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¿Aún se puede hablar de Dios o ya no?

La publicación en España de ‘Los cuatro jinetes del Apocalipsis’, la célebre conversación entre Dawkins, Hitchens, Dennett y Harris sobre el ateísmo, coincide con un inopinado renacimiento de la religión.

Hace unas semanas el diario El País titulaba una entrevista con el genetista Ginés Morata con la siguiente frase: “Dios no nos ha creado a nosotros: los humanos hemos creado a Dios”. Merece la pena detenerse en el comentario del periodista Josep Ramoneda a cuenta de aquel texto: “Vivimos tiempos extraños en los que hay que subrayar lo obvio”. El tema, aunque obvio, sigue provocando encendidos debates.

Con el título Los cuatro jinetes del Apocalipsis, la editorial Arpa ha publicado la transcripción de la célebre conversación que mantuvieron en 2007 los cuatro intelectuales que forjaron el movimiento del Nuevo Ateísmo: Richard Dawkins, Christopher Hitchens (fallecido en 2011), Daniel Dennett y Sam Harris. Asistimos al debate informal de cuatro señores que, dando rienda suelta a su vasta erudición, pontifican sobre lo divino, lo humano y lo científico en el mejor estilo del profesor universitario: hinchándose como palomos. Pero la forma no debería perturbar el fondo del mensaje. Lo que dicen es verdad. Y en su descargo habrá que decir que a aquella reunión también estaba invitada una mujer, la somalí Ayaan Hirsi Ali –activista contra la mutilación genital femenina y guionista del polémico cortometraje Sumisión (2004)–, pero un viaje relámpago a Holanda, donde era diputada, lo impidió.

¿Qué ha conseguido, doce años después de aquel debate, el Nuevo Ateísmo? ¿Progresa o está en retirada a causa de la hipersensibilización de la sociedad? ¿Es más difícil criticar la religión hoy en día que, por ejemplo, hace dos décadas, cuando no existían ingentes hordas de ofendiditos armados con el altavoz que les brindan las redes sociales? “Desde el punto de vista intelectual o filosófico, no. Al contrario, es más fácil”, explica Albert Riba, presidente de Ateus de Catalunya. “Porque cada vez se ve con más claridad la falta de consistencia de los planteamientos religiosos”. A juicio de este veterano librepensador, la dificultad estriba no tanto en el revuelo tuitero como en “la estructura social, política y jurídica que se ha trabado a lo largo de muchos años para que no te apetezca hacer ningún tipo de protesta contra los privilegios de la Iglesia. Si lo haces, empiezan tus problemas”. Riba se refiere, en clave puramente española, al artículo 525 del Código Penal, que regula los delitos contra los sentimientos religiosos e impone una pena de ocho a doce meses. “Lo de los sentimientos vale para todo. Es un delito totalmente subjetivo. Tú puedes sentirte ofendido por el tono en el que te digo buenos días. ¿Cómo me puedo defender yo de eso?”, se pregunta.

Criticar duele

El principal reproche que se les hace a los cuatro jinetes es su insolencia a la hora de tocar un tema que es muy sensible para mucha gente: su fe. “Cuando alguien me acusa de ser grosero, fiero o terriblemente agresivo por algo, le pregunto si lo consideraría grosero si estuviera hablando de la industria farmacéutica o de los intereses petroleros. ¿Entonces me estaría extralimitando? Pues no”, arguye Daniel Dennett en la conversación.

Los cuatro jinetes

La filósofa Marina Garcés acuñó una frase que encaja perfectamente en este asunto: “El consenso es la censura cuando todo se puede decir”. ¿Hay un consenso en torno a la religión? ¿Debemos evitar ese debate, consensuadamente, para no herir a los demás? Albert Riba sabe que “criticar las creencias de las personas religiosas es doloroso y hiere sus sentimientos” pero tanto él como su asociación se rigen por un precepto invariable: “Todas las personas son respetables y todas las ideas son criticables. Sin excepción”. Y así llegamos al punto más espinoso la cuestión: la confusión entre ateísmo e islamofobia. “No tienen nada que ver”, asegura. “La islamofobia es odiar el islam y a quienes lo practican. Los ateos somos críticos con el islam, claro que sí, lo mismo que con el cristianismo, el judaísmo o el budismo. Para nosotros, todas las religiones son montajes para tenernos dominados. Pero yo a usted, creyente, no le odio. Lo que ocurre, simplemente, es que lo que usted me cuenta es un cuento macabeo”.

Tras explicar las diferencias filosóficas entre el materialismo (que dice que solo hay una realidad: la tangible) y el dualismo (que dice que hay dos realidades, una tangible y otra intangible o espiritual), Riba juega su carta ganadora: “Deme pruebas, demuéstreme usted que existe esa realidad intangible o ese ente sobrenatural, y yo ya creeré. Pero si todo es una cuestión de fe, y esa fe se la da ese dios, pues entramos en un círculo vicioso”. Su argumento se parece mucho al del recordado Carl Sagan: “Es perfectamente posible imaginar que Dios, no un dios omnipotente o un dios omnisciente, sino un dios razonablemente competente, podía haber dejado pruebas absolutamente claras sobre su existencia”.

Una cuestión de género

“Nosotros somos defensores de la libertad de conciencia”, proclama Albert Riba. “Si alguien quiere creer en un dios, que crea, siempre y cuando cumpla dos requisitos: no me obligue a mí a creer en él y no perturbe al resto de ciudadanos”. La estadounidense Karen L. Garst, autora de varios libros sobre feminismo y ateísmo, coincide con el presidente de Ateus de Catalunya y pone especial énfasis en esa cualidad pública de la religión, en cómo afecta al funcionamiento de la sociedad. “Estoy muy preocupada por el protagonismo que la religión tiene hoy en la política de mi país. Se utiliza para casi todo, incluidas las nuevas leyes para restringir el derecho al aborto. Si la gente quiere ir a misa los domingos, pues que vaya. Pero que lo dejen ahí, que no lo saquen fuera”, explica Garst a La Marea.

Pero fuera está, y en el caso de España la religión se mueve por las aulas a toda velocidad. Según el último barómetro del CIS, en nuestro país hay un 70,4% de creyentes (el 67,5% son católicos), aunque de ellos, el 62,1% no asiste “casi nunca” a misa u otros oficios religiosos. Este escaso interés por la observancia religiosa contrasta con la importancia que va ganando el catolicismo en la educación. La educación concertada crece en 20.000 alumnos nuevos cada año. Estas escuelas reciben más de 6.000 millones de euros anuales de los fondos públicos. Seguramente no se trate de fábricas de beatos reaccionarios y creacionistas, pero cada niño y cada niña recibe allí su ración de dualismo, por utilizar la terminología de Riba. “Todos estamos influenciados por nuestra cultura”, asegura Garst. “Yo era luterana porque mis padres eran luteranos. E iba a la iglesia porque ellos iban a la iglesia. Mucha gente no sale nunca de esa burbuja”. Esta doctora en Filosofía explica a la perfección la importancia que el ámbito social tiene en la formación de la fe: “Yo crecí en una comunidad [Bismarck, en Dakota del Norte, donde su padre era diácono] en la que todas las personas que yo conocía iban a la iglesia. Era parte de la vida de todo el mundo. Y luego además fui a una universidad evangélica. Pero cuando salí de allí dejé de frecuentar la iglesia. Me resultaba muy raro ir si no conocía a nadie”.

En su evolución intelectual, ateísmo y feminismo han ido siempre unidos: “Creo que la religión ha sido muy dañina para las mujeres y que hoy aún se usa para mantenernos en nuestro sitio”. Ese sitio, identificado metafóricamente con la cocina, quedó representado en vivo y en directo en la misa que el papa Benedicto XVI dio en la Sagrada Familia, en Barcelona, en 2010: siete monjas limpiaban el altar y ponían los manteles bajo la atenta mirada de un montón de sacerdotes inmóviles. La escena aún le pone los pelos de punta a Albert Riba.

Hay que recordar que en España hay más de 170 establecimientos educativos segregados por sexos, la mayoría de ellos vinculados al Opus Dei, y que su financiación con dinero público fue blindada por el ministro José Ignacio Wert en su ley de 2013. “Vivir sin religión es especialmente importante para las mujeres porque la religión, durante milenios, se ha usado para negar la igualdad de derechos. Y las mujeres debemos cuestionarnos seriamente la religión si queremos que esos derechos sean extensivos a todas nosotras”, explica Garst.

Curtida como los ‘jinetes’ en esa tradición tan anglosajona del debate público, la autora no rehuye los ambientes hostiles –“no hay que malgastar tiempo hablando de esto con gente con la que ya estamos de acuerdo”, asegura– y opina que lo que no consiga con su activismo acabará ocurriendo, inevitablemente, con el paso del tiempo: “Las encuestas dicen que, a pesar de los esfuerzos de Trump, hay un número creciente de ‘no creyentes’ en Estados Unidos. Creo que cuando muramos los ‘baby boomers’ [los nacidos entre el fin de la II Guerra Mundial y los años sesenta] y los ‘millennials’ se hagan cargo de la situación, la cosa cambiará definitivamente”.

La izquierda y la fe

El tema religioso posee, evidentemente, una vertiente política. En el caso de Albert Riba esta vinculación está muy clara: su asociación tiene su propio mártirFrancesc Ferrer i Guàrdia, pedagogo anarquista y librepensador ejecutado en 1909 tras los sucesos de la Semana Trágica. Hoy, su gran pena es que la izquierda se haya desentendido y haya dejado el tema del laicismo manos de la derecha, como ha ocurrido en Francia, donde los términos laico e islamófobo se han mezclado hasta formar un cóctel tóxico. Y para complicar más la cosa: en España son muchos los políticos de izquierdas que se declaran abiertamente creyentes. “Creo que, si exceptuamos a indeseables como José Bono, esa gente es buena y honrada –concede Riba–. Pero un izquierdista, alguien que crea, por ejemplo, en la igualdad entre hombres y mujeres, se contradice si acepta los dogmas de la Iglesia. Pero, efectivamente, en su fuero interno una persona puede ser una cosa y la contraria al mismo tiempo. Las personas somos así de raras”.

Lo que Riba se resiste a aceptar es la vinculación que a menudo se hace entre bondad y fe, sobre todo en el ámbito cristiano. Como dice Sam Harris, “la fe da malas razones para comportarse rectamente, aun habiendo buenas razones”. Lo que traducido al vehemente lenguaje de Riba vendría a ser así: “Hace unos días, en el Tribunal Supremo que lo estaba juzgando, Oriol Junqueras dijo lo siguiente: ‘Yo soy bueno porque soy católico’. A mí es que me indignan esas memeces. ¿Entonces yo soy malo por no ser católico?”.

En cualquier caso, no se puede negar la importante labor social que hace la Iglesia. Riba elogia, por ejemplo, el trabajo del pare Manel Pousa en Barcelona. Entre los ateos esa duda sobrevuela continuamente sus convicciones. A la larga, ¿estaremos haciendo algo malo?, se preguntan. De los cuatro jinetes, Daniel Dennett es quien representa la postura más conciliadora: “Personalmente, he conocido a individuos que, si una u otra organización religiosa no los hubiera aceptado sin juzgarlos, tendrían una vida muy solitaria [sobre este tema es muy recomendable ver El creyente, la espléndida película de Cédric Kahn]. No veo que el Estado esté desempeñando bien ese papel de socorro y confort, así que hasta que no encontremos organizaciones laicas que asuman esa humana tarea, no estoy a favor de prescindir de las iglesias”. Riba remata la controversia con un argumento difícilmente cuestionable: “¡Con el dinero que tiene la Iglesia católica yo también haría ese papel de socorro! ¡Y con la mitad! Estoy seguro de que yo haría muchas más cosas. Como mínimo no me montaría un ático de lujo como el de Rouco Varela”.


Si usted es creyente, también es un poco ateo

El escepticismo de los creyentes respecto a otras religiones es algo perfectamente normal y aceptado. Este es un matiz que no escapó a la perspicacia de ‘los cuatro jinetes’: “Todos los devotos vierten las mismas críticas que nosotros respecto al resto de religiones. Reniegan de los falsos milagros, de las falsas premisas y de las certezas de los demás. Detectan los abusos de confianza en la fe ajena, y los detectan con cierta facilidad. Todo cristiano sabe que es imposible que el Corán sea la voz perfecta del creador del universo, y que todo aquel que lo crea no se lo ha leído con mucho detenimiento”, explica Sam Harris en el coloquio.

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