La lengua española es tan rica que un mismo hecho, la entrada extemporánea de 50 personas en una capilla católica coreando consignas contra el Papa, desnudándose en parte y esgrimiendo carteles con lemas como "menos rosarios y más bolas chinas", puede ser explicado como una "acción expresiva no violenta", como una gamberrada o como "una profanación".
Pero la bronca política, seguramente, ha venido dada por otras cuestiones. La primera, que esa capilla estaba en la Universidad Complutense de Madrid. ¿Debe haber lugares de culto en las Universidades públicas? Probablemente, la respuesta debe ser negativa, teniendo en cuenta que el nuestro es un Estado no confesional, lo que no autoriza a irrumpir en una capilla como si fuera una moderna sala de teatro alternativo. La convivencia civilizada exige unas mínimas normas de educación que no parece que atendieran las proponentes del "poder clitoridiano" a la vista de los hechos, por ellas mismas reconocidos.
Pero es que, además, esa Universidad está en periodo electoral, con la derecha en armas tratando de arrebatar el poder a la izquierda, que lo ganó en las últimas elecciones. Carlos Berzosa, el actual rector, lleva meses aguantando a pie firme, junto a la democrática oposición de respetabilísimos profesores, una campaña feroz de la derecha extrema que intenta llevar tanta agua académica a su molino ideológico. Recuperar la Complutense es pieza de caza mayor para esos grupos ideológicos -y religiosos- que ya dominan casi todo en Madrid, desde el Gobierno a la enseñanza.
Solo así se entiende las desaforadas reacciones del vicepresidente autonómico, Ignacio González, y su compañero Francisco Granados contra el rector, o los aspavientos y misas de desagravio organizadas por el arzobispado de Madrid. Para colmo, el seudosindicato Manos Limpias ya ha metido eso, sus manos en el asunto, y ha presentado una denuncia. El resultado es que aquellos pocos besos lésbicos en un altar van a acabar con miles de fieles armados de razones y desagraviando al mundo.