se derivan. Sobre todo, si tenemos en cuenta que la sociedad española es cada día más plural en cuanto se refiere a las creencias religiosas. Porque son muy diversas. Y también porque hay personas que no tienen ninguna. Y es claro que si el Estado no es confesional tiene que respetar la igualdad de derechos de todos los ciudadanos. Los símbolos religiosos deben estar en los centros y en los actos religiosamente confesionales, pero no en lo que pertenece a la esfera pública, que ha de ser igual para todos y en todos los sentidos.

Pero el problema es mucho más profundo para los cristianos. Porque, para un creyente en Jesucristo, lo que aquí está en juego no es sólo un presunto derecho, que no existe en nuestro actual ordenamiento jurídico. Lo que los cristianos tenemos que pensar, cuando se presenta un asunto como éste, es: 1) Si, ante todo, somos buenos ciudadanos, sin pretensiones de preferencias o privilegios. 2) Si tenemos el debido respeto a las creencias de quienes no piensan como nosotros. 3) Si respetamos sus símbolos religiosos, exactamente como queremos que ellos respeten los nuestros. 4) Y, llegando hasta el fondo del problema, tenemos que preguntarnos qué es lo que representa el crucifijo para una persona que afirma creer en Jesús. La cruz es para los cristianos, ¿un signo de privilegio y poder (como lo fue para Constantino y el constantinismo) o es un símbolo de identificación con el dolor y el amor del Crucificado? Más aún, ¿creemos en la cruz de Cristo como expresión de lo que fue para Jesús: humildad, humillación y renuncia a dominar a quien sea y de la forma que sea? ¿Qué nos hemos creído los cristianos? ¿Que por creer en el Crucificado tenemos derecho a excluir o marginar a quienes tienen otras creencias? San Pablo dice que la cruz de Cristo es "locura" y "escándalo" (1 Cor 1, 23). Pues bien, cuando se produce una situación como la que está ocurriendo con el tema del crucifijo en las escuelas, no puedo evitar la idea de que, a veces, precisamente los que se las dan de más católicos son los que menos creen en lo más serio y desconcertante que hay en el cristianismo: la cruz de Cristo.

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