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Ha declarado Trump la era post derechos humanos

Marx y Engels iniciaron su Manifiesto Comunista con esta frase: «Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes…». Hoy, un histriónico espantajo, envanecido y presuntuoso, fuerza a su gran país a transitar un camino que lo aleja de valores y principios en elevada medida comunes con los de la vieja Europa. No en el sentido del que Engels y Marx se sirvieron, sino en el de la Europa de 2003, esencialmente Francia y Alemania, quienes -por mor de esos valores- hicieron todo lo que a su alcance estuvo por impedir la barbaridad de la invasión y destrucción de Iraq a cargo de otro mandatario irresponsable y su cohorte de fanáticos.

Donald Trump ha accedido al poder en una época en que los derechos humanos, civiles, políticos y sociales, son conculcados en gran parte del planeta. Es grave que lo sean, y crecientemente, en las segunda y tercera grandes potencias, Rusia y China, y en un momento en que, a diferencia de tiempo atrás, ambas comienzan a establecer una entente más que cordial, de considerable significación geopolítica. La tendencia incluye asimismo a Turquía, potencia media pero de parecida importancia geoestratégica.

En los tres países, el poder está concentrado en los respectivos autoritarios dirigentes, Putin, Xi Jinping y Erdogan, que han reducido al mínimo o aniquilado las libertades civiles y políticas. En Turquía, la represión de periodistas, académicos y jueces es generalizada y las leyes antiterroristas son utilizadas con la máxima dureza contra los kurdos en el sur del país y contra los políticos prokurdos en todo él. La situación política en Rusia y el trato dispensado a los disidentes, dentro y fuera del país, es bien conocida gracias a los medios. Peter Baker, del Washington Post, afirma que en los medios de comunicación rusos la libertad de expresión está reservada a unos pocos, califica el panorama de «ilusión de democracia» y lo describe así: «Los canales de televisión difunden noticias con lujo de detalles, pero siguen los guiones aprobados por el Kremlin. Se celebran elecciones, pero los candidatos que no gozan del favor del Kremlin son a menudo excluidos de la votación. Los tribunales celebran juicios, pero el Estado casi nunca pierde. El Parlamento se reúne únicamente para certificar la legislación favorecida por el Kremlin.»

La población china padece una situación incluso más dramática. Todo el poder político, militar y del partido está centralizado en Xi. Muchos profesionales del Derecho son o están detenidos frecuentemente acusados de «incitación a subvertir el poder estatal». Ingrid Wuerth, jurista norteamericana de prestigio, escribe que «las detenciones arbitrarias, represalias y torturas se están haciendo más comunes, especialmente para los activistas pro derechos humanos, periodistas, ONG, dirigentes religiosos y antiguos presos políticos y sus familiares. Las autoridades controlan la prensa, la radio y televisión y los medios electrónicos «. Por su parte, Orville Schell escribe en The New York Review of Books que lo que se está llevando a cabo no es un mero cambio cíclico, sino «un cambio fundamental en la dirección ideológica y organizativa que influye en la reformas internas y en las relaciones internacionales «. Y un detalle complementario: el pasado año, el ministro de Educación prohibió que las universidades «promuevan los valores occidentales».

¿Está el régimen que Donald Trump comienza a establecer en EEUU a medio camino entre el tinglado de Putin y el de Xi? Si el famoso equilibrio de poderes norteamericano (checks and balances) no lo frena ¿se aproximará al de Xi? Ante la agresión a los derechos humanos institucionalizada por Erdogan y Putin (Turquía y Rusia han alardeado de identidad europea) determinados sectores mantienen que la Convención Europea de Derechos Humanos y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos han sido concebidos para países con estrechos lazos culturales y económicos con una agenda de política exterior común. ¿Conduce la agenda de Trump a una meta sin esos lazos y con violación institucionalizada de derechos y libertades? Obama ya ha advertido públicamente que «los valores americanos están en juego».

Sesgos y graves señales abundan. ¿Cómo es posible afirmar que la prensa -que legítima y democráticamente le critica- es el enemigo del pueblo y que él se dirigirá directamente al pueblo? ¿Va a purgar -como en China, Rusia o Turquía- a los funcionarios que critican sus medidas o denuncian sus estrafalarias decisiones? ¿Lo va a hacer con los casi mil diplomáticos estadounidenses que lo han hecho? ¿Va a desmantelar los servicios de inteligencia que han comprobado actitudes irregulares, ilegales, de Putin que afectan a los Estados Unidos? ¿Va a intentar deshacerse de los 48 rectores de universidades del país, entre ellas las más prestigiosas, que le han escrito exigiéndole «rectifique el daño causado por la orden ejecutiva sobre emigración «? ¿Procurará impedir que, como en China, en las universidades se difundan los valores de Occidente?

Si no fuera por la gravedad de la situación a la que se enfrentan el pueblo norteamericano y el del mundo entero y si Trump no tuviera a su disposición el gatillo nuclear, se le podría calificar simplemente de irresponsable chocarrero, protagonista de una ópera bufa en la que él encarnaría al bufón encargado, como en la Edad Media, de divertir a monarcas y cortesanos con chocarrerías y gestos supuestamente graciosos. Su «gracia» más reciente ha consistido en difundir un (inexistente) atentado ocurrido en Suecia. Tras la protesta diplomática de Estocolmo, el bufón ha declarado que había malinterpretado una información de su cadena favorita, Fox. Margot Wallstrom, la ministra sueca de Exteriores, ex vicepresidenta de la Comisión Europea, responsable de relaciones institucionales y estrategia de comunicación y por ende avezada en estas lides, elegantemente ha recordado que «la postverdad es la palabra del año». La situación no tiene gracia alguna y sí un elevado grado de peligrosidad.

Acaba de cumplirse un mes del rapto del poder político en Washington por quien, de una manera u otra, pasará a la historia, deseablemente, lo antes posible. En ese brevísimo lapso de tiempo ha chocado diplomáticamente con China, insultado y despreciado a los mexicanos, agredido el libre comercio internacional, vetado y humillado a los musulmanes, lanzado cargas de profundidad contra sus propios servicios de inteligencia y contra los medios de comunicación (el relevante senador republicano John McCain le la recordado que la libertad de prensa es esencial para la democracia) y dado muestras suficientes de que estaría encantado con la desintegración de la Unión Europea, alentando a algún país euroescéptico a que imite el brexit.

Debe precisamente la UE reforzar su integración y potenciar sus valores y principios, esos que el irresponsable mandatario denigra, para ponerle en su sitio (preferiblemente fuera de La Casa Blanca). La Unión y sus Estados más responsables (donde lamentablemente no ejerce la España de Rajoy) ya han comenzado la movilización. El último en hacerlo ha sido Bélgica, cuyo primer ministro, Charles Michel, el pasado domingo invitó a una cena oficial al vicepresidente norteamericano Mike Pence. En rueda de prensa posterior manifestó: «No podemos permitir la fragmentación de la Unión Europea. He transmitido este mensaje al señor Pence y creo que lo ha recogido. He ahí el camino.

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