El escritor Fernando Arrabal, que visitó nuestra ciudad hace apenas un mes, afirmó recientemente que su único deseo era convertirse en un santo laico. Aunque pueda parecer una excentricidad propia de él, no lo veo como algo disparatado en los tiempos que corren. La veneración y la idolatría están a la orden del día y en muchas ocasiones lo que antes era terreno vedado de lo religioso, ahora forma parte de lo profano. Los escritores son objeto de culto en vida, y aún más tras su muerte, incluso hasta el punto de ser tratados como verdaderos santos a los que lanzar ruegos y plegarias.
Esta semana se cumplen setenta y dos años de la muerte de Antonio Machado, y la Fundación que lleva su nombre aprovecha los actos conmemorativos de este aniversario para permitir el acceso al público del archivo Palabra en el tiempo, un proyecto creado gracias a la colaboración de la Universidad de Alcalá de Henares. Hace años la Fundación instaló un buzón junto a la tumba de Machado en Collioure, con el objetivo de almacenar todos los mensajes que hacía tiempo que los numerosos visitantes dejaban sobre su tumba. Desde entonces el poeta ha recibido varios miles de cartas, ahora recogidas en el archivo recientemente recopilado, y en las que los peregrinos se aventuran a dejar unas líneas para ensalzar sus versos, para pedir suerte en oposiciones, conseguir el amor o recuperarse de una enfermedad, y lo hacen sobre servilletas o kleenex, papel de fumar, partituras musicales, tickets de compra, hojas secas o incluso sobre el nada poético papel higiénico.
Parece como si los poetas hubiesen adoptado la condición de santos laicos a la que aspira Arrabal, ya que también la tumba de Gustavo Adolfo Bécquer, que se encuentra en el Panteón de Sevillanos Ilustres, recibe cientos de mensajes escritos. El poeta del trágico amor romántico se ha convertido en una especie de San Judas Tadeo de los amores imposibles. Muchos de los solicitantes son adolescente que, con los sentimientos a flor de piel, piden encontrar un amor o conservar el que tienen. Por lo visto, muchos de ellos dejan en sus mensajes su dirección de correo electrónico. Si el culto a los santos se ha secularizado, no veo por qué no ha de informatizarse para lograr una comunicación más fluida con el santo objeto de devoción. Además, hay mensajes para todos los gustos e incluso en varios idiomas: «Quero ser moito amada», dice el mensaje de una peticionaria portuguesa. Un deseo que, sin duda, también el propio Bécquer habría deseado ver cumplido.