Todos sabemos, porque ha sido actualidad informativa de los últimos días, de la segunda macro-manifestación «por la familia cristiana» que se ha celebrado en Madrid el pasado día 28.
El significado profundo de tal acontecimiento es algo que no llego a entender, sus objetivos me desconciertan, y sus presuntas connotaciones políticas me alarman. Porque la obsesión y la neurosis de la iglesia con el tema de la familia es, a estas alturas, inaudito.
Se supone que las miles de personas que se reúnen en la Plaza de Colón pretenden reivindicar la subsistencia de la familia cristiana en la sociedad española porque la perciben amenazada. ¿Acaso hay algo o alguien que ataque a la familia cristiana?.. . Tengo la absoluta seguridad de que en España no existe nadie que obligue a nadie a dejar de militar en ninguna religión, y mucho menos a imponer a las familias cristianas que dejen de serlo. Más bien al contrario, desde el Estado se financia con el dinero público una religión que no es, en absoluto, la que representa a todos los españoles; parece haber, en los ámbitos religiosos, una campaña difamatoria contra todo aquel que vive fuera de sus órbitas dogmáticas, y existe, con toda seguridad, una confabulación católica contra el laicismo.
Las familias cristianas son muy libres de seguir siéndolo, pero no tienen el más mínimo derecho a imponer sus creencias y su forma de vida al resto de la ciudadanía, lo cual, según parece, es de lo que se trata. La familia cristiana es un modelo de familia que puede satisfacer las inquietudes vitales de algunas personas, pero, sin lugar a dudas, no es el modo de vida que desean muchas otras, igual de dignas, si no más que aquéllas.
Lo que llamamos familia tradicional es un modelo social patriarcal impuesto por el cristianismo durante muchos siglos y que ha sido interpretado como único y exclusivo, cuando no lo es. La sociedad ha cambiado mucho desde el inicio de las democracias; los ciudadanos hemos ganado, afortunadamente, en libertades y en derechos, y el modelo familiar de antaño, para muchos, a día de hoy, simplemente no sirve.
Pero los afectos son algo, felizmente, que forman parte de la esfera más íntima y más libre del ser humano, y ningún dogma, ningún estigma ni ningún credo tienen poder sobre los sentimientos y los afectos profundos. El encadenarse a una persona con el famoso“hasta la muerte” por imposición es un verdadero despropósito que atenta contra la dignidad de los seres humanos, y es un intento de monopolizar y amordazar la vida afectiva de las personas; tanto es así que ni muchos católicos acérrimos logran cumplir tal “promesa”.
Sigmund Freud decía que la mayoría de las neurosis en humanos provienen de las relaciones intrafamiliares, y no le faltaba razón; buena parte de los desequilibrios emocionales de los adultos que llegan a consultas psicológicas tienen su origen primigenio en conflictos familiares sin resolver. Por tanto, no creo que convenga divinizar a la familia como la panacea social o el refugio de los “peligros del mundo” porque, a veces, para muchos individuos, esos peligros se encuentran más en el seno familiar que en la calle. Y, por otra parte, la palabra familia es un término tan amplio que, además de a los lazos consanguíneos, alude también a muchos otros lazos afectivos que, no siempre ni necesariamente provienen de nuestros más allegados.
Sin embargo, no es mi intención minusvalorar la importancia de la familia en nuestras vidas; todos, o casi todos, priorizamos a nuestros familiares por encima de cualquier otra cosa. Personalmente, mis familiares son para mí algo fundamental y me inspiran un profundo amor. Sin embargo, considero que no existe un único modelo a seguir. El modelo es que no hay modelos, y cada cual es libre de elegir el propio, en base a sus propias necesidades, inquietudes o preferencias: familia cristiana, familia atea, familia convencional, familia alternativa, parejas de hecho, familias de primeras uniones, de segundas, de terceras, monoparentales, unipersonales (¿por qué no?)… etc…-la vida es biodiversa y múltiple, y las relaciones humanas también-.
En definitiva, todas son familias y nadie tiene la potestad de apropiarse de un concepto para autodefinirse, y menos cuando se trata de algo que se constituye por afecto y amor, y no por servidumbre a ningún dogmatismo religioso. La célula base de la sociedad democrática no es la familia sino el individuo, el ser humano, que debería tener garantizados sus derechos, sea cual sea la estructura social en que se integre.
Por tanto, hagamos oídos sordos a los que pretenden imponer sus creencias al resto, hagamos oídos sordos a los que no respetan que otros vivan o piensen de modo diferente, a los que, con la coartada de lo religioso, pretenden erigirse en Estado, a los que buscan la exclusividad sin respetar los derechos ajenos, a ésos que fanatizan al prójimo para perpetuar su dominio, a quienes utilizan los lazos familiares para coartar las libertades sociales. Hagamos oídos sordos a los que incitan al fanatismo, a la tiranía ideológica, al odio y al radicalismo.
Coral Bravo es doctora en Filología y miembro de Europa Laica