Esa frase de que las faltas de respeto a los sentimientos religiosos no son aceptables –“en ningún caso en el Altar (sic) de un templo en presencia del Santísimo (sic)”– parece escrita por alguien que no oculta un inequívoco sentimiento de respeto más allá de la condición de observador objetivo. Podía haber escrito “altar” con minúscula y evitar la referencia, también en mayúsculas, al “Santísimo”. Pero no lo ha hecho. En otros momentos de su escrito habla de los católicos en tercera persona en alusión al “espacio sagrado (…) donde según sus creencias se encuentra Dios”. Y, sin embargo, en vez de quedarse ahí, deja pistas sobre su concepto del hecho religioso y el lugar donde se produjo la ya famosa escena del asalto en sujetador.
Desde esa posición moral se entendería también la facilidad con que su Señoría confunde el mapa con el territorio al afirmar que Maestre y sus compañeras alardearon de ser putas al reivindicar su libertad sexual. Cierto es que una de las asaltantes de la capilla de la Complutense llevaba escrito en su cuerpo la palabra ‘puta’ y que algo relativo a ellas se debió gritar en el momento, pero la frivolidad de unas jóvenes que usan puta como sinónimo de libertad sexual, cuando es casi siempre una auténtica esclava, no justifica la torpeza de una persona formada en leyes que confunde ese estúpido uso simbólico con una reivindicación efectiva. Como si el concepto de puta como promiscua descarriada no le fuera del todo ajeno.
Insisto, no tengo la certeza porque no conozco a la persona. Pero las pistas me llevan a una suerte de desasosiego ante una acción de la Justicia –la fiscal, en este caso- que parecería tener visos de no haberse librado de miradas personales de tipo moral o religioso.
No estoy a favor de que se entre a saco en un lugar sagrado usando además una simbología insultantemente frívola como hizo la pandilla de Maestre. Me parece personalmente indigno y socialmente reprobable.
No acuso. Sólo expreso una profunda y sincera inquietud.