Las ideas que se aprenden en los primeros seis años de vida son de vital importancia, porque se impregnan en el subconsciente de tal modo que se conforman en el armazón básico sobre el que se sustentarán los idearios y las creencias que nos acompañarán el resto de nuestra vida, aun con las lógicas variantes derivadas de cada carga genética y ambiental. Dicho de un modo general y gráfico, si un niño recibe continuos mensajes de fanatismo, intolerancia e irracionalidad, existen muchas probabilidades de que se convierta en un adulto fanático, intolerante e irracional.
Es por ello que, a lo largo de la historia, las religiones y cualquier totalitarismo ideológico han contado como uno de sus principales aliados el adoctrinamiento en la enseñanza para garantizar la cantera de futuros adeptos en las nuevas generaciones. Y es por ello también que demócratas y defensores de las libertades llevan en España muchas décadas exponiendo la imperiosa necesidad de educar –en lo concerniente a las competencias educativas del Estado- en la libertad de conciencia y mediante una pedagogía libre de dogmatismos religiosos e ideológicos.
Si detenemos la mirada en nuestro pasado reciente, existe un hombre, Francisco Ferrer Guardia, quien, considerado el precursor en España de la escuela moderna, luchó firme y abiertamente, a principios del siglo XX, por una escuela racional y laica. El historiador Julián Casanova, en un brillante artículo en El País del pasado día 11, analiza a este personaje que intentó fundar una escuela que “buscara en la razón y en la ciencia los antídotos de todo dogma”.
Casanova nos ofrece datos imprescindibles sobre la vida y la ejecución el 13 de octubre de 1.909 de este hombre de ideas laicistas e igualitarias, que fue acusado por un tribunal militar de dirigir la revuelta de la Semana Trágica de Barcelona, con la que, en realidad, nada tuvo que ver. En palabras del historiador, “quienes pusieron a Ferrer Guardia ante el piquete de ejecución se estaban vengando de un intelectual laico que había desafiado el control eclesiástico de la enseñanza”.
Posteriormente, la República intentó sentar de nuevo las bases de una educación basada en la realidad científica y en el librepensamiento, pero, una vez más, las oligarquías y la presión de la Iglesia, en ese macabro proceso que desembocó en la Guerra Civil, acabó con ese luminoso conato de una Educación pública democrática, igualitaria y libre de dogmatismos totalitarios e irracionales; …y la llamada Institución Libre de Enseñanza pasó a ser parte de un pasado que no dejaron que fuera posible.
A día de hoy, tras más de tres décadas de democracia en España, el adoctrinamiento religioso en la educación (tanto privada como pública) continúa siendo una realidad escandalosa; y se sigue utilizando la enseñanza como una herramienta, financiada con dinero público, de adiestramiento intelectual en base a unas doctrinas que no se sostienen si no es con la manipulación ideológica y con el desconocimiento de la historia y de la ciencia.
Porque, en cuestiones de conciencia, es una obligación democrática el respeto a cualquier postura, religión o creencia, pero en la esfera privada y no en la pública. En el ámbito privado, cada familia es muy libre de educar a sus hijos en la religión que considere oportuna. Pero en el ámbito educativo, porque se trata de un espacio de todos y porque es inadmisible que con dinero público se financie el adoctrinamiento religioso (… y porque la educación debería garantizar el enriquecimiento intelectual que otorga la búsqueda de conocimiento y no el freno a la razón), como proclama el conocido lema, … “la religión siempre fuera de la escuela”.
Coral Bravo es Doctora en Filología y miembro de Europa Laica