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11 de febrero · por Fede de los Rios

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Tras su deceso, a la atribulada vidente de Lourdes, la canonizó Pío XI, aquel santo padre que calificaba a Mussolini de «enviado de la Providencia»

Tal día como hoy de 1858, año de Nuestro Señor, apareciose la madre del mismo, una tal María de himen intacto, a su tocaya María Bernarda Soubirous, pastorcilla conocida posteriormente como Santa Bernadette. No quedó en una sola aparición, fueron dieciocho y sabido es que lo poco agrada y lo mucho enfada; así pues, las reiterativas e improvisas apariciones tenían contrito el corazón de Bernadette y sus nervios de pastora a flor de piel. Cada vez suponía la consiguiente estampida de los ovinos tutelados por la joven; porque la oveja, de no ser negra, es un animal de pocas luces, muy bobo y como los pequeñoburgueses y los fascistas, allí donde corre uno, al que toman por líder, corren todos aunque vayan al precipicio.

«¿Y no podría usted, doña Inmaculada, aparecerse, de cuando en vez, a otras?» –imploraba la joven agropecuaria–. «Que me tiene a las ovejas con brucelosis, alopecia y la leche agria de los sustos que las da, y a mí en la ruina y desesperación». Las súplicas, del todo inútiles.

Analfabeta pero no tonta, abandonó el penoso trabajo de tutela, esquile, ordeño y trashumancia que exige la cabaña ovina y reconvirtióse en propagandista católica de los que pastorean otro rebaño, el cristiano, para protegerlo del comunismo ateo.

Tras su deceso, a la atribulada vidente de Lourdes, la canonizó Pío XI, aquel santo padre que, tras bendecir personalmente las tropas que partían a la conquista de Abisinia, calificaba a Mussolini de «enviado de la Providencia» y, en marzo de 1929, animaba a los católicos italianos a votar por los fascistas. No hay obviar que fue el camarada Benito quien concedió al Vaticano rango de Estado.

¿Qué tiene que ver con el momento que nos ocupa? No lo sé… Quizás porque resulte asombroso que toda una suerte de relatos delirantes al servicio de unos intereses políticos palmarios y, por lo tanto económicos, nada delirantes sigan pesando en el imaginario de una parte de la población.

¿Hasta cuándo se puede soportar la imbricación Iglesia-Estado si deseamos un cambio social más justo, más racional?

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