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¿Cuándo pensó el hombre en Dios?

Una reflexión que nos ofrece el gran exegeta Gerd Lüdemann en su libro «¿Wer war Jesus?» (¿Quién fue Jesús?), editado este mismo año

El cristianismo se considera desde antiguo como una religión, que se asienta y basa en los hechos históricos de Dios, de los que se habla en el Viejo y Nuevo Testamento. Hasta no hace mucho la mayoría de los teólogos pudiera ser que estuvieran de acuerdo con la frase “Dios sacó a Israel de Egipto y resucitó a Jesucristo de entre los muertos”. Pero mientras la resurrección de Jesús siempre ha sido más o menos cuestionada, también en público, la crítica respetó la salida de Israel de Egipto.

Pero precisamente en el Éxodo y con el tema del Israel Antiguo, que va unido a él, se ha dado una revolución científica profunda y poco estridente.

La investigación crítico-histórica del Antiguo Testamento comenzó hace ya más de 200 años y ha llevado a cabo un análisis de todos los libros veterotestamentarios, que ha llevado, entre otras cosas, a un conocimiento crítico y fiable de las fuentes.

Al inicio de la Biblia encontramos dos narraciones diferentes de la creación. Pero los estudiosos se mantenían cautos y reservados, consideraban en el fondo creíble y fiable la imagen ideal del Israel –narrada en ellos-, y a quien el dios Yahvé le había convertido en su pueblo. Históricamente permaneció inalterable el relato de Israel en Egipto, el papel de Moisés en la recepción de los diez mandamientos y la toma de la tierra prometida, fuera de pequeñas críticas a puntos concretos.

Pero la cosa cambió cuando se conoció que la imagen desarrollada en la Biblia del Israel pre-estatal (anterior al 1000 antes de Cristo) era pura ficción teológica, surgida y originada en la época post-estatal (a partir del siglo VI antes de Cristo). Las investigaciones arqueológicas, en comandita con observaciones textuales sutiles, han producido un cambio copernicano de perspectiva.

Ahora resulta evidente: La mención más antigua de Israel en la estela de la victoria del faraón Merentah, que éste mandó erigir en el 1208 antes de Cristo, constituye un fuerte argumento en contra de la imagen bíblica de la historia, válida hasta nuestros días. La inscripción, que describe a Israel como un grupo de personas, asentadas en Palestina desde tiempos, contradice la imagen veterotestamentaria del Israel unificado en doce tribus, que según la cronología bíblica poco más o menos por esa época penetra e invade desde fuera el país de Canaán.

Por otra parte los documentos egipcios –abundantes para la época que Israel debió haber estado en Egipto (siglo XIV antes de Cristo)- no hablan de la estancia y salida de Israel, ni de Moisés, que a tenor de la exposición bíblica tuvo contacto con la casa real del faraón. De todo ello se deduce que los israelitas originariamente eras cananeos.

La vieja investigación pensó que la adoración a Yahvé siempre estuvo unida al primer mandamiento, que no niega la existencia de otros dioses pero que sí ordenaba la adoración exclusiva a Yahvé. Ahora reina el consenso de que ni la exigencia de exclusividad de Yahvé ni la afirmación de que fuera de Yahvé no habría otros dioses está al inicio de la fe en Yahvé. Y es que en el siglo VIII antes de Cristo existen inscripciones en Palestina que prueban y testifican un culto tolerante por parte de Yahvé. Estas fuentes, descubiertas en las últimas décadas, mencionan numerosos dioses locales de Yahvé y testifican de ese modo el fenómeno de un poliyavismo. Así nombran el matrimonio divino de Jahvé y su esposa Aschera. Además era desconocida por ese tiempo una adoración exclusiva a Yahvé en el sentido del Moisés bíblico. Sólo tras el ocaso de Judá en el 587 antes de Cristo inventaron algunas cabezas teológicas sagaces el primer mandamiento para explicar el destino del pueblo: Porque Israel sirvió a dioses extraños, y no únicamente a Yahvé, llegó y se cebó la desgracia.

Y surge para la fe cristiana un dilema, y es que la Iglesia contempla –porque se entiende como el nuevo Israel- desde el inicio la actuación de Jahvé con Israel, narrada en el Antiguo Testamento, como parte substancial de la historia salvífica que conduce a Jesucristo.

Si el marco histórico de los libros del Antiguo Testamento es ficticio y si el Israel bíblico, si Yahvé como Dios exclusivo es una invención teológica se concluye que la historia bíblica primigenia de Israel y, por tanto, la prehistoria de Jesucristo es algo totalmente vacío, un invento, pura pompa de jabón, y más si también se considera, de la mano de los estudios actuales, que la resurrección de Jesús, dato central de la fe cristiana, no es un dato histórico, nunca se dio realmente.

Estos conocimientos e investigaciones certifican no sólo la muerte del dios de la historia veterotestamentaria sino también el final del padre de Jesucristo.

Conocimientos que, por otra parte, arrebatan el fundamento monoteísta al Islam, que se siente como una reforma de las otras dos religiones.

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