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Feudalismo saudí

Las promesas de voto femenino son la última burla de una declinante monarquía absoluta

Resulta un sarcasmo la celebración como una conquista de la promesa del rey saudí de permitir a las mujeres que voten y se presenten en las elecciones municipales de 2015. Al margen de la farsa de los comicios celebrados el jueves -y de que el ofrecimiento ya fuera hecho por Abdalá en 2005-, la que podría considerarse máxima aportación de la dinastía reinante a la primavera árabe es una burla en un país donde todavía las mujeres dependen del beneplácito de los varones (padres, hermanos, hijos a veces) para adoptar decisiones tales como trabajar, viajar, recibir asistencia médica o casarse. Que no puedan conducir y las transgresoras sean condenadas al látigo es casi una anécdota en la catarata de derechos fundamentales negados a las mujeres en Arabia Saudí.

La monarquía saudí es ejemplarmente reaccionaria, aunque el octogenario Abdalá se considere un reformista. Riad ha sido un pilar del mundo árabe durante décadas, al amparo de su inagotable petróleo y sus estrechos lazos con Estados Unidos. Y en tanto que gendarme del Golfo intenta mantenerse blindado ante los vientos de cambio. El argumento no escrito de esta resistencia feudal es que, en una zona rebosante de crudo, sus dueños (Bahréin es la excepción) pueden mantener anestesiados a sus súbditos a través del clientelismo político y el dinero gubernamental. Washington -Obama-, pese a discrepancias puntuales, tiene poco que decir sobre un régimen al que va a vender durante los próximos años armas por valor de 60.000 millones de dólares, socapa de contrarrestar a Irán.

Los saudíes afrontan las mismas frustraciones que tunecinos, egipcios o libios. Riad ha conjurado desde marzo el peligro de contagio con 73.000 millones de euros en programas sociales y una asfixiante presencia policial en las calles. Por si la generosidad económica y su férrea alianza con los integristas clérigos wahabíes que los legitiman no fuera suficiente, los dirigentes saudíes redoblan el control sobre su país. Las draconianas leyes sobre prensa han sido ampliadas a Internet y nuevas disposiciones alcanzan cumbres de indefensión insuperables en todos los ámbitos.

Pero monarquía absoluta y teocracia rigurosa son a todas luces mimbres insuficientes para asegurar la estabilidad de un país crucial. Y en el que más temprano que tarde (también el heredero es octogenario y enfermo) va a producirse un relevo en el poder especialmente inquietante.

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