Los periodistas acostumbran a solicitar entrevistas para luego rellenar reportajes con opiniones diversas acerca de un tema concreto. Al final, el contenido de la entrevista se diluye en el reportaje y lo que el entrevistado ha dicho apenas cobra relieve, excepto el dibujado por alguna frase entrecomillada. Las preguntas que vienen a continuación, las formuló el periodista Iker Tubia para el periódico vasco Berria. Y estas son las contestaciones de Víctor Moreno al envite.
¿Qué opinión tienes sobre las procesiones y la participación de instituciones públicas en ellas?
Las procesiones consideradas en sí mismas me siguen pareciendo lo que siempre han sido: una manifestación de fuerza de la Iglesia a la hora de convocar a su feligresía. Es una forma obscena de decir al poder civil: “Ojo, seguimos siendo la primera fuerza de la sociedad; así que a ver qué hacéis”. Es un gesto simbólico de la ideología totalitaria que la jerarquía eclesiástica sigue cultivando sin sonrojo alguno. Las procesiones no son inocentes y lo que menos importa en ellas es manifestar de forma colectiva una fe de chichinabo. La intención es evidenciar que el poder de la Iglesia sobre el pensamiento y la conciencia de mucha gente sigue muy vivo. Por tanto, quien participa en ellas refuerza el poder eclesiástico y jerárquico.
En cuanto a la participación de las instituciones públicas, estas revelan su sometimiento humillante a la Iglesia. Las instituciones públicas siguen doblando su espinazo ante la jerarquía eclesiástica, lo que es una forma de vasallaje al poder religioso. En este sentido, ninguna institución pública debería asistir a ningún tipo de procesión si pretende ser coherente con su naturaleza no confesional, tal y como establece la constitución. Cuando las instituciones públicas asisten como tales a una misa o a una procesión están manifestando que la Iglesia sigue estando por encima de ellas o que solo recobran su sentido verdadero con el beneplácito de la Iglesia.
Normalmente se suele decir que es por tradición… ¿Qué te parece?
Una tradición que, además, se presenta como antiquísima, que hunde sus raíces en la Edad Media, cuando muchas de ellas son resultado de la opresiva presencia totalitaria del nacionalcatolicismo, que era la forma fascista de la fe.
La tradición es una excusa. La mayoría de las tradiciones que se traducen en representaciones religiosas, es decir, en exaltación de una fe determinada, tienen fecha de caducidad. Su organización y su funcionamiento no son compatibles con la plural sociología religiosa que existe en la ciudadanía actual.
Hay tradiciones como las procesiones católicas que están en contra de lo declarado por la constitución y desobedecen directamente lo que ella declara. Pero la Iglesia solo es culpable de su superstición. Son los Ayuntamientos que asisten a este tipo de actos de forma inconsciente los que cometen un delito aunque ningún poder judicial se haya atrevido a juzgarlo como tal. El hecho es paradójico, porque todos sabemos cómo las gasta el Gobierno y la justicia cuando alguna instancia pública e individual no se somete al dictado literal de la propia constitución o de cualquier otra ley al uso.
Otros hablan de respetar a toda la ciudadanía. Pero parece que olvidan que parte de la ciudadanía no es católica.
La clase política nunca representa a toda la ciudanía. Eso es una falacia. Ni siquiera lo hace cuando toma decisiones estrictamente laicas. Pero en el hecho de su participación en actos religiosos que tienen el denominador común de ser exclusivamente católicos, aun la representa menos. La ciudadanía en materia de creencias es muy plural. No solamente hay personas que no son católicas, sino que existen personas que no son creyentes. Cuando el Ayuntamiento como tal Ayuntamiento asiste a una procesión como la de san Fermín, está ninguneando a esa parte de la ciudadanía que dice representar. Lo mismo habría que decir de los políticos que en el Parlamento asisten al recibimiento de Miguel de Aralar y besan traspuestos dicho fetiche. Además de hacer el ridículo, se pasan la no confesionalidad de dicha institución por el arco de su desfachatez.
La única manera de respetar a todos los ciudadanos en este aspecto sería no respetar a ninguno. Es decir, no asistiendo a dicha procesión en nombre del Ayuntamiento.
En Pamplona y en muchas localidades se está poniendo de moda acudir a la procesión, pero luego no entrar a misa. ¿Crees que es coherente esa postura?
Lo de la moda es un decir. Y ojalá que sea pasajera. Porque se trata de una actitud torticera, signo de cierta mala conciencia de quien pretende congraciarse con un sector de la población. Quien así se comporta, lo único que consigue es revelar su debilidad civil y el embarullamiento mental en que se encuentra. Dicha actitud conduce a una casuística cuyo cumplimiento sería pura esquizofrenia. La misa y la procesión tienen la misma sustancia religiosa y el mismo objetivo transcendental. Ambas forman parte de idéntica superstición en la que se basan y gozan de la presencia de fetiches religiosos. Y ambas manifestaciones, aunque no lo pretendamos, perpetúan la autoridad de la iglesia frente a la autoridad civil.
En Tudela (Navarra) han decidido no convocar a la corporación municipal aunque al final han acudido a título personal.
Sería una solución sensata al problema que plantea la práctica de la no confesionalidad de las instituciones públicas. Las misas y las procesiones están ahí y cada uno que haga lo que le dicte su fe, su costumbre, su tradición, su manera de vivir este tipo de manifestaciones.
Uno asiste como individuo, no pretendiendo representar a los demás cuyas creencias son o pueden ser completamente diferentes a las que uno profesa. Quien asista en nombre de todos, además de incumplir con la constitución, es un iluso. Y habría que ser muy cauto. Porque se toman decisiones como en el ayuntamiento de Tudela y, después, aunque se asiste a título individual a la procesión, se hace formando parte del resto de la comitiva concejil. Eso es hacer trampa. Cuando se asiste a una procesión con carácter individual siendo uno representante público, tiene que hacerlo sin que se note, caminando con el resto de la gente. Si los ediles van en comitiva, eso significa que van como Ayuntamiento, digan lo que digan.
¿Es suficiente con que no vaya la corporación municipal?
No, pero es un paso. La no confesionalidad de las instituciones públicas exige modificar muchas actitudes que provienen del nacionalcatolicismo religioso y que son incompatibles con la constitución. No se entiende, por ejemplo, que en los programas oficiales de las fiestas de SanFermín figuren actos como la misa, la procesión y diversidad de acontecimientos -entre los que se incluye como protagonistas a los niños-, que mantienen con la fe religiosa una relación descarada. La misa y las procesiones debería ofertarlas la iglesia local, después de pedir los permisos correspondientes al poder municipal para llevarlas a cabo. Y, una vez obtenido dicho permiso correspondiente, el personal, sea edil o lo que sea, que hiciera lo que le pidiera el cuerpo. Pero cuando es el Ayuntamiento quien toma la iniciativa para hacer comitivas bajo palio y con la figura del santo delante, apaga y vámonos. Esto es puro nacionalcatolicismo.
¿Cuál es el sentido de las procesiones en la fiesta?
Recordar a la sociedad el poder que la Iglesia sigue teniendo. Recordar a la sociedad que su identidad, antes que ciudadanos, es la de creyentes. Recordar que la persona sin la fe, sin participar en las prácticas religiosas organizadas por la iglesia, es menos.
¿Y el sentido de que acudan las instituciones públicas?
Cuando las instituciones públicas asisten del modo en que lo hacen a estas procesiones, misas y demás parafernalia religiosa, están sometiendo el poder civil a la autoridad religiosa. Las instituciones públicas están rindiendo vasallaje a un poder del que hace ya mucho tiempo deberían haberse librado. Están sugiriendo que poder religioso y poder civil deben seguir unidos en contra de la laicidad del Estado y en contra del pluralismo de la sociedad.
Muchos hablan de que una procesión es algo más que un acto religioso, que se mezclan expresiones civiles y folclore.
¡Y cualquiera que lo quiera podrá ver en ellas toda la filosofía de Hegel en todo su esplendor! En serio. La justificación de tales expresiones se puede hacer del modo que más le guste a uno. Sin embargo, en todas ellas hay un precipitado del reconocimiento sin reservas de la transcendencia, de la fe en el todopoderoso, de la autoridad de Iglesia como depositaria de la auténtica moral, sin todo lo cual el ser humano es una piltrafa.
Si en dicho espectáculo aparecen expresiones civiles, estarán envueltas por el celofán de la fe. No hay que olvidar que la Iglesia adaptó la parafernalia y folclore del paganismo que le interesó a su particular manera de seguir practicando dichas supersticiones.
Tampoco puede olvidarse que el humus en el que nacieron estas procesiones y expresiones del folclore religioso pertenece a una época en la que Iglesia y Estado formaban una entente feliz sometiendo a la sociedad a una explotación civil y religiosa sin marchamo alguno diferencial. Sin olvidar, que el Estado rara vez contrariaba los intereses de esa Iglesia, la cual, justificaba todas las perrerías que aquel cometía en nombre de Dios. Recuerden el viejo dictamen: “no es una guerra, es una cruzada”.
Felizmente, esa época ha pasado. Sin embargo, la existencia de esas procesiones y de esas misas revela que todavía permanecen entre nosotros formas voluntarias de sometimiento político y civil al poder religioso de antaño.
¿Por qué es importante que las instituciones no participen en ellas? ¿Y por qué deberían de salir de los programas oficiales?
Porque son instituciones no confesionales, tal y como dictamina la propia constitución.
Porque su inspiración ideológica no es compatible con los valores de una democracia que consagra el pluralismo y el respeto a la libertad de creencias de todas la ciudadanía.
Porque es la única manera de respetar el pluralismo religioso y no religioso de la ciudadanía.
Porque es una manera de hacerle ver a la Iglesia que su tiempo de dominio autoritario y abrasivo ha terminado.
Porque es una manera de visualizar el poder civil frente al poder religioso que, en modo alguno, representa los valores de toda una sociedad.
Porque las procesiones son signo de totalitarismo religioso caduco, incompatible con los principios y valores de una democracia plural y diversa…
Porque es una manera de avanzar en laicidad, que permita de una vez por todas el desenvolvimiento del poder civil sin injerencias del poder religioso, y, al revés, el desarrollo del sentimiento religioso de las personas sin la intervención interesada del poder civil.
Porque es una manera de que los poderes públicos vayan perfilándose como los gestores de una nueva manera de vivir las relaciones entre Iglesia y el Estado, haciendo ver, aunque sea tímidamente, que es hora de que los acuerdos entre la santa Sede y el Gobierno se anulen para siempre.