Pese al discurso de los derechos humanos y de igualdad de género, en muchos países se limitan las libertades de las mujeres.
El resurgimiento o intensificación de los fundamentalismos de distinto signo corrobora la necesidad de construir o preservar espacios donde sea posible la convivencia pacífica en el respeto a la diversidad de creencias, valores y costumbres. Confirma el valor de la laicidad, como separación de la iglesia y del Estado y como no interferencia de los asuntos religiosos en la vida política. Diversos estudiosos de la laicidad destacan la importancia de que exista una base de igualdad para el ejercicio de creencias e ideas religiosas o filosóficas diversas, o ninguna, y la obligación del Estado de garantizar la no interferencia de la religión en asuntos políticos, lo que conlleva el respeto al libre desarrollo de la personalidad y el ejercicio de nuestros derechos sin cortapisas religiosas.
La laicidad tiene particular relevancia para las mujeres, ya que las instituciones religiosas ortodoxas tienden a preservar el orden de género, jerárquico y desigual, que en menor o mayor grado las subordina. Las atrocidades cometidas en estados confesionales islámicos contra las mujeres o contra quienes contravienen los preceptos religiosos han mostrado en años recientes lo peligroso que es para todos, y en particular para las mujeres, vivir bajo supuestas leyes religiosas que, en muchos casos, no son sino interpretaciones interesadas de textos que pueden leerse de otro modo.
Ante fundamentalismos como los que devastan hoy vidas y comunidades en amplias regiones del mundo, puede pasar desapercibida la incidencia de la manipulación de creencias religiosas en la vida pública de países occidentales. La opresión, sin embargo, no tiene que ser espectacularmente extrema: la libertad de religión, el divorcio, la redefinición igualitaria del matrimonio, el recurso a métodos anticonceptivos modernos, el derecho al aborto o a la eutanasia no se admitieron (y muchos no se admiten) bajo estados confesionales o donde grupos religiosos (católicos o cristianos) influyen en la política. Hoy, pese a la primacía del discurso de los derechos humanos y la igualdad de género, se está dando en muchos países una renovada lucha por limitar la autonomía y las libertades de las mujeres y de quienes no se apegan al orden de género tradicional, promovida por grupos conservadores y en algunos casos legitimada por gobiernos autoritarios que ven una amenaza en los cambios sociales o responden a alianzas pragmáticas con grupos religiosos.
Un ejemplo es el caso de Estados Unidos, país laico donde, en la práctica, la religión tiene cierta presencia en la política. A la vez que se han dado grandes avances hacia la igualdad de género, el ascenso de una derecha de inspiración religiosa en décadas recientes ha conllevado el uso de la ley para restringir derechos de las mujeres o negar los de la población no heterosexual. Así, a 43 años del célebre fallo de la Suprema Corte del caso Roe vs Wade, que convalidó la legalidad del aborto en todo el país en nombre del derecho a la privacidad, el panorama para mujeres de muchos estados es desalentador. En Texas, por ejemplo, se aprobó en el 2014 la ley HB2, promovida por grupos ultraconservadores, apoyados por el entonces gobernador. Llena de argucias burocráticas, esta ley ya ha obligado a cerrar a varias clínicas que ofrecen servicios de salud y aborto seguro, a las que se exige, entre otros, requisitos semejantes a los de hospitales. Gracias a la fuerte oposición de defensoras del derecho a la salud de las mujeres, el caso llegará a la Suprema Corte en el verano. Éste es un caso extremo pero no único, pues desde el 2010 se han aprobado en ese país 288 leyes que restringen el derecho al aborto. El fallo de la Suprema Corte será crucial, ya que puede afirmar los avances de Roe vs Wade o revertirlos, afectando a millones de mujeres y niñas que no tendrán acceso a un aborto seguro. En el marco de la campaña #Inequalityis, la escritora y activista feminista Gloria Steinem cuenta su recorrido a favor del derecho al aborto y afirma que toda desigualdad “es una cárcel”. Sin duda es preocupante que la manipulación de creencias religiosas fortalezca la cárcel de la desigualdad de género.