El 14 de julio un jihadista autoadoctrinado asesinó a 89 personas con un camión en Niza, mientras los franceses celebraban la independencia. Su primera víctima fue una musulmana. En la Francia amenazada, en medio de una gran tensión intercomunitaria, once playas de la Costa Azul prohibieron el traje de baño burkini, justificándose en el orden público y el principio de la laicidad. El primer decreto municipal fue en la misma playa, en Cannes: en 1954 se prohibió el bikini por exhibicionista.
La laicidad invocada por las autoridades es una singularidad muy francesa, ironizada e incomprendida en el exterior. ¿El Estado tiene derecho a reglamentar la vestimenta de sus ciudadanos y restringir sus libertades? El debate divide a Francia mucho más que cuando el gobierno impuso la ley que impide el uso de el burka o vestido integral.
El primer ministro Manuel Valls consideró que el burkini no es “una gama de trajes de baño o una moda”, aunque sea un invento reciente y de una diseñadora australiana. Para Valls es “la traducción de un proyecto político, de otra sociedad fundada en la esclavitud de la mujer”. Una “provocación”, lo definió, y llamó a los líderes y fieles islámicos a protegerse de este “islam mortífero”. En el imaginario general, el burquini quedó asociado a los atentados y el yihadismo salafista.
Pero además, la prohibición generó una dinámica absurda. En un país bajo “alerta de atentado”, la policía patrulla las playas, en una suerte de estado de urgencia textil playero, para penalizar a musulmanas en burkini e incorporar el delito en sus antecedentes policiales. Esta vigilancia en materia religiosa es inversa pero simétrica a la que en Arabia Saudita exige a las mujeres cubrirse. Esta vez no hay una ley –como con el burka–, sino decretos municipales en manos de alcaldes de la derecha de Nicholas Sarkozy, en plena campaña por arrancar votos al xenófobo Frente Nacional de Marine Le Pen, su rival.
Filósofo y escritor, hijo de exiliados republicanos españoles, Henri Peña-Ruiz es uno de los mayores expertos en laicismo y uno de los veinte sabios franceses elegidos por el presidente Chirac para la Comisión Stasi, encargada de la aplicación de los principios laicos de la república francesa. El estudioso explicó a la revista Ñ el espíritu de la laicidad y por qué el burkini no debería ser prohibido. Su principal conclusión es inquietante: para Peña-Ruiz hay una relación de causalidad entre la radicalización de algunos jóvenes y el racismo de ciertos sectores.
–¿Qué es la laicidad en Francia: un principio político, un legado de la Revolución Francesa o de sus propias guerras religiosas?
–La laicidad no va contra la religión, ese sería el primer contrasentido. Consiste en afirmar: en este país, donde hay creyentes de diversas religiones, humanistas ateos, humanistas agnósticos, toda una variedad de opciones espirituales, el respeto se basa en tres principios, que coinciden con los principios republicanos. Primero: la libertad de conciencia; o sea, la creencia religiosa debe ser libre pero sólo compromete a los creyentes. Segundo principio: la estricta igualdad de derechos de creyentes y ateos. Y el tercero: el poder público de una república significa lo común a todos. Este poder es legítimo cuando se ocupa de promover el interés general, pero no es legítimo cuando privilegia públicamente la religión o el ateísmo. A esto lo llamamos neutralidad. La laicidad consiste en este tríptico político de afirmación de principios: libertad de conciencia, igualdad de derechos y orientación del poder público hacia el interés público. La neutralidad es un principio de iguales respecto a todas las opciones espirituales.
–¿Considera que en Francia hoy la laicidad está en crisis?
–No, lo que ocurre es que se enfrenta con peticiones de ciertas religiones que piden derechos especiales, que impugnan el principio de neutralidad o el principio de igualdad. No hay crisis sino tensión debido a la contradicción entre la exigencia laica y la reivindicación religiosa de ciertos creyentes. El resto del mundo no entiende la laicidad francesa. Laico no significa antirreligioso; laico significa que la ley religiosa sólo atañe a los creyentes. Hay que entender que la laicidad nunca se construyó contra la religión, sino más precisamente contra la pretensión de las religiones de imponer una ley común.
–No es antirreligioso…
–El laicismo no consiste en combatir la religión sino en decir: “La religión es libre pero sólo compromete a los creyentes”. Y un Estado que se construya respetando todas las opciones espirituales no debe acordar más a los ateos que a los creyentes ni el caso contrario.
–La ley de laicidad en Francia se promulgó en 1905 y está en la Constitución desde 1958. ¿Cree que debe ser adaptada a los nuevos tiempos?
–El problema es si sigue siendo un ideal justo o no.
–En 1905, Francia no contaba con 6 millones de musulmanes; la descolonización no había concluido y la ola migratoria no había llegado. ¿Qué vínculos tienen estos factores con el actual cuestionamiento a la laicidad?
–Usted da por sentadas muchas cosas. Primero, habla de 6 millones de musulmanes pero eso es una leyenda. Lo que sabemos es que hay 5 millones de inmigrantes magrebíes. ¿Cómo saber cuántos de ellos son musulmanes y hasta dónde se atienen a las normas?
–Se presume… (no se permiten las estadísticas étnicas o religiosas en Francia).
–Conozco a muchos argelinos, marroquíes y turcos que son ateos, aunque provengan de lugares donde el islam fue muy potente, al igual que en Francia el catolicismo fue muy potente. Hoy en Francia uno de cada dos franceses dice no creer en Dios o se declara agnóstico o sea que no emite opinión sobre la existencia de Dios. ¿Cómo puede usted decir –atribuyendo una identidad religiosa a una identidad étnica– que hay 6 millones de musulmanes? Vamos a otro aspecto de su pregunta: claro que en 1905 el islam no era tan representado de manera cuantitativa; ¿pero qué consecuencias acarrea esto? El laicismo no se ha hecho para una religión determinada sino para organizar, de la manera más justa posible, la convivencia de todas las convicciones. ¿Esta ley es justa o no? Mire, según los cristianos, Jesucristo ha dicho “tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. Es muy antigua esta ley, ¿pero esta antigüedad basta para ponerla en cuestión? No vamos a hacer de la antigüedad un argumento para negar su vigencia.
–Hablemos de la prohibición del burkini en Francia.
–No podemos, en nombre del laicismo, prohibir el burkini en las playas francesas. Eso lo han hecho alcaldes de derecha, con una ideología identitaria totalmente opuesta al universalismo laico. El laicismo no consiste en prohibir todo tipo de vestimenta religiosa en general, sino en decir: hay lugares donde es preferible que haya neutralidad. Le voy a dar un contra ejemplo del caso en que la neutralidad se funda: soy profesor, cuando entro en mi clase es totalmente normal que nada haga aparecer en mi vestido lo que soy. Ni una remera donde se lea “He aquí un humanista ateo”, ni con una cruz o una kipá, y si soy mujer, ni con elo, porque mis alumnos son de diversas opciones espirituales y no acuden para asistir a un acto proselitista de sus profesores, sino para que yo imparta sobre su libertad de conciencia y su autonomía de criterio. El papel de la escuela laica no es producir ateos, sino producir ciudadanos libres, que tengan autonomía de juicio y sepan juzgar de manera autónoma, según la luz de su razón. En tal caso, la exigencia de neutralidad del vestir es totalmente legítima. Pero en una playa, adonde van los que quieren y se baña cualquiera, no hay problema en que una persona se bañe totalmente vestida.
–¿Y en una piscina?
–Es distinto, porque se trata de un lugar acuático cerrado, con restricciones higiénicas y sanitarias. Está prohibido tirarse a una piscina vestido, con camisa o pantalón. Las razones higiénicas son del todo razonables, no son arbitrarias. Si una mujer pretende bañarse con un burkini en una piscina cerrada, claro que se debe prohibir. Estoy en contra de la decisión de los alcaldes que en once playas de Francia han hecho esta prohibición.
–¿Y el hecho de que a una mujer musulmana se la obligue a cubrirse?
-El hecho de que en el islam extremista se obligue a la mujer a esconderse no está bien desde el punto de vista de la igualdad de las mujeres. En el burkini, la cara sigue despejada, libre; pero el burka no permite identificar a la persona. En Francia la ley no prohíbe el burka a partir del laicismo, sino de la exigencia de que todo ciudadano sea identificable. Por la misma razón se impide el casco de motocicleta integral y la capucha. Es preciso delimitar los contextos en los que una ley vestimentaria puede ser legitima y eso es únicamente lo que quiere el laicismo.
-¿Por qué cree que en una generación de jóvenes franceses, la identidad religiosa está reemplazando a esa laicidad republicana aprendida en el colegio? Me refiero a los radicalizados.
–El problema es de otro tipo. Vivimos en un mundo donde el capitalismo ultra liberal exalta el modelo del individualismo egoísta. Un mundo tan deshumanizado no puede representar un ideal para los jóvenes, cuando además algunos, debido a su origen, emigrados de Argelia o Marruecos, se ven rechazados por los racistas –el racismo sí que existe en Francia. Muchos creen que, por ejemplo, el desempleo proviene de la inmigración, pero es totalmente falso. Los extranjeros que han venido a Francia y trabajan para producir la riqueza colectiva no son responsables del desempleo. Para mí hay una relación de causalidad entre la radicalización de ciertos jóvenes y el racismo de ciertos sectores de la población. En los dos casos hay que hacer un trabajo de educación: explicar a los jóvenes que la república laica no es responsable del racismo, porque el laicismo es un ideal universalista. Y hay que explicar a los sectores de la población, que caen en la trampa de la extrema derecha, que la inmigración no es responsable del desempleo. Que la responsabilidad la tiene el capitalismo, que produce donde el salario es más bajo.
–¿Trata esta crisis de una forma de laicidad que los jóvenes no comprenden porque no está acompañada de la justicia social suficiente?
–Lo que existe no es una crisis. Es una lucha entre laicos, antilaicos, los que tienen la nostalgia de los privilegios públicos de la religión. Y hay muchos en Francia.