No es nada nuevo que las reacciones que se han sucedido sobre los atentados de Barcelona oscilen entre las que eluden toda referencia crítica al Islam, y las que no la eluden. Para unos, la religión nada tiene que ver en la comisión de los atentados; para otros, tiene (mucho) que ver. A la vista está de qué lado se posicionan (mayoritariamente) las izquierdas. Pero ha habido (afortunadamente) quienes, desde posiciones de izquierdas, reclaman atención crítica hacia el Islam. Señalaré dos muy singulares: la de la revista (francesa) ; y la del profesor Antonio Elorza, cuya opinión fue publicada por este diario (18/8), justo un día después de los atentados.
Como bien sabrán, la sede de la revista satírica en París fue objeto de un asalto terrorista (yihadista) que ocasionó la muerte de 12 personas en 2015, tras haber publicado unas caricaturas de Mahoma muy explícitas. Tras los sucesos de Barcelona, la revista publica una portada y un editorial en la que se pregunta si el Islam es una religión de paz, suscitando la consiguiente polémica. En el editorial se advierte que en 2015 se habló, y mucho, de religión, y de libertad de expresión, pero hoy nadie, o casi nadie, habla del papel que la religión desempeña en las acciones que lleva a cabo el terrorismo de raíz islámica, sea donde sea. Ahora, prosigue el editorial, se habla (sobre todo) de Afganistán, Irak, Siria, el petróleo, etc., tratando de disociar los atentados de cualquier aspecto religioso. Elorza, por su parte, califica como «ingeniosa argumentación exculpatoria» la que se sigue para no encarar la complejidad del asunto. Dicha argumentación consistiría en decir que «el Islam es una religión de paz, y que quienes practican la yihad como guerra santa, o no son musulmanes, o lo son incompletos y mal formados, o contravienen los mandatos de Alá y el Profeta». Pero sin embargo, dice Elorza, los terroristas «recurren a una interpretación ortodoxa del Corán de la época de Medina y de los dichos y sentencias (hadits) del Profeta». Así las cosas, y como creo que no le falta razón ni al editorial, ni a Elorza, parece inexcusable saber cuatro cosas al respecto, esenciales para quien sepa o quiera distinguir 8 de 80.
El cristianismo y el islamismo son religiones doctrinalmente incompatibles: son como el agua y el aceite. Ambas son proselitistas y aspiran a ser universales. Ambas son monoteístas, si bien el islamismo presenta al cristianismo como politeísta, por lo de de la Santísima Trinidad. El cristianismo contempla la separación de poderes -dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios-; mientras que en el islamismo se pretende hacer de sus preceptos religiosos una norma moral y política. El cristianismo no ha sido obstáculo para que las sociedades (cristianas) transiten hacia la democracia, todo lo formal que se quiera, mientras que las revoluciones islamistas han conducido a regímenes teocráticos. En el islamismo se considera una blasfemia reconocer la naturaleza divina de Cristo: Cristo sería un profeta, pero no una divinidad. El cristianismo, al proclamar la naturaleza humana del hijo de Dios, Cristo, sienta las bases de lo que hoy conocemos como derechos humanos. En el terrorismo yihadista es práctica habitual la inmolación, que no sucede en otros terrorismos: véase el caso de ETA, que nació en un seminario, y contó con la comprensión de buena parte de clérigos, ejemplo de comprensión digna de mayor estudio y atención. En el presente, una corriente del islamismo, el salafismo, propugna un regreso () al rigor que inspiró el profeta Mahoma recogido en el Corán, compendio de indicaciones religiosas y políticas como corresponde a una religión que no distingue separación de poderes.
Así las cosas, todo el mundo coincide en la importancia de la educación para combatir el adoctrinamiento salafista. Pero ¿por dónde empezar? ¿Se puede pretender educar sin saber «cuatro cosas» al respecto de la religión, o religiones? ¿Por qué no trata de estos asuntos la «inteligencia» de las izquierdas? ¿Para cuándo una crítica racionalista e ilustrada del Islam? ¿Por qué se presta más atención al sermón de un cura, o al discurso de un alcalde, que a los propios textos que sirven de guía a millones de conciudadanos, algunos de los cuales son (y pueden ser) seguidos al pie de la letra, con las consecuencias de todos conocidas?