Mientras el PP escenifica milagros, el PSOE promete ir encaminándose hacia un Estado laico. La religión no es un tema menor en nuestro país
Hace semanas que los escaparates de las tiendas ‘todo a 100’ sacaron los abalorios de Halloween, igual que en agosto expusieron el material vuelta al cole y antes los pareos y cubos de playa. Ahora, al estilo bazar chino, ciertos partidos políticos disponen también de ofertas de temporada, de temporada electoral. Estos días se escucha prometer al PSOE que eliminará la asignatura de religión católica de los planes de estudio y que cambiará los acuerdos con la Santa Sede. Que no lo hiciera ya durante los años que estuvo en el Gobierno es un misterio, inexplicable como los misterios, o al menos no explicado a sus fieles votantes.
El pasado domingo el papa Francisco canonizó a la monja María de la Purísima. El milagro requerido consistió, en el caso de esta santa, en sacar de su estado vegetativo a Francisco José Carretero Díaz, conocido familiarmente como “Carre”, un “armao de la Centuria Macarena” sevillana. (Me pregunto por qué tanto milagro postoperatorio pero ninguno que multiplique los panes y los peces.) A la ceremonia asistieron el ministro de Interior, la defensora del Pueblo, la fiscal general del Estado, el secretario general de Instituciones Penitenciarias y el alcalde de Sevilla, entre otros cargos políticos. El halo de lo religioso rodea a muchos de nuestros dirigentes actuales y las condecoraciones a vírgenes es solo el aspecto más folclórico. Escribiendo estas líneas caí por casualidad en la web que reproducía un discurso de Rajoy en la inauguración de un congreso empresarial reciente. En la tribuna, más que el presidente de un país, Rajoy semejaba un sacerdote oficiando misa. En su sermón, España no era ya comparada con el cielo –que debió parecerle que se quedaba pequeño- sino con el cosmos, con un “cosmos empresarial”. Y terminaba diciendo: “Ayer apretamos las manos, pero hoy las abrimos a un mañana que vuelve a esperar lo mejor de los nuestros». Quién no tiene esa imagen de manos abiertas en la iconografía cristiana. El puño socialista está obsoleto.
Cuando están ideológicamente más iguales que nunca, PP y PSOE encuentran en el asunto religioso un terreno en el que enfrentarse sin que ni uno ni otro salgan perjudicados. Además ya hemos visto que los socialistas lo tratan como un tema amable y tranquilo, se trata de ir encaminándose hacia un Estado laico.
“En Francia no hacemos reformas, hacemos revoluciones”, he oído decir a nuestros vecinos. Pues los españoles podríamos decir que aquí no hacemos reformas, que aquí hablamos de ellas, o que empezamos a encaminarlas. Nos basta quizás con la emoción que provoca el discurso, tanto que pareciera que no necesitáramos llegar a los hechos. Cuando murió Franco, la sensación fue de que se terminaba un período. Durante la transición, las emociones proyectaron color en el mismo paisaje pardogrisáceo de antes. Así es el discurso laico del PSOE, parece que pasa algo cuando nada pasa. ¿Que hubo una crisis y se discutió sobre el papel de los bancos y sobre la necesidad de un mayor control de la especulación financiera? Sí, se alzaron las voces y la impresión fue de movimiento, de transformación inevitable. Pero ¿ha cambiado algo? No.
Immanuel Kant señaló que el bienestar es un ideal de la imaginación mientras que la justicia es una exigencia de la razón. Creo que fantasía no nos falta. El discurso de los candidatos se desenvuelve alegremente en la inconcreción de lo abstracto. Es fácil sospechar que precisamente por esa tendencia sentimental la fecha de las elecciones escogida resulta ser la más próxima posible a la Navidad. El sabor nostálgico del hogar combinado con los rituales del cristianismo conviene a las ideologías más conservadoras. Sin embargo somos muchos los que nos empeñamos en ser razonables y atender a la justicia, exigiendo entre otras cosas que quien quiera una educación religiosa para sus hijos la pague, o que las iglesias no tengan privilegios y cumplan con la sociedad como cualquier otro organismo, que lo religioso, en fin, sea un asunto privado del ámbito de cada uno y que como Estado no nos metan en guerras de civilizaciones ni enfrentamientos religiosos.
En su reciente –y ampliamente parodiado- spot electoral el Partido Popular, encarnado en un equipo médico, volvía a la vida a una España enferma que entraba en coma. Igual que sor María Purísima hiciera con el “Carre”, el PP realiza su milagro con el país. Pero ni el Congreso es un templo ni las emociones un programa. De manera que los populares harían bien en no esperar que los canonicemos en las urnas.