¿QUÉ SENTIDO tiene que una administración pública defienda el crucifijo en las aulas, en una sociedad cuya Constitución es laica? ¿Qué y a quién desea proteger, cuando esa Constitución admite todas las confesiones religiosas, que -en plena libertad- pueden llevar a cabo todas sus actividades? ¿Acaso quiere defender y poner en práctica las enseñanzas del Maestro Jesús a quién representa el crucifijo? En este último caso, sería algo osado, insolente y paradójico, ya que ese gran Maestro se enfrentó a todos los poderes, tanto al político como al religioso, porque estaban oprimiendo al pueblo, y denunció su comportamiento injusto e hipócrita. Él no fundó iglesia ni institución alguna; fueron sus seguidores los que lo hicieron. Tampoco instituyó signo alguno que lo representara. Se limitó a hablar en las plazas públicas, en las calles y en el campo, en plena naturaleza. No necesitaba nunca templos, pues sabía que toda la naturaleza es en sí misma sagrada. Sus enseñanzas salían del corazón, de lo más profundo del ser, e iban dirigidas a los corazones de buena voluntad. Por eso no utilizó signos externos.
Las verdaderas enseñanzas del probablemente más grande Maestro Espiritual del mundo, Jesús de Nazareth, no se han puesto aún en práctica, sencillamente porque son demasiado revolucionarias: Se enfrentó a todos los poderes, denunció todas las injusticias, predicó y dio ejemplo de amor, de unidad y de paz, perdonó a sus enemigos. ¿Alguien sabe dónde se han puesto en práctica estas enseñanzas en nuestro planeta? En ningún lugar, que yo sepa; sus enseñanzas han sido tergiversadas y utilizadas para usar y abusar de privilegios y de poder. Recordemos que los primeros cristianos (que al parecer fueron los únicos que debieron poner en práctica sus enseñanzas, al menos en parte) fueron perseguidos por todos los poderes, y en el siglo cuarto ocurrió algo definitivo. El poder político de entonces, reconociendo la fuerza de esas enseñanzas y la profunda fe en ellas de aquellos primeros cristianos, decidió monopolizarlas e introducirlas en su sistema, para así tenerlas bajo control. Ahí murió el verdadero cristianismo, pues desde entonces, ambos poderes -político y religioso- se aliaron en el reparto de privilegios y poderes hasta hoy. Recordemos el franquismo. ¿Qué sentido tiene, pues, hoy la reivindicación de los crucifijos? ¿Poner en práctica las enseñanzas del gran Maestro? No seamos hipócritas, felizmente el mundo de hoy no es el mundo ignorante del pasado, formado de súbditos y no de ciudadanos, de los que se ha abusado continuamente. Hoy los ciudadanos han despertado del largo sueño de la opresión, y saben reconocer a los que quieren seguir con las máscaras de religiosos, cuando están más cerca de ser impíos que sólo buscan mantenerse en su s puestos de poder y de privilegio. Las sociedades democráticas y laicas de hoy, como la española, son tales porque han superado la época de los fanatismos y las persecuciones de todo tipo, son respetuosas con todas las ideologías, y de esta forma están desenmascarando a los que intentan seguir engañando y confundiendo a los pueblos.
A los verdaderos seguidores del Maestro Jesús (los que se interesan por conocer sus enseñanzas y ponerlas en práctica), creo que les importa poco dónde se pongan los crucifijos, ya que probablemente prefieren un Jesús en el río Jordán o dirigiéndose alegremente a los niños -lo que tanto veces hizo- a un Jesús crucificado, que más bien recuerda algo trágico y triste, con lo que parece identificarse mejor el catolicismo oficial. Recordemos, de paso, los signos externos de Buda y de Krishna, en las religiones de Oriente. Están todos llenos de efusión y de alegría. Con todo, no debemos olvidar que son eso, signos, cuya única finalidad natural es dirigirnos a la fuente, al origen, como el humo lleva al fuego. De lo contrario, son sólo signos externos, errados y malogrados.